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Desmantelando la vida en Iraq

Fuentes: Tomdispatch.com

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Introducción

Según se informa, tras cinco meses de confusión, altercados, titubeos, vacilaciones y tácticas represivas por parte de nuestro embajador en Iraq, Zalmay Khalilzad, y de varios altos funcionarios estadounidenses que llegaron de improviso, Nuri al-Maliki, el Primer Ministro designado, ha nombrado a su gabinete y parece que, finalmente, va a establecerse un gobierno en la Zona Verde de Bagdad. Por el momento, no parece probable que su ámbito de actuación llegue mucho más allá de las cunetas y fortificaciones de ese mini-estado-ciudadela protegido por los estadounidenses. Mientras tanto, la poca autoridad de gobierno que aún existía en Iraq parece menguar a toda velocidad – y no sólo en la mayor parte de las zonas sunníes del país. (Sin embargo, según Mathieu Guidère y Peter Harling de Le Monde Diplomatique, en algunas zonas de la provincia sunní de al-Anbar el control parece estar pasando a otras manos «de gobierno»: «Se ha puesto en marcha un procedimiento formal para que los conductores de camiones paguen una especie de póliza de seguro (a los grupos insurgentes) que les permita cruzar el gobernorado, siempre que no estén abasteciendo al enemigo».

En la ciudad de Basora, en el sur chií, el periodista británico digno de confianza Patrick Cockburn informa que, según un funcionario del ministerio de defensa iraquí, se está cometiendo una media de un asesinato a la hora y la policía local «no se atreve ya a ir al lugar donde ha habido un asesinato porque temen ser atacados». Efectivamente, cuando un dirigente tribal fue recientemente asesinado por unos hombres con uniformes de policía, fue saqueada seguidamente una comisaría local y once policías murieron. Los asesinatos en represalia de todo tipo de actos parecen estar asolando el país como una compleja guerra civil de bajo nivel que va creciendo en intensidad. De hecho, Juan Cole, experto en Oriente Medio, comienza ahora habitualmente su blog diario en su página de internet «Comentarios Bien Fundados» con líneas de este estilo: «La guerra civil iraquí se llevó el martes las vidas de otras 42 personas»).

Nada de todo esto parece haber influido en que se reduzca la insurgencia sunní. Si en algo ha cambiado es en que está mejor organizada que hace un año, lo que ha hecho que aumentara el número de muertes de militares estadounidenses durante la primera mitad de mayo, que alcanzan ya la cifra de 45, la más alta en muchos meses, aunque esas muertes se están produciendo de dos en dos o de tres en tres debido sobre todo a las bombas colocadas junto a las carreteras, y apenas ocupan ya las portadas de los periódicos en EEUU. Al mismo tiempo, la utilización por el ejército estadounidense del potencial militar aéreo y de la artillería contra ciudades y pueblos iraquíes sigue siendo un hecho habitual (aunque, de nuevo, apenas es recogido por la prensa estadounidense). A continuación transcribo algunos de los pasajes que quedan sepultados entre los resúmenes de historias sobre Iraq: Véase uno relacionado con la ciudad de Yusufiyah: «Las tropas terrestres pidieron más apoyo aéreo y los aviones y helicópteros machacaron las posiciones enemigas, matando aproximadamente a más de 20 sospechosos de pertenecer a la resistencia… Un potente ataque aéreo dirigido por las fuerzas de EEUU obligó a huir a muchas familias de la zona. El ataque mató a varios civiles y arrasó sus hogares. ‘Pasamos una noche larga y terrorífica con nuestras familias y niños’, dijo Qaraghouli. O esta breve frase en relación con los combates en la ciudad de Ramada: «…Según los residentes en la zona, las tropas estadounidenses se enzarzaron en un intenso combate con un buen número de insurgentes en los cercanos cuarteles, matando a algunos mediante disparos y ataques de artillería,».

Ahora, véamos una típica descripción de la Fuerza Aérea de EEUU de una acción diaria en Iraq: «Aguilas F-15 de la Fuerza Aérea, Halcones de Combate F-16 y 28 Avispones de las Fuerzas de la Marina de Guerra proporcionaron un intenso apoyo aéreo a las tropas de la coalición que combatían contra insurrectos cerca de Al Hawijah, Al Iskandariyah, al Mahmudiyah, Bagdad y Hawiyah».

Como Michael Swchartz señala, el resultado de estas acciones supone un nivel de destrucción constante que, acumulado, ha devastado las ciudades y pueblos iraquíes. En el artículo se entra a considerar la naturaleza de la continua destrucción y la forma en que las autoridades estadounidenses pusieron los cimientos de la misma mediante la deconstrucción programática del país. Los resultados están cada vez más claros para cualquiera que observe con interés. Muy recientemente, y a través de una investigación sobre la desnutrición entre los niños iraquíes llevada a cabo por el gobierno con el apoyo de Naciones Unidas, se ha hallado que ésta se ha disparado hasta «niveles alarmantes». (Según el informe, casi uno de cada diez niños en «edades comprendidas entre los seis meses y los cinco años sufría de desnutrición aguda», muy por encima de los niveles de desnutrición alcanzados en los peores momentos del gobierno de Saddam).

Robert Reid, el reportero de AP, refleja algo en su blog de cómo es la vida diaria en Bagdad sin electricidad, de la que tampoco disponen los reporteros occidentales, cuando describe cómo hay que ducharse cuando el agua de forma breve y milagrosa empieza a manar. «Hay una oscuridad total pero a mi edad, y en cualquier caso, ya sé donde están todas las partes de mi cuerpo… Ahora viene la parte difícil: afeitarte en la oscuridad. Sólo a un optimista auténtico se le ocurriría llevarse una maquinilla eléctrica a Bagdad. Busco a tientas en la oscuridad, mis manos encuentran en el estante la crema de afeitar en el estante pero la maquinilla está escondida por el rincón donde cayó en mi búsqueda anterior del jabón….» Y así va todo – en la capital del continuamente deconstruido Iraq.

Tom Engelhardt

Sobre Cómo la Administración Bush Ha Ido Deconstruyendo Iraq

Michael Schwartz

Por lo general, a través de la cobertura que los medios han hecho de la Guerra de Iraq, se ha ido describiendo el actual atolladero como el resultado del fracaso estadounidense a la hora de conseguir una serie de objetivos que hubiera sido admirable lograr: suprimir la insurgencia que está intimidando al pueblo iraquí y saboteando la economía; parar la violencia étnica-religiosa que se ha convertido en la fuente principal de víctimas civiles; construir un ejército iraquí que pudiera establecer y mantener la ley y el orden; reconstruir los sistemas de electricidad y alcantarillado y el resto de la dañada infraestructura del país; aumentar la producción de petróleo para colocar a Iraq en una trayectoria económica positiva; eliminar los elementos que han hecho del crimen en las calles una actividad extendida y rentable; y respaldar un parlamento electo que pueda gobernar con eficacia. El fracaso de EEUU, pues, reside en su incapacidad para detener e invertir las fuerzas destructivas dentro de la sociedad iraquí.

Ese retrato más bien amable de EEUU como alguien torpe e incompetente, incluso de gigante incompetente abrumado por unas fuerzas inesperadas que están desgarrando la sociedad iraquí es notablemente inexacto: La mayor parte de la muerte, destrucción y desorganización en el país ha sido, al menos en sus orígenes, una consecuencia directa de los esfuerzos estadounidenses para instaurar por la fuerza una revolución social y económica, a la vez que utilizaba una fuerza abrumadora para suprimir cualquier resistencia ante ese proyecto. Ciertamente, la insurgencia, los yihadistas etno-religiosos y las bandas criminales han contribuido entre todos al descenso a los infiernos de las ciudades y pueblos iraquíes, pero su papel ha sido secundario y en muchos casos reactivo. El motor de la desintegración era -y continúa siendo- la ocupación dirigida por EEUU.

Reparando el Oleoducto en Al Fatah

De vez en cuando, en alguna ocasión, conseguimos vislumbrar algo de esa realidad no denunciada. El 25 de abril, James Glanz del New York Times ofreció un pulcro escaparate de la fealdad de la culpabilidad de EEUU. Contó la historia del esfuerzo estadounidense para reparar un oleoducto inoperante en Al Fatah, un pueblo situado a unas 130 millas al norte de Bagdad. El oleoducto había sido dañado al comienzo de la guerra por un ataque aéreo estadounidense contra un puente que atravesaba el río Tigris.

En abril de 2003, inmediatamente después de la caída del régimen de Saddam Hussein, se pusieron en marcha los planes para reparar el puente y restablecer el oleoducto. Las valoraciones originales indicaron que «costaría unos 5 millones de dólares y que llevaría menos de cinco meses conectar las tuberías que cruzaban el puente una vez que éste estuviera reparado». Sin embargo, se asignaron 75,7 millones de dólares para las tareas de reparaciones. Se empezó a trabajar casi inmediatamente, ya que las autoridades ocupantes estadounidenses estaban ansiosas de apropiarse de los ingresos del petróleo de 5 millones de dólares diarios que el oleoducto reparado prometía.

Pero los problemas empezaron a surgir casi inmediatamente – el primero y principal por la decisión de las autoridades de la ocupación de no reparar el puente. Como consecuencia, KBR, la filial de Halliburton, que se encargaba del proyecto, se vio obligada a buscar una nueva ruta para el oleoducto a través del Tigris. Para abordar este problema inesperado, todo el presupuesto de los 75 millones de dólares -elaborado originariamente para reparar tanto el puente como el oleoducto- fue reasignado sólo al proyecto del oleoducto. Sin embargo, cuando Robert Sanders, del Cuerpo de Ingenieros del Ejército, llegó ocho meses después, en junio de 2004, para inspeccionar el trabajo, ya se había superado en dos meses la fecha prevista para su terminación.

Lo que Sanders encontró ese día, según Glanz, «parecía como si una especie de gigantesca operación de corazón para implantar un by-pass se hubiera convertido en una pesadilla monstruosa. Toda una dotación había estado haciendo una zanja de unos 92 metros de largo junto a una gigantesca perforadora en un desesperado intento por sacar algo del lecho del río». Un supervisor le dijo más tarde a Sanders que sabían que eso era imposible, pero «que habían recibido órdenes de la compañía a cargo del proyecto de continuar como fuera». El desenlace llegó enseguida: «Una vez que el proyecto hubo consumido todos los 75,5 millones de dólares designados, el trabajo se paró».

Sanders presentó un mordaz informe detallando lo que denominó como «negligencia culpable» por parte de KBR. Pero su informe tuvo el más modesto de los impactos. Aunque el Cuerpo de Ingenieros del Ejército le quitó a KBR sus primas y honorarios por el proyecto, no se hizo nada para recuperar los millones dilapidados o para obligar a la compañía a completar el proyecto.

Cuatro aspectos importantes se derivan de esta historia:

Primero: El oleoducto fue dañado y el puente destrozado por las fuerzas estadounidenses. El ataque fue ordenado el 3 de abril de 2003 por el General T. Michael Moseley «para impedir que el enemigo cruzara el puente». Este tipo de acción se convirtió en algo habitual en los daños causados por EEUU en las infraestructuras iraquíes. Durante las batallas iniciales de la invasión y después, durante los barridos contra la resistencia iraquí una vez que empezó la ocupación, las fuerzas estadounidenses destruyeron o dañaron carreteras, puentes, conexiones eléctricas e instalaciones petrolíferas, alcantarillas y plantas de tratamiento de aguas, estructuras industriales y comerciales, incluso mezquitas y hospitales. Aunque ese tipo de estructuras fueron también objetivos de la resistencia, especialmente los oleoductos y los tendidos eléctricos, sus poderes destructivos fueron relativamente modestos comparados con los que el poder aéreo estadounidense puede ocasionar con bombas de 230 a 1000 kilos de peso.

Segundo: En lugar de reparar simplemente los daños, EEUU emprendió una revisión y puesta a punto importante del sistema de oleoductos. Las autoridades de la ocupación sustituyeron el plan inicial de reparar el puente y el oleoducto por otro que implicaba sumergir un nuevo oleoducto en el lecho del río Tigris, con un procediiento que hizo que el coste de la reparación se disparara de 5 a 75 millones de dólares.

Esta decisión estratégica reflejaba el amplio proyecto estadounidense de reformas económicas que suponía la aniquilación de las empresas estatales iraquíes (incluidas aquellas que tenían mucha experiencia precisamente en esa clase de trabajo de reparación) y así meter de rodillas a la economía iraquí en la globalización. Infraestructuras y equipamientos modernos, introducidos por todas partes por las corporaciones multinacionales de propiedad básicamente estadounidense, tendrían que ser mantenidas por esas mismas corporaciones. Esta «apertura» económica fue el eje primordial de la política de ocupación, y la Autoridad Provisional de la Coalición de L. Paul Bremer, alojado en los viejos palacios de Saddam en la Zona Verde de Bagdad, desplegó mucha planificación y energía en este esfuerzo. Todos los proyectos de reconstrucción emprendidos con los 18.000 millones de dólares que el Congreso asignó a esas tareas (así como todo el dinero del petróleo iraquí al que pudieron echar mano) tenía ese propósito.

Tercero: El contratista sabía de antemano que el proyecto podía fracasar. El proyecto para cruzar Al Fatah era uno de los muchos emprendidos sin licitación por KBR, la omnipresente filial de Halliburton. Al poner en marcha su ambicioso plan, los funcionarios de KBR parecieron ignorar al menos tres informes técnicos que advertían «que el esfuerzo sería en vano si se llevaba a cabo como se había planeado». Una investigación posterior del Inspector General para la Reconstrucción de Iraq de EEUU concluía: «Las complejidades geológicas que hicieron que el proyecto fracasara no sólo eran previsibles sino que estaban cantadas«.

Por eso, ¿por qué KBR siguió un plan destinado al fracaso? Glanz no planteó esta pregunta, pero se puede encontrar la respuesta en el impacto combinado de dos de los elementos utilizados por la política de reconstrucción de EEUU: ausencia de licitación y ausencia de autorregulación por parte de los contratistas. En ausencia de una licitación competitiva, existía un incentivo para ofrecer y ejecutar las versiones más ambiciosas y caras de cualquier proyecto y así se iban acumulando de forma secreta beneficios durante su ejecución. En este caso, la cancelación del proyecto de reconstrucción del puente sólo fue otro incentivo más, ya que el dinero reservado de antemano a ese fin podría ahora engrosar el presupuesto de reparación del oleoducto.

Ese tipo de tendencias hacia el despilfarro y la corrupción podrían haber sido limitadas en condiciones normales mediante procedimientos rigurosos de supervisión. Pero en Al Fatah, al igual que en otros lugares en Iraq, no se puso en marcha ningún sistema de supervisión de los proyectos de reconstrucción. Como resultado, no existía ninguna vía formal para controlar a las compañías extranjeras, penalizarlas por el exceso de costes injustificados o por el fracaso en ejecutar un contrato como se había prometido (excepto algunas melladas investigaciones ex post facto).

Las consecuencias de este fatalmente defectuoso sistema de contratación son visibles en estos momentos por todo Iraq, donde son legión los proyectos inapropiados, inadecuados, incompletos incluso nunca comenzados (pero siempre pagados); y donde, en todos y cada uno de los casos, los contratistas recibieron muchos dólares hasta por los trabajos más chapuceros. Cuando los medios informan de tales situaciones apelan habitualmente, como si fuera una especie de mantra, a la explicación de que la creciente necesidad de seguridad frente a los ataques de la resistencia eleva los seguros y otros costes hasta niveles absurdos, o que, simplemente, paran el trabajo y que esa es la raíz de ese tipo de problemas. El informe de Glanz, para honra suya, pone específicamente esa explicación en el lugar que le corresponde: «Aunque los fracasos de la reconstrucción se atribuyen de forma rutinaria a los ataques de la resistencia, un examen del proyecto muestra que la desastrosa toma de decisiones y ejecución han tenido igualmente una importancia fundamental».

Como consecuencia de esas pautas de actuación, multiplicadas a través de todo el esfuerzo de reconstrucción, los proyectos más rentables eran los más ambiciosos y en algunas ocasiones se convertían en más rentables cuanto más desastrosos eran los resultados.

Cuarto: El Proyecto no ha sido terminado y puede que nunca lo sea. El inspector Sanders fue enviado a investigar por qué KBR actuó de forma delictiva al llevar a cabo el proyecto. Dictaminó que el proyecto había fracasado y que la gente encargada del mismo había manifestado estar de acuerdo en que «era justo el lugar equivocado para llevar a cabo perforaciones horizontales». Pero, para entonces, «se había gastado ya todo el dinero»; no quedaban fondos para haber podido desarrollar una nueva estrategia.

Esto ocurría en julio de 2004. En abril de 2006, cuando Glanz emprendió su investigación, se había encargado un nuevo proyecto, utilizando las habilidades de otras dos corporaciones y una estrategia más modesta; no obstante, se esperaba que alcanzara ahora un coste de alrededor de 40 millones de dólares. Según el Coronel Richard B. Jenkins, el oficial del ejército que estaba ahora al frente, era «un proyecto básicamente acabado», pero un funcionario de la Compañía iraquí de Petróleo del Norte se permitió disentir. Señaló que aún no se había transportado ningún petróleo a través de esos oleoductos. Si el proyecto llegaba a terminarse de alguna forma, desde luego iba a seguir siendo vulnerable en toda su longitud a los ataques de una insurgencia surgida en parte ante el fracaso de ese tipo de proyectos a la hora de proporcionar los servicios fundamentales que cualquier economía moderna necesita. Los oficiales estadounidenses saben ahora que la producción aumentará «sólo cuando los iraquíes puedan proteger el oleoducto entero» – lo cual, desde luego, no deja de ser un castillo en el aire.

El calendario de hechos en Al Fatah -tres años, por ahora, para completar un proyecto que las bien preparadas compañías iraquíes hubieran terminado en meses- ejemplifica el sistema empleado por los estadounidenses para «reconstruir» las instalaciones petrolíferas del país. Antes de la invasión, Iraq producía cerca de tres millones de barriles de petróleo al día, una cifra bastante por debajo de su potencial. Solo en seis de los treinta y seis meses que dura la invasión estadounidense el promedio diario ha sobrepasado los dos millones de barriles. Al igual que en Al Fatah, otros proyectos de recuperación se vinieron abajo, fracasaron o se vieron anulados por nuevos actos de destrucción.

El Corrosivo Impacto de los Esfuerzos de Reconstrucción

Si cabe, las cosas están peor en otras áreas de infraestructuras. El compromiso inicial de EEUU de dedicar 18.000 millones de dólares a la reconstrucción se ha visto engordado por cifras desconocidas de ingresos sobrantes del petróleo de la época de Saddam y quizá de 5.000 millones de dólares provenientes de ingresos diversos, fundamentalmente donaciones y créditos de otros países. Ese total estaba sustancialmente por debajo de la cauta estimación inicial de Naciones Unidas acerca de que se necesitarían 56.000 millones de dólares para restaurar la viabilidad de las infraestructuras tras la invasión inicial (que siguió a los daños causados en la Guerra del Golfo de 1991 y a los años de duras sanciones que se impusieron tras ésta), una cifra que se elevó de forma dramática cuando los combates continuaron y el deteriorado estado del país se hizo completamente evidente.

No había en absoluto fondos disponibles suficientes para devolverle a Iraq la salud económica y social, y el dinero con que se contaba fue a parar a corporaciones que no se dedicaban sino a expoliar los proyectos de reconstrucción en todos los sectores donde pudieron. Por ello no debe sorprender que en otras áreas de infraestructuras las cosas fueran incluso peor que en el sector petrolífero.

El informe inicial de Naciones Unidas estimaba, por ejemplo, que eran necesarios 12.000 millones de dólares para conseguir que la red de suministro eléctrico volviera a funcionar con niveles básicos. Sin embargo, los insuficientes 5.600 millones de dólares asignados a esa labor se redujeron más aún cuando en 2004 se desviaron 1.200 millones de dólares para entrenar al ejército iraquí.

Otros proyectos tan ambiciosos y tan mal elegidos como el proyecto del oleoducto de Al Fatah estaban ya en marcha cuando los costes empezaron a dispararse porque las instalaciones eléctricas se convirtieron en blancos frecuentes tanto de la resistencia como de los estadounidenses, cada uno tratando de privar al otro de la energía que necesitaba. (Al igual que en el caso del petróleo, fue la ocupación la autora de la mayor parte de la destrucción: Donde quiera que los insurgentes saboteaban las líneas eléctricas y ocasionalmente asaltaban estaciones de conmutación, EEUU utilizaba el poder aéreo para atacar instalaciones en bastiones de la resistencia, destruyendo las centrales eléctricas en Faluya, Tal Afar, Ramada y otras ciudades).

El resultado del esfuerzo de reconstrucción quedó aún más invalidado por la misma clase de corrupción e ineficacia que caracterizó el proyecto en Al Fatah. Por ejemplo, a principios de 2006, el ministro iraquí de electricidad, Mohsen Shlash, declaró que «parte del trabajo realizado valía tan sólo el 10% del dinero que se había gastado».

Tres años y varios miles de millones de dólares han desaparecido en los esfuerzos de reconstrucción, y la capacidad creada no ha sido superior a la que había después del ataque inicial estadounidense y, encima, la producción de energía disponible tenía ahora que dedicarse a mantener el establecimiento masivo de la estructura ocupante. La energía eléctrica -que era prácticamente continua en Bagdad antes de la guerra- cayó a sólo de 2 a 6 horas al día a principios de de 2006; algunas barriadas cuentan tan sólo con una hora al día. En enero de 2006, Shlash estimó que se necesitarían 20 millones de dólares para reparar el sistema, casi dos veces la cifra original estimada. Casi en ese mismo momento, la administración Bush anunció que no habría más inversiones estadounidenses para la reconstrucción de las instalaciones eléctricas. Con la guerra en curso desgastando la capacidad existente, hay garantizadas nuevas caídas en la cantidad de energía con que los ciudadanos iraquíes pueden contar.

Los sistemas de saneamiento, que eran ya desesperadamente insuficientes, se vieron aún más dañados por la guerra. En este sector, los daños fueron casi exclusivamente consecuencia del poder aéreo estadounidense. Aunque ni los estadounidenses ni la resistencia eligieron como blancos las alcantarillas, las bombas de 2000 libras utilizadas por EEUU contra el régimen de Sadam, y más tarde contra los baluartes de la resistencia, destrozaron en algunos casos los alcantarillados subterráneos, haciendo que las aguas residuales fluyeran por las calles, contaminando las aguas subterráneas y los dos ríos principales del país. Como resultado de todo esto y del terrible deterioro del sistema de alcantarillado, las calles de muchas ciudades se han visto inundadas de porquería que ponen en peligro la salud.

Los 2.800 millones de dólares iniciales en dinero de reconstrucción asignado a la corporación Bechtel para la reconstrucción del sistema de aguas residuales fueron insuficientes para restaurarlo y, al igual que en otras áreas, también fueron dilapidados por la ineficacia y la corrupción mientras el sistema continuaba degenerando. Montañas de aguas residuales sin tratar contaminaron los ríos y los abastecimientos a partir de acuíferos, volviendo ineficaces los sistemas de purificación de aguas que aún funcionaban y creando una amenaza para la salud pública a lo largo del curso de los ríos Tigris y Eúfrates, incluso río abajo, en zonas donde el nivel de combates era mínimo. Al principio de 2006, el comandante estadounidense en Iraq, Teniente General Peter Chiarelli, reconoció que «sólo alrededor de una cuarta parte de la nación» tenía «agua potable». Por la misma época, las autoridades ocupantes estadounidenses anunciaron que no se ejecutarían más del 40% de los proyectos previstos de purificación de aguas y que no se iniciaría ningún otro proyecto más.

El sistema sanitario, que fue una vez el mejor de Oriente Medio, había sufrido ya enormemente antes de que empezara la guerra. Aunque pocos hospitales estaban dañados cuando empezó la ofensiva estadounidense, no se renovó el equipamiento ni las instalaciones tras la caída del régimen de Saddam. Sin embargo, al aumentar la resistencia, algunos hospitales y ambulatorios de ciudades que sufrían combates se volvieron inoperantes a causa de la artillería y los ataques aéreos estadounidenses que trataban de impedir que los combatientes de la guerrilla pudieran conseguir atención médica. Los que no fueron físicamente asaltados sufrieron destrozos en el equipamiento, carencias graves de medicinas y la salida masiva del país del personal profesional, temeroso de ser cogido en medio de los dos bandos o atrapado por las prácticas depredadoras de secuestros de bandas de delincuentes.

Mientras tanto, «el programa más importante en el sector sanitario», un contrato sin licitación por 243 millones de dólares concedida a la multinacional Parsons Corporation, apareció en los titulares a principios de 2006 cuando una investigación gubernamental estadounidense halló que sólo se completarán dentro del presupuesto inicial 20 de las 150 clínicas planeadas, y que las «medidas correctivas no podían salvar la totalidad del programa». Parsons sufrió pocas sanciones, ya que el contrato se había «terminado ya por consenso no por su causa» en enero de 2006, con sólo seis centros completados. Como se descubrió, Parsons no estaba siquiera bajo un contrato vinculante para terminar los meros 14 centros que aún debían completarse: el acuerdo negociado sólo le pedía a Parsons «que intentara acabar 14 clínicas más para primeros de abril [2006] y entonces dejara el proyecto».

En cuanto al resto de los compromisos iniciales de la ocupación estadounidense por valor de 786 millones de dólares para reconstruir el sistema sanitario iraquí, la Ciudad Sanitaria de Bagdad, uno de los principales centros hospitalarios del país, parece ser un caso típico. El Dr. Hammad Hussein dijo al reportero independiente Dahr Jamail:

«No he visto nada que indique reconstrucción alguna, aparte de los nuevos colores rosa y azul con los que han pintado nuestro edificio y las escaleras de emergencia… El problema sanitario más grave en Iraq es la carencia de medicinas. Prescribo medicamentos y sencillamente las farmacias no los tienen para poder vendérselos a los pacientes… El hospital apenas tiene sillas de ruedas, la mitad de los ascensores están rotos y los familiares de los pacientes tienen que hacer labores de enfermería debido a la escasez de personal médico».

A principios de 2006, Ammar al-Saffar, el segundo responsable del Ministerio iraquí de Sanidad, declaró al Banco Mundial:

«Para los próximos cuatro años, necesitamos de 7.000 a 8.000 millones de dólares sólo para reconstrucción. Esto no incluye el presupuesto operativo». Sin embargo, advirtió que sólo con fondos iraquíes era imposible financiar una inversión de tal calibre. «Estamos buscando por todas partes donaciones de la comunidad internacional».

Un indicador significativo de la situación de la infraestructura iraquí y de sus perspectivas inmediatas puede hallarse en las descripciones sobre la compleja embajada, denominada «el palacio de George W.» por los habitantes de Bagdad, que EEUU está ahora construyendo en el interior de la fortificada Zona Verde de la capital. Según el London Times, la estructura, que necesitará 592 millones de dólares, hará de ella «la mayor embajada sobre la tierra» y se caracterizará por «impresionantes residencias para el embajador y su adjunto, seis apartamentos para altos funcionarios y dos inmensos bloques de oficinas para que trabaje en ellas una plantilla de 8.000 personas. Contendrá también la que se rumorea será la mayor piscina de Iraq, un gimnasio vanguardista, un cine, restaurantes ofreciendo especialidades de las cadenas favoritas de comida típica estadounidense, canchas de tenis y un elegante Club Americano para actividades vespertinas».

Por tanto, una vez que la construcción esté terminada el próximo año, el personal de la embajada puede estar tranquilo de que el lugar, del tamaño de la Ciudad del Vaticano, «tendrá sus propias plantas de energía y de agua», completamente independientes de Bagdad, quedando así protegidos de los apagones y contaminación sufridas por los habitantes iraquíes de la ciudad.

Está claro que las autoridades estadounidenses que están preparando su nueva embajada no esperan renovar ningún elemento de la infraestructura iraquí en el futuro inmediato.

Deshaciendo Iraq

En última instancia, el fracaso en Al Fatah es emblemático de la inmensa deconstrucción que sufre Iraq. Excepto en el caso de la embajada estadounidense (cuya construcción va, milagrosamente, según los planes y plazos previstos), la pauta ha sido aproximadamente la misma allá donde se ose mirar: Primero, los militares estadounidenses destrozaron mortalmente las instalaciones y sistemas de apoyo existentes ya bastante dañados. En segundo lugar, la reconstrucción planificada fue totalmente insuficiente y entregada a inmensas corporaciones extranjeras (en su mayoría estadounidenses), que no tenían casi ni idea de las condiciones locales (y por lo general les importaba todo un comino). En tercer lugar, la misma reconstrucción ha sido saboteada por la ineficacia y corrupción programáticas de los contratistas, agravada por los daños continuos de la guerra de guerrillas. Cuarto, el dinero se agotó, mientras que el coste de los proyectos por terminar se disparaba mucho más allá de las primeras previsiones. Finalmente, la destrucción en curso promete erosionar aún más un sistema desesperadamente comprometido.

En enero de 2006, EEUU anunció que no habría más asignaciones estadounidenses para nada que se refiriera a la reconstrucción iraquí. Un funcionario de EEUU dijo al London Times:

«La reconstrucción estadounidense se completará básicamente este año. Nadie ha previsto que la ayuda exterior dure indefinidamente, sino que sólo se crearán las condiciones para que la economía iraquí pueda utilizar la reconstrucción de servicios esenciales para continuar haciéndolo por sus propios medios».

Sobre la cuestión de si los iraquíes pueden asumir esta nueva responsabilidad, el Financial Times informó que las mermadas exportaciones de petróleo habían privado ya a un gobierno y a una economía desesperadamente débil de los fondos necesarios. Como consecuencia «la mayor parte de las compras del gobierno se dedican a satisfacer necesidades a corto plazo» y «se dispone de muy poco dinero para financiar la reconstrucción iraquí».

La imagen en Iraq de la administración Bush como un torpe gigante, desbordado por las fuerzas destructivas existentes en la sociedad iraquí, es una distorsión perniciosa. Una inspección atenta de los hechos sobre el terreno demuestra que la misma ocupación estadounidense ha sido la fuerza destructiva primordial en Iraq, así como la fuente directa o máxima de la mayor parte de la violencia; que el ejército estadounidense, en su celosa persecución de la resistencia, sigue generando aún inmensa destrucción; y que los esfuerzos de reconstrucción estadounidense -debido a la codicia, a la corrupción y a la incompetencia- sólo han conseguido profundizar aún más la crisis de infraestructuras.

La presencia estadounidense en Iraq sigue siendo una fuerza que tiene como objetivo deshacer el país.

Michael Schwartz, Profesor de Sociología y Director de Facultad del «Instituto de Estudios Globales de la Universidad de Stony Brook, ha escrito extensamente sobre resistencia y protesta popular, y sobre las dinámicas comerciales y gubernamentales estadounidenses. Sus trabajos sobre Iraq han aparecido en numerosos sitios de Internet, incluyendo Tomdispatch, Asia Times, Mother Jones and Znet; y ha publicado en Contexts, Against the Current, and Z Magazine. Sus libros incluyen «Radical Protest and Social Structure» and «Social Policy and the Conservative Agenda» (editado con Clarence Lo). Su dirección de correo es: [email protected]

Texto original en inglés: www.tomdispatch.com/index.mhtml?pid=84463