Fue en 1766 cuando el ministro favorito de Carlos III, el tristemente famoso marqués de Esquilache, dictó su conocido bando de prohibición de la capa larga, con embozo, y el sombrero chambergo, de ala ancha, una moda extranjera, con un pretexto de orden público, pero también de identidad nacional, procurando que fueran sustituidos por la […]
Fue en 1766 cuando el ministro favorito de Carlos III, el tristemente famoso marqués de Esquilache, dictó su conocido bando de prohibición de la capa larga, con embozo, y el sombrero chambergo, de ala ancha, una moda extranjera, con un pretexto de orden público, pero también de identidad nacional, procurando que fueran sustituidos por la «moderna» capa corta y el tricornio o sombrero de tres picos, curiosamente también una modernidad extranjera. Tal dictado en el vestir, unido a la crisis económica del momento, terminó por provocar en diversos municipios el levantamiento que hoy todavía se conoce como «motín de Esquilache».
Desde la prohibición de la capa no se han conocido otros casos de prohibiciones de prendas de vestir. Ni se prohibieron antes los pañuelos porque los usaban los asaltantes de diligencias, trenes y bancos en el «Lejano Oeste» norteamericano para embozarse y ocultar su identidad, ni los capotes de monte usados por los bandoleros de las serranías españolas, ni siquiera se prohibieron más tarde las medias porque las usaban los atracadores de bancos en sus cabezas para dificultar su identificación. Tampoco se han prohibido los pasamontañas aunque los usen terroristas, narcotraficantes o atracadores.
La gran marea islamófoba que sacude la vieja Europa lo ha intentado todo para proscribir la visibilidad de la religión islámica en sus calles y plazas. Es relativamente reciente la oposición al hiyab de las alumnas, mientras monjas católicas continúan sus estudios universitarios vistiendo sus hábitos sin conflicto alguno. No obstante ese único frente no parecía suficiente, puesto que siendo un tocado religioso de novicias o sores católicas o muslimas, adoptado voluntariamente por vocación, debían mejor dirigir sus hostilidades contra otro colectivo, el de las sores de clausura. Esta vez las monjas católicas no son visibles puesto que se recluyen en sus conventos; pero las sores musulmanas con la clausura portátil del nicab sí salen a la calle, son visibles, para reacción visceral hostil del entorno que no comprende tal vocación. Pero por si quedara alguna duda, y para no entrar en lo religioso, se escogió una moda afgana como diana, el burka, la cual no se ha exportado ni ha llegado a España ni resto de Europa, es realmente inexistente en nuestras calles y plazas.
Por fin algunos políticos de pequeña talla, ven cómo pueden hacer un guiño al electorado que vota a la ultraderecha; solo hay que retomar el bando dieciochesco y prohibir el burka, y de paso el nicab. Pero también, en buen orden jurídico, deben prohibir el pasamontañas, la bufanda, la braga de cuello, y toda prenda que pueda dificultar la identificación facial del ciudadano. Primeramente en los accesos e interior de edificios públicos, pero con las ganas y la intención de quitar de su vista el nicab también de las calles. Si no pueden argumentarlo, puesto que todos usamos bufandas y otras prendas que nos protejan del frío, precisamente al salir a la calle, entonces empiezan a desgranar excusas de presunta desigualdad de género en el vestir. Pero callan en lo que respecta a prohibir las faldas por sus calles y plazas, y otros tipos de prendas en el vestir que son única y exclusivamente de uso femenino. Todo ello para confundir al elector demagógicamente identificando el término de igualdad, que vende más, con el de uniformidad.
Lamentable el grado de bajeza política de quienes argumentan y apoyan tales restricciones en el vestir que están especialmente dirigidas contra un sector religioso que no protestará ni se amotinará y, dado su estatus de clausura, ni votará, con la excusa de un modismo afgano irreal, y con la finalidad de atraer simpatías y votos.
Todos estamos de acuerdo en que las personas deben mostrar su rostro ante un control de identidad fronterizo o policial, o en el control de seguridad de acceso a un edificio; pero querer continuar la persecución hasta las calles, es regresar a tiempos de dictadura y persecución que creíamos olvidados. La ultraderecha está avanzando sin llamarse extrema derecha, solo siendo adoptadas sus ideas por otros de forma irresponsable.
Fuente: http://muslim.multiplexor.es/notan/prensa/dieciochescas.htm