Hollywood era el lugar al que iba la gente creativa para inventar grotescas historias de miedo. Pero Hollywood ha sido desplazado. Ahora, para urdir historias fantásticas de desastres inminentes, uno se va a Washington. Desde hace un par de años la agenda nacional viene dominada por historias de este tipo. Recientemente, nos hemos encontrado con […]
Hollywood era el lugar al que iba la gente creativa para inventar grotescas historias de miedo. Pero Hollywood ha sido desplazado. Ahora, para urdir historias fantásticas de desastres inminentes, uno se va a Washington.
Desde hace un par de años la agenda nacional viene dominada por historias de este tipo. Recientemente, nos hemos encontrado con la fábula de los guardianes de bonos haciéndole a Estados Unidos lo mismo que ya le hicieran a Grecia, Irlanda y Portugal. Para creer esta historia uno necesita creer en lo inverosímil, pero los que se dedican a informar de economía y política en los principales medios ya están acostumbrados a obviar la realidad.
La trama es que en algún momento en un futuro no lejano, de seguir con este estilo de gasto despreocupado, no habrá quien compre los bonos del gobierno de los Estados Unidos.
EE.UU. se verá obligado a comparecer ante la comunidad internacional como un mendigo indefenso y tendrá que aceptar los términos humillantes que le venga en gana imponer a los chicos malos de China a Arabia Saudita pasando por Francia.
La trama se aleja de la realidad en distintos puntos. El enorme déficit de hoy en día se debe a la crisis, no al gasto desenfrenado. Además, durante varias décadas el gasto público ha aumentado muy poco en proporción al PIB (aparte del gasto contracíclico de la crisis), menoscabando una parte clave de la historia.
Pero el verdadero problema estriba en la lógica de la crisis inminente. Supongamos que los inversores en los Estados Unidos y otros países se negaran a comprar deuda pública. (Los inversores continúan cargándose la línea argumental con la compra de grandes cantidades de deuda americana a bajo interés). En este caso, podríamos hacer que la Reserva Federal comprara nuestra deuda. A diferencia de Grecia, Irlanda y Portugal, tenemos moneda propia.
Esta historia puede derivar en inflación, pero ese ya no es el cuento de desastres que nos están vendiendo los obsesos del déficit. La inflación se produce por una demanda excesiva en la economía. En otras palabras, se lograría el empleo total, con una subida rápida de salarios, lo que estimularía a su vez unos precios en alza.
Es más, no terminaríamos con hiperinflación como Zimbabue. Los Estados Unidos tienen una enorme economía diversificada que sigue produciendo casi el 85 por ciento del consumo doméstico. Quizá nos encontráramos con una inflación progresiva que, en el peor de los casos, pudiera llegar a convertirse en un inflación de dos dígitos como la que tuvimos en los años 70. Pero sigue sin ser el desastre que los halcones del déficit utilizan como estratagema para asustar a la gente y para que renuncien a su Seguro Social y al Medicare.
Después de todo, la economía fue razonablemente bien en los 70, con un crecimiento algo más rápido que en la década de los 80. Y como no se produjo un aumento de la desigualdad en ese periodo, una familia típica vivía mejor en los 70 que en los 80.
La banda del déficit también nos advierte del hundimiento del dólar. Por supuesto, un descenso del dólar es lo que necesitamos exactamente para reducir el déficit de nuestra balanza comercial. Para ello, el Secretario del Tesoro Tim Geithner ha pedido a China que eleve el valor de su moneda con respecto al dólar.
¿Pretenden los pregoneros del déficit hacernos creer que China, que se ha resistido a una bajada del 20-30% del dólar frente al yuan, iba a tolerar de repente una devaluación del 50 o el 60%? ¿Quieren hacernos creer que Alemania y Francia se quedarían contemplando como sube el euro hasta rozar los dos dólares por euro? ¿Y que Japón dejaría que subiera el yen hasta alcanzar los 50 yenes el dólar?
Aquí es donde la historia de terror de los pregoneros del déficit pierde la poca credibilidad que pudiera tener. Este tipo de caída implicaría el colapso de los mercados de exportación de estos países en los Estados Unidos. Además, se verían inundados por exportaciones americanas altamente competitivas. Esto no va a suceder, porque a estos países les preocupa más sus economías domésticas que los artífices fiscales que ayuden a los pregoneros del déficit a lograr sus sueños.
En resumen, la historia de terror se cae por su propio peso en cuanto uno se para a pensarlo. Apenas si se puede culpar a la pandilla del Wall Street por pretender asustar a la gente con trucos baratos que les ayuden a impulsar su agenda; después de todo, les fue fenomenal con el TARP [Troubled Asset Relief Program, es un programa del gobierno de Estados Unidos para fortalecer su sector financiero, que entró en vigor como ley el 3 de octubre de 2008. Nota de la red.] hace un par de años. Por aquel entonces la línea argumental venía a decir que a menos que entregáramos de inmediato todo nuestro dinero a los bancos de Wall Street, sin hacer preguntas, el conjunto de la economía se vendría abajo.
Como se supo la pasada semana, el gobierno no solo entregó los 700.000 millones de dólares en dinero del TARP, la Reserva Federal también realizó préstamos secretos a Wall Street por valor de billones de dólares. Este apoyo, que incluye otras garantías que pudieran haber sido todavía más cuantiosas, permitió a gigantes como CityGroup, Goldman Sachs y Morgan Stanley sobrevivir al colapso financiero que ellos mismos contribuyeron a crear. Como resultado, los beneficios bancarios y los bonos de sus ejecutivos son más altos que nunca.
Simplificando, Wall Street sabe de una estrategia ganadora: sal con una historia terrorífica del fin del mundo, cuéntaselo al Washington Post, a la Radio Pública Nacional y a otras agencias mediáticas para que lo difundan a bombo y platillo, y a continuación fíjate cómo corren los políticos a entregarles el dinero de los contribuyentes.
Lo más probable es que la siguiente historia de terror sea la más terrorífica de todas.
Dean Baker es codirector del Center for Economic and Policy Research (CEPR). Es autor de Plunder and Blunder: The Rise and Fall of the Bubble Economy, así como de False Profits: Recoverying From the Bubble Economy.
Traducción para www.sinpermiso.info: María Argueta