En el imaginario colectivo de Latinoamérica, el barrio caraqueño del 23 de Enero -o simplemente ‘El 23’- es sinónimo de delincuencia y violencia. Está considerado uno de los lugares más peligrosos no sólo del subcontinente, sino del mundo entero. ‘El 23’ está encaramado a unos cerros en pleno centro de la capital venezolana, justo frente […]
En el imaginario colectivo de Latinoamérica, el barrio caraqueño del 23 de Enero -o simplemente ‘El 23’- es sinónimo de delincuencia y violencia. Está considerado uno de los lugares más peligrosos no sólo del subcontinente, sino del mundo entero. ‘El 23’ está encaramado a unos cerros en pleno centro de la capital venezolana, justo frente al Palacio Presidencial de Miraflores y el Ministerio de Defensa. En los años 50, la dictadura de Marcos Pérez Jiménez planeó instalar a unas 9.000 inmigrantes rurales en unos inmensos bloques de apartamentos. No dio tiempo. En 1958, un movimiento cívico-militar con un gran apoyo popular derrocó a la dictadura. Más de 60.000 personas de las clases empobrecidas tomaron los apartamentos. Los nuevos pobladores bautizaron el barrio con la fecha en la que el dictador huyó de Venezuela. Alrededor de los edificios se levantaron casitas de ladrillo visto -muchas de ellas infraviviendas- para albergar a las miles de familias que continuaron llegando a lo largo de los años. Hoy se agolpan en la zona más de 200.000 personas.
Durante las largas décadas de dominio neoliberal, la violencia de ‘El 23’ y de otros barrios de Caracas fue utilizada por la clase dirigente para amedrentar a la población, en especial a los sectores medios. La represión y el recorte de libertades se justificaban para controlar a las supuestas hordas de delincuentes que bajarían de los cerros para robar y matar a las honradas familias. Con el concurso imprescindible de unos medios de comunicación de masas que prácticamente reducían toda la información a los sucesos, las élites económicas y políticas desviaban la atención de la sociedad hacia esa presunta amenaza. Así pudieron imponer un modelo capitalista radical sin estar sometidos al escrutinio de una opinión pública vampirizada por la cuestión de la inseguridad.
La oligarquía ocultaba las causas de la delincuencia, que no eran otras que las profundas injusticias sociales de las cuales era responsable. Y dentro de esta estrategia invisibilizaba también que el 23 de Enero podía ser un barrio peligroso pero sobre todo era un barrio con un rico tejido asociativo donde sus vecinos y vecinas se organizaban para cubrir las carencias que no atendía un Gobierno que los despreciaba y criminalizaba.
Las décadas de los años 70 y 80 fueron de lucha reivindicativa y también de represión. Las incursiones policiales dejaron centenares de muertos. La mayoría de los asesinatos quedó impune. En los años 80, el abandono del Gobierno era tal que el vecindario organizado secuestró cerca de 40 vehículos públicos -entre ellos todoterrenos, camiones, autobuses y remolques- y los utilizó como moneda de negociación. A cambio de suministro eléctrico, agua o alcantarillado, la gente de ‘El 23’ iba devolviendo los vehículos.
El Gobierno no olvidó esta ofensa ni muchas otras de un barrio orgulloso y consciente. El 27 y 28 de febrero tuvo lugar el conocido como ‘Caracazo’. Las drásticas políticas neoliberales de recortes y subida de precios de bienes y servicios básicos decretadas por el recién elegido presidente Carlos Andrés Pérez, y que no figuraban en su programa electoral, provocaron protestas, manifestaciones y saqueos. La represión fue violentísima. El Gobierno sacó al Ejército a las calles. Según fuentes oficiales, fueron asesinadas 300 personas. Otras fuentes elevan esta cifra hasta casi dos millares. ‘El 23’ fue uno de los barrios más castigados. Policía y Ejército entraron no en busca de delincuentes, sino de los líderes vecinales. Muchos de ellos fueron asesinados. Una exposición permanente y diversos murales callejeros recuerdan hoy a los caídos del barrio.
El aliado de Miraflores
La llegada al poder de Hugo Chávez en 1998 cambió las relaciones entre el Gobierno y el barrio. Por primera vez, la población de ‘El 23’ sentía que el inquilino de Miraflores, el Palacio Presidencial del que apenas le separa una suave pendiente, era un aliado y no un enemigo.
Joel y Mereida son dos líderes vecinales que vivieron en primera línea el cambio radical que supuso la victoria de Chávez. Fueron tiempos duros. La naciente esperanza chocaba con prejuicios sólidamente instalados por la oligarquía con la ayuda de los medios de comunicación de masas. Este matrimonio recuerda que todavía funcionaban bulos como que el nuevo Gobierno les iba a quitar las casas o iba a llevarse a sus hijos para devolvérselos con 18 años convenientemente adoctrinados. «Así que cuando llegó la gente del nuevo Gobierno para hacer un censo de vivienda y población para ver qué necesidades había, casi nadie quiso abrirles la puerta», explica Mereida.
La aparición en el barrio de los primeros contingentes de médicos cubanos para llevar la sanidad a lugares a los que jamás había llegado -la mayoría de los profesionales sanitarios venezolanos trabajaba en la sanidad privada y la cobertura pública era mínima o inexistente- avivó los rumores esparcidos por la derecha de que Fidel Castro, en connivencia con Chávez, preparaba la invasión del país. Los médicos eran acosados y amenazados. El vecindario se organizó para protegerlos. «Nunca los dejábamos solos», recuerda Joel. Poco a poco, la realidad se fue imponiendo y el vecindario comenzó a valorar su presencia y su trabajo.
Todas las esperanzas estuvieron a punto de truncarse con el golpe de Estado del 11 de abril de 2002. Joel fue una de las personas que trató ese día de defender infructuosamente la legalidad constitucional. «Nosotros teníamos piedras, ellos pistolas. Piedras contra pistolas, esto no puede ser, pensé, y me vine a casa». Todavía tiene alojada una esquirla de metralla en el pecho.
Sin embargo, el rumor de que Hugo Chávez no había renunciado -como proclamaban los medios golpistas- empezó a extenderse al día siguiente por todos los barrios humildes de Caracas. El día 13, decenas y decenas de miles de personas bajaron del 23 de Enero, de Petare, de El Silencio, de todos los cerros de la ciudad, abortaron el golpe de Estado y restituyeron el orden democrático. Desde entonces, la alianza de ‘El 23’ con Chávez es casi indestructible y elección tras elección el presidente supera con facilidad el 70% de los votos.
Construyendo el barrio
Los Consejos Comunales son una forma de poder popular donde la propia comunidad formula, ejecuta, controla y evalúa las políticas públicas. Este instrumento de democracia participativa y protagónica fue sancionado y regulado por la Ley Orgánica del Poder Popular de 2010. El Consejo Comunal del sector en el que residen Joel y Mereida está tratando de conseguir para la zona un puesto estatal de alimentos a bajo coste. La desnutrición ha sido erradicada de Venezuela. En 1998, el 80% de la población no podía hacer tres comidas al día. En la actualidad, el 96% de los venezolanos hace tres o más comidas diarias. Esto se ha conseguido gracias a unas intensas políticas públicas, con una dotación presupuestaria suficiente, para garantizar el acceso a la alimentación de la ciudadanía y resistiendo a las presiones y el chantaje de las multinacionales de la alimentación.
El debate del Consejo es si ceder su local para instalar allí el puesto alimentario o buscar otro lugar. Una parte se decanta por el local, ante la dificultad de encontrar un nuevo emplazamiento; otros miembros creen que la sede debe ser tan sólo para el Consejo, para resaltar su importancia como núcleo de la organización barrial.
Estas cuestiones recuerdan a la lucha de las asociaciones vecinales en el Estado español en los años 60 y 70. Las reclamaciones concretas como la luz o el agua encubren, muchas veces de forma inconsciente, una profunda reivindicación de justicia social. Cada objetivo alcanzado es una nueva victoria en la batalla por una sociedad mejor.
El futuro del proceso
La educación es otro de los grandes logros de la acción de Gobierno. En 2005, Naciones Unidas concedió a Venezuela el título de Territorio Libre de Analfabetismo. Fue el primer peldaño para la extensión de la educación en todos los escalobnes, desde la primaria hasta la superior. El 85% de la juventud venezolana cursa estudios universitarios. Venezuela es hoy el quinto país del mundo en tasa de población universitaria y el segundo de Latinoamérica tras Cuba.
Este gigantesco salto no habría sido posible sin las miles de personas que salieron voluntariamente a alfabetizar a la población tras el triunfo de 1998. En este sector de ‘El 23’, una joven estuvo cinco años dando clases de lunes a viernes toda la jornada lectiva sin cobrar un solo bolívar. Recuerda cómo robaba horas a su vida familiar, a sus hijos y a sí misma para alfabetizar tanto a menores como a mayores. Ahora se queja porque muchos docentes enviados por el estado no carecen de la mentalidad transformadora de aquellos tiempos o, directamente, son de derechas. «No le podemos dejar la educación de nuestros hijos a la derecha», afirma.
La Venezuela que alumbró a aquellas generaciones de héroes y heroínas anónimos difiere en muchas cosas de la actual. El crecimiento económico ha traído consigo una creciente desideologización de la juventud, criada en una sociedad con mayores niveles de consumo. El analista Argimiro León advierte de que las preocupaciones de los cuatro millones de nuevos votantes se focalizan en «más centros comerciales, más ropa de marca, más I-Pad…» y califica a esta generación de «antipolítica».
Dos jóvenes de ‘El 23’ reconocen que no están muy interesados en la política. El empleo es su principal preocupación. A uno de ellos, en paro, le gustaría trabajar en un organismo público. Ha oído decir que los trabajadores, con el Estado, viven mejor. El otro está empleado en una fábrica de confección de ropa, pero le gustaría establecerse por su cuenta y crear su propia marca de prendas de vestir. Para comenzar, comenta, necesitaría un microcrédito.
Estos jóvenes piensan y actúan de una forma muy diferente a la de sus padres. Frente a la auto-organización a la que se vieron obligados estos, ellos cuentan con el aparato estatal más activo que haya conocido Venezuela en toda su historia. De la respuesta que se sepa dar a las necesidades y anhelos de esta nueva generación dependerá el futuro del proceso. Las elecciones del 7 de octubre servirán para comprobar la sintonía entre la juventud y la Revolución.
Alejandro Fierro es periodista y colaborador de la Fundación CEPS
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