En un consejo de ministros en octubre 2012, meses antes de morir, Chávez propuso un golpe de timón. Desde aquel momento la consigna cobró vida en diversos contextos: escuchamos reclamos convocando a un golpe de timón del ejecutivo y especulaciones sobre posibles virajes a la izquierda o a la derecha. También encontramos organizaciones convirtiendo la […]
En un consejo de ministros en octubre 2012, meses antes de morir, Chávez propuso un golpe de timón. Desde aquel momento la consigna cobró vida en diversos contextos: escuchamos reclamos convocando a un golpe de timón del ejecutivo y especulaciones sobre posibles virajes a la izquierda o a la derecha. También encontramos organizaciones convirtiendo la frase en su consigna central, otras que la han asumido como nombre. Pero sobre todo, innumerables voces se preguntan por qué Nicolás Maduro no ha dado un golpe de timón (interrogación implícita en un reciente artículo de Luis Britto García ). Ante el uso tan extendido y variado de la frase, es importante determinar si la metáfora «golpe de timón» cuadra con nuestra realidad.
Sin duda, la idea del Estado como nave tiene una larga trayectoria, trazando sus inicios, aparentemente, a la antigua Grecia. Esto podría ser objeto de un importante estudio filológico. Sin embargo, en un proceso que se propone hacer la revolución socialista, hay una referencia que es de interés más inmediato. En 1901 Lenin criticó al grupo de Robocheye Dyelo («causa obrera») por plantear un «viraje histórico», que equivale, palabras más palabras menos, al «golpe de timón» del léxico chavista. Este grupo referenciaba en sus propuestas lo dicho por el dirigente histórico Wilhelm Liebknecht («si las circunstancias cambian en 24 horas, hay que cambiar la táctica también en 24 horas») para justificar un viraje rápido en el movimiento revolucionario.
¿Cuál fue la respuesta de Lenin frente al golpe de timón de Robocheye Dyelo? Lenin descartó la idea e insistió en trabajar condiciones previas: «el cometido inmediato» afirmó el dirigente ruso, es «formar una organización revolucionaria capaz de unir todas las fuerzas y de dirigir el movimiento, no sólo nominalmente, sino en la realidad…». Efectivamente, Lenin insistió en la necesidad de constituir una organización con timón como condición previa al grito por un golpe de timón o al viraje histórico. (Sobra decir que Lenin también tuvo como objetivo resaltar la diferencia entre cambio de táctica, que sí puede ser brusco, y cambio de estrategia o viraje histórico, que no puede ser tan rápido.)
Este planteamiento de Lenin es extraordinariamente relevante en nuestro contexto. La idea del «golpe de timón» atraviesa nuestro discurso, pero nunca nos preguntamos si el movimiento chavista en verdad constituye unaembarcación con timón. En realidad el chavismo es más balsa que barco: un movimiento heterogéneo y amorfo. Si el chavismo no está totalmente a las buenas de dios, sí flota en las mareas y corrientes de la economía mundial y a merced de las cambiantes correlaciones de fuerza entre las clases sociales a lo interno del movimiento. Chávez reconoció este problema en 2006-2007 e intentó formar un partido revolucionario… sin lograrlo. Bautizado con cuatro siglas (PSUV), el chavismo no superó su condición de «balsa» capaz de cumplir tareas electorales pero sin la organicidad y estructura de una embarcación «timoneable».
Por lo tanto, la tarea de construir una organización con timón, direccionable, sigue vigente. Si un dirigente con la capacidad de Chávez no logró dar un viraje revolucionario, ¿es sorprendente que Maduro -suponiendo que pretenda hacerlo- tampoco pueda?
Recientemente, hemos visto al gobierno liberalizando la economía y entregando la Faja Petroliféra a masiva «participación» internacional. Todo esto es lamentable y sería traición si hubiera otra opción. Pero, ¿es posible imaginar que la balsa del chavismo tome un rumbo diferente al de flotar en los altibajos de la economía mundial… subiendo con las bonanzas y a la deriva en tiempos de crisis? La verdad es que una embarcación sin timón tiene pocas opciones más allá del populismo-distribucionismo en tiempos de bonanza y el neoliberalismo en crisis. Su destino estará determinado por el momento en la economía mundial.
Para combatir esta lógica, la izquierda del chavismo debe organizarse. Sin entrar en los detalles sobre la estructura que construyó Lenin, es obvio que la organización debe caracterizarse por su democracia interna y su capacidad de hacer efectiva su línea política. Esto no equivale sencillamente a cerrar filas con Maduro: si él sigue a la cabeza de la organización se decidirá más adelante. La consigna gaucha que debemos tomar como nuestra es: «¡marcharemos a la victoria con nuestros dirigentes a la cabeza o con la cabeza de nuestros dirigentes!».
En resumen, para la izquierda chavista, nuestras diatribas contra el reformismo y nuestros llamamientos -cada vez más urgentes- a escoger el camino revolucionario son ejercicios ociosos si no van acompañados de procesos de construcción de un movimiento timoneable; se basan en la fantasía de que alguien en algún lugar tiene un timón. En verdad… ¡no hay timón, hay que construir el timón!
Chris Gilbert es profesor de Estudios Políticos en la Universidad Bolivariana de Venezuela.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.