Próximo a cumplirse el vigésimo aniversario de la firma del Tratado de Maastricht, la UE no está para grandes celebraciones, sino para preguntarse qué ha fallado. Entre los fallos figuran las «lagunas de Maastricht» relacionadas con la falta de mecanismos de cohesión fiscal y social y de control y seguimiento de la deuda privada de […]
Próximo a cumplirse el vigésimo aniversario de la firma del Tratado de Maastricht, la UE no está para grandes celebraciones, sino para preguntarse qué ha fallado. Entre los fallos figuran las «lagunas de Maastricht» relacionadas con la falta de mecanismos de cohesión fiscal y social y de control y seguimiento de la deuda privada de los países (ya comentadas en Público, 09-05-2010) que presentaron un marco propicio para que las desigualdades y conflictos se acentuaran en la eurozona, espoleadas por la disparidad de modelos, de intereses y de poder observada entre los países miembros. Esta disparidad, que habría podido resultar complementaria en un espacio más cohesionado, se acentuó hasta convertirse en un conflicto que no sólo enfrenta a países comercialmente excedentarios o ahorradores, como Alemania, y países deficitarios, como España, acostumbrados a cubrir su necesidad de financiación atrayendo capitales del resto del mundo. O a países que apoyan el crecimiento económico en su capacidad exportadora y aquellos otros habituados a apoyarlo en burbujas especulativas y demandas internas. También enfrenta, por un lado, a una Alemania interesada en mantener un euro fuerte, tanto por su condición de acreedora como por el hecho de que una divisa fuerte apoya su competitividad en la deslocalización de procesos exigentes en mano de obra barata y contaminación, para ensamblar y exportar productos de alto componente tecnológico cuya marca de calidad hace su demanda poco sensible al aumento de precio. Y, por el otro, a países como España que, sin devaluación de la moneda, difícilmente pueden apoyar la reactivación económica en la expansión de unas exportaciones poco diferenciadas y/o con escaso componente tecnológico.
La cerril imposición de los intereses alemanes impone también, sin decirlo, la desintegración europea: mientras en 2011 los países europeos del sur -tras recortar gastos sociales, salarios y pensiones que a penas eran la mitad de los pagados en Alemania- se hundían más y más en la depresión, la economía germana sacaba partido de ello acusando un notable repunte económico, animado por la atracción de capitales que ahora ejerce como «país refugio». ¿Hasta cuando durará la ceguera voluntaria de nuestros gobernantes hacia los problemas de fondo de la eurozona?
http://blogs.publico.es/delconsejoeditorial/2141/desigualdad-y-desunion-europea/