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Descubriendo lo bueno de «los buenos viejos tiempos»

Fuentes: Too Much

A veces podemos avanzar retrocediendo el reloj político -si sabemos exactamente dónde detenerlo-. La semana pasada, en un discurso ante la Cámara de Comercio de los Estados Unidos, el presidente Obama prometió que el presupuesto federal que hizo público esta semana «reducirá al gasto discrecional doméstico de nuestra economía a la fracción más baja desde […]

A veces podemos avanzar retrocediendo el reloj político -si sabemos exactamente dónde detenerlo-.

La semana pasada, en un discurso ante la Cámara de Comercio de los Estados Unidos, el presidente Obama prometió que el presupuesto federal que hizo público esta semana «reducirá al gasto discrecional doméstico de nuestra economía a la fracción más baja desde que Eisenhower fue presidente».

Nadie del público de la Cámara lo ovacionó, principalmente porque sus miembros no confían en Obama cuando habla de los recortes presupuestarios. Pero el resto de nosotros tampoco debería confiar. Si vamos a regresar a la era de Eisenhower, tenemos muchas mejores opciones para  emular.

Podríamos, por ejemplo, hacer un esfuerzo por replicar aquellos acuerdos económicos de la década de 1950, en gran medida responsables de esa era de prosperidad récord -e igualdad-.

En los 50, los salarios reales del promedio de los estadounidenses mejoraron significativa y continuadamente. Los salarios promediaron 11,17 dólares la hora en 1950, en términos reales, y 14,20 dólares la hora una década después, en 1960.

Este incremento salarial no fue una casualidad. Los trabajadores se organizaron para conseguirlo. En 1954, el 35% de los trabajadores del sector privado estaban sindicalizados, y los contratos que negociaron sus organizaciones establecieron la trayectoria salarial de toda la economía, tanto para los trabajadores sindicalizados, como para los que no lo estaban.

Un ejemplo: El principal minorista de la era Eisenhower -Sears Roebuck- operaba sin empleados agremiados. Pero para competir en un mercado laboral fuertemente sindicalizado, tuvo que ofrecer salarios y beneficios cercanos a los negociados por los sindicatos.

El contraste con lo que sucede hoy no podría ser más evidente. El mes pasado, el Departamento de Trabajo de los Estados Unidos informó que sólo el 6,9% de los trabajadores del sector privado están afiliados a alguna organización sindical, la tasa más baja en un siglo. En una gran porción del territorio estadounidense, los sindicatos virtualmente no tienen presencia alguna en el sector privado.

Esta realidad otorga a las grandes corporaciones la libertad de explotar todo lo que sus ejecutivos puedan digerir. En la década de 1950, la desindicalizada Sears tenía que acercarse a las escalas salariales negociadas por los sindicatos para poder sobrevivir y progresar. El principal minorista de hoy, el feroz y antisindical Wal-Mart, no opera bajo esta presión. ¿El resultado? «Siempre bajos salarios»

La enorme presencia sindical en la era Eisenhower no sólo mantuvo los salarios en ascenso. También ayudó a mantener las ganancias de los altos ejecutivos en un nivel razonable. En la década de 1960, los principales ejecutivos sólo ganaban 41 veces el salario de un trabajador, alrededor de 1/7 de lo que representa hoy la brecha entre la ganancia de un gerente y un trabajador.

El más famoso ejecutivo del sector automotriz de mediados del siglo 20, George Romney, tenía una ganancia promedio de 275 mil dólares anuales. Poderosos ejecutivos como Romney -el padre del actual candidato a presidir el Partido Republicano, Mitt Romney- no exprimía a sus trabajadores. Ellos negociaban con ellos.

Por supuesto, la situación actual es la opuesta. Los altos ejecutivos normalmente pueden rascar unas diez veces o más, ajustando por inflación, de lo que George Romney se llevó a casa -y hacen lo que sea para conseguir estos retiros-. Ellos ajustan y tercerizan, recortan pensiones, perjudican a los consumidores, eluden los impuestos del Tio Tom y, si todo esto falla, dibujan la contabilidad.

Los ejecutivos de hace medio siglo tenían pocos incentivos para comprometerse en todas estas maquinaciones. Las tasas impositivas de la era Eisenhower lo prueban. En los 50, los ingresos superiores a 400 mil dólares se enfrentaban a unas tasas impositivas federales del 91%. En efecto, con la rígida progresividad de las tasas impositivas aplicadas, pocos ejecutivos perseguían beneficios extraordinarios.¿Para qué hacerlo?

Elevados impuestos sobre las grandes rentas y negociación colectiva para incrementar los salarios promedios. Sobre estos dos bastiones se construyó la edad de oro de la clase media a mediados del siglo XX.

Recortar el presupuesto federal – ya sea un poco, como la Casa Blanca propuso esta semana, o mucho, como reclaman los Republicanos en el Congreso- no restaurará esa edad de oro. Para hacer que Estados Unidos vuelva a trabajar para la clase obrera, necesitamos pensar más como Dwight.

Eisenhower, como saben muchos estadounidenses, advirtió contundentemente contra el «complejo industrial-militar» en su discurso de despedida de 1961. Pero unos meses antes, en unas instalaciones de la industria automotriz en Detroit, Ike hizo una advertencia aún más importante.

En muchos países, decía el presidente, «unas pocas familias son increíblemente ricas, pagan muchos menos impuestos de lo que deberían, y son completamente indiferentes a la pobreza de la mayor parte de la población». En esos países, continuaba Ike, no existe ninguna «capacidad de poder de compra».

 «Un país en esa situación», advertía, «se enfrenta a una contínua inestabilidad»

Ike imaginó esta advertencia como relato conveniente en el marco de la guerra fría. Él nunca soñó con que una elite desmesuradamente rica, reticente a los impuestos e indiferente con sus sociedad dominara su país. Ese sueño, para Ike, hubiese sido una pesadilla.

Vivimos en esta pesadilla que no soñamos.

Sam Pizzigati edita Too Much, un semanario electrónico sobre abusos y desigualdades  publicado por el Instituto de Estudios Políticos, con base en Washington.

Traducción para www.sinpermiso.info: Camila Vollenweider

http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3966