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Aranguren y Valverde

Desde el recuerdo

Fuentes: El Catoblepas

I. Inicios de una amistad En el presente trabajo vamos a intentar dar cuenta, siquiera someramente, de la relación que mantuvieron los dos pensadores que figuran en su título, ambos ocupan un lugar destacado en el pensamiento hispano del pasado siglo. Recordémosles también ahora porque en este año hace ya veinte que ambos fallecieron. Es […]

I. Inicios de una amistad

En el presente trabajo vamos a intentar dar cuenta, siquiera someramente, de la relación que mantuvieron los dos pensadores que figuran en su título, ambos ocupan un lugar destacado en el pensamiento hispano del pasado siglo. Recordémosles también ahora porque en este año hace ya veinte que ambos fallecieron. Es sabido que si redujésemos la relación entre nuestros pensadores a una escueta fórmula ésta fácilmente podría ser la de «No hay estética sin ética», expresión alusiva a la renuncia de Valverde a su cátedra en solidaridad con una serie de profesores expedientados por el franquismo debido a su oposición al mismo, entre los cuales se encontraba Aranguren, con el cual mantenía una relación y conocimiento mayor que con cualquiera de los otros. No se trata aquí de ver con cierto detenimiento el significado de tal renuncia, pero es evidente que la misma fue un hito destacado en la relación entre ambos. Pero empecemos por el principio, es decir, ¿cómo se conocieron, cuál fue el escenario de fondo sobre el que se gestó la relación de amistad entre ambos?

Como decíamos, es conocida la relación entre José María Valverde (1926-1996) y J.L.L. Aranguren (1909-1996), nuestros autores se habían conocido en el despacho de Luis Rosales en la revista Escorial, mientras ambos esperaban a ser atendidos. Dice Valverde en «José Luis Aranguren, real y posible»{2} que el tipo flaco y calvo que aguardaba sentado a la mesa de Rosales mientras él, muchacho desgarbado y larguirucho, esperaba de pie, le pareció un pobretón que ojeaba para pasar el tiempo un libro de poesía que había delante suyo, y cuyo autor resultaría ser, precisamente, el desgarbado que permanecía de pie. Luego supo que el calvo que parecía un pobretón era en realidad un rentista que incluso tenía un «haiga» y que escribía cómodamente en un amplio piso de Madrid rodeado por su familia. A partir de entonces ambos compartirán un ambiente en el que la oposición al franquismo pasaría con el tiempo de ser discreta a explícita, como transitando primero por un ambiente que la iría propiciando, donde del estado de ánimo (como diría Valverde en alguna ocasión) en el que se contaban chistes contra el dictador, pero sin ir al fondo de la cuestión política, se pasaría al enfrentamiento directo. Comparten también ambos por los primeros años de su relación ciertos gustos intelectuales, como la asistencia a las tertulias de Eugenio D´Ors, aunque a Aranguren le interesaba más Zubiri, a cuyas charlas también acudían los jueves en La Unión y el Fénix. Puede que lo más arriesgado que en tal sentido hicieran por entonces fuese asistir al entierro de Ortega, aunque no era lo más oportuno en tal situación, dirá Valverde, refiriéndose con ello a que por entonces (1955) ambos se encontraban preparándose a cátedras y con el examen en ciernes.

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