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Del riesgo a la incertidumbre

Fuentes: Red del Tercer Mundo

El fracaso de la reunión de Potsdam de las cuatro grandes potencias comerciales la semana pasada sigue siendo el gran tema en los corrillos diplomáticos a orillas del lago Leman… pero no parece preocupar a nadie más.

Que Estados Unidos, la Unión Europea, Brasil e India no lograron un acuerdo en las afueras de Berlín no fue noticia de primera plana en el mundo, las bolsas no reaccionaron, los parlamentos no llamaron a los ministros involucrados a pedirles cuentas. Los diplomáticos involucrados se echan mutuamente las culpas, pero sus conferencias de prensa apenas logran algún eco.

Esta falta de escándalo es el mayor escándalo. ¿Dónde están los comentaristas enfurecidos alertando, unos, sobre el peligro de un nuevo proteccionismo y los otros sobre una nueva postergación de las legítimas aspiraciones de los países pobres? No es que estos análisis no existan (ver el comentario de Martin Khor en esta misma edición de Agenda Global). Sucede, simplemente, que el mundo está anestesiado por una euforia de optimismo sin antecedentes en por lo menos sesenta años.

La economía mundial está creciendo y ese crecimiento es aún mayor en los países pobres que en los países ricos. La inflación está bajo control en casi todas partes. El comercio mundial crece incluso más rápido que la producción y los países que experimentan déficit comerciales, en particular Estados Unidos, el más deficitario de todos, no tienen dificultad en financiar sus saldos negativos obteniendo préstamos a bajo interés. Los dirigentes políticos del Norte rico y del Sur pobre son casi unánimes en sus previsiones optimistas y los mercados los apoyan. El «riesgo país» sigue bajando en todas partes. ¿Para qué preocuparse entonces? Las señales de alerta han surgido el fin de semana pasado del lugar más inesperado. En la tranquila ciudad suiza de Basilea se desarrolló la reunión anual del Banco Internacional de Pagos (BIS, por su sigla en inglés). El BIS es una especie de «banco central de los bancos centrales» y su rol en las finanzas mundiales es tan vital como poco conocido, a la inversa del Fondo Monetario Internacional (FMI), que en los últimos años sólo tiene poder sobre los países más pobres pero poca incidencia sobre las grandes potencias financieras.

En su informe a más de doscientos gobernadores de prácticamente la totalidad de los bancos centrales del mundo, Malcolm Knight, gerente general del BIS, repasó todos los motivos de optimismo y reconoció que la casi unanimidad de los pronósticos señalan que esta época de vacas gordas seguirá en 2007 y 2008. Sin embargo, alertó que «la combinación de estos desarrollos es tan extraordinaria que hay que preguntarse sobre sus fuentes y sobre la sustentabilidad de esta buena fortuna». El señor Knight invitó a los bancos centrales a pensar que vivimos «en un mundo fundamentalmente incierto, en el que las probabilidades no pueden ser calculadas, y no simplemente en un mundo de riesgos».
Para un público compuesto de especialistas en calcular riesgos y traducirlos en tasas de interés, ¿qué quiere decir esta invitación a pensar en «incertezas» y no en riesgos? ¿Estaremos ante la calma que precede a la tempestad? El informe anual del BIS se ocupa de detallar cómo en la historia económica reciente los analistas han sido a menudo tomados por sorpresa y cita como ejemplos la gran inflación de los años setenta del siglo pasado, que nadie pronosticó, la gran depresión de los años treinta (que condujo a la Segunda Guerra Mundial) y las crisis de la década del noventa en Japón y el sudeste asiático, también inesperadas, e incluso duda de que la capacidad de los economistas de entender estos fenómenos como resultado de haber experimentado estas crisis haya aumentando.

En términos de respuestas económicas la recomendación del BIS parece casi pueril. Los países que tienen superávit comercial como Japón, China o Brasil deben prepararse para revaluar sus monedas y los que tienen déficit, como Estados Unidos, a devaluarlas. En términos de mensajes políticos, el BIS no parece haber ido más lejos que la fábula de la cigarra y la hormiga. Ya la Biblia dice que vendrán épocas de vacas flacas y hay que prepararse.

Si esto es tan obvio, ¿por qué no está pasando? Tal vez porque el mundo ha cambiado mucho en las últimas décadas. La producción se ha visto revolucionada con nuevas tecnologías y la liberalización de los mercados financieros y su falta de control político han generado nuevos fenómenos.
Así, en contra de las recomendaciones del BIS, la inversión en China y Japón se sigue concentrando en el sector exportador, con lo cual se crean más desequilibrios comerciales en el futuro o se arriesga a que estos sectores sobredimensionados colapsen, mientras que en Estados Unidos, que debería esforzarse en exportar más para reducir su déficit comercial, las inversiones se dirigen a la construcción de viviendas, un mercado que podría explotar como la burbuja de Internet en el año 2000 y arrastrar a las finanzas mundiales en una cadena de bancarrotas.

«La economía no es una ciencia», agrega el informe del BIS, «por lo menos no en el sentido de que la repetición de experimentos producirá siempre los mismos resultados». Por lo tanto, «las predicciones económicas frecuentemente fallan, en especial en los puntos de inflexión de los ciclos, con datos insuficientes, modelos inadecuados y choques azarosos».
Lamentablemente el señor Knight no extrajo conclusiones de su propia desilusión con la economía como oráculo para predecir el futuro. Si la economía no es una ciencia, es una actividad política. Y si lo es, ¿cómo se justifica la creciente presión a que los bancos centrales que conforman su público se independicen del control político de gobiernos y parlamentos? En otros aspectos, sin embargo, el BIS toma distancia de la euforia globalizadota. Con relación a los llamados «mercados emergentes» -el nuevo eufemismo para referirse a los países antes llamados «en desarrollo»-, el informe recomienda que «la liberalización debe ser precedida por cambios estructurales que permitan a los sistemas financieros resistir choques internos y externos».

O sea todo lo contrario de la apertura de mercados de capitales que preconiza el FMI y que Robert Zoellick, el nuevo presidente del Banco Mundial, defendiera con entusiasmo en su anterior reencarnación como Representante Comercial (o sea, ministro de comercio) de Estados Unidos y a la que Brasil e India se resistieron en las fallidas negociaciones comerciales de Potsdam.(