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Desmemoria de la especulación

Fuentes: Rebelión

 La verdad es siempre revolucionaria, decía Lenin. Yo pienso que la verdad ni es revolucionaria ni  reaccionaria. En todo caso, no se casa con nadie e incomoda a todos por igual. Lo mismo te puede llevar al patíbulo por denunciar las injusticias (¿es esto revolucionario?), por ver las vergüenzas al soberano en el país de los […]

 La verdad es siempre revolucionaria, decía Lenin. Yo pienso que la verdad ni es revolucionaria ni  reaccionaria. En todo caso, no se casa con nadie e incomoda a todos por igual. Lo mismo te puede llevar al patíbulo por denunciar las injusticias (¿es esto revolucionario?), por ver las vergüenzas al soberano en el país de los ciegos (El cuento clásico del re nudo) o por señalar las miserias de la revolución y/o los revolucionarios (¿es esto reaccionario?). 

La historia nos ilustra con abundancia en cualquiera de los tres casos mencionados. Y también con abundante sangre. Analizar la situación actual de crisis sin un corsé previo resulta de lo más complicado. Se entremezcla una variopinta fauna de intereses y roles predeterminados. De que la situación es gravísima al menos ya no cabe la menor duda. Tenemos la tasa más alta de desempleo de toda Europa  (y no sólo de Europa. En Japón están alarmados como los que más porque están llegando al ¡4, 6%!), la producción ha bajado en los últimos meses más de un 20%, acercándose a los niveles de la gran depresión del 29, etc. En cambio, aún en el pasado verano, el gobierno español no reconocía tal gravedad o huía de las palabras que la nombrasen como de la peste. Consecuentemente no ha previsto un cuadro de medidas de combate mientras dilapidaba los excedentes de «caja» y hasta la fecha sigue careciendo de un plan decidido. 
Claro que no es baladí la cuestión de nombrar a las cosas por su nombre. Sólo así se explica que durante meses asistiéramos al espectáculo entre humorístico y escandaloso de vestir al monstruo con tantos pintorescos ropajes: crecimiento desacelerado o decrecimiento suave, ajuste (sano) de crecimiento u otras zarandajas similares para salir del paso. El primer colapso de la historia económica y financiera americana hace ahora 200 años incorporó a su léxico la palabra pánico. Suele decirse en medios bursátiles que el dinero es miedoso, por lo que el terror asociado a las masivas bancarrotas no ha venido siendo precisamente de los menos fundados. Los conceptos de crisis, depresión y recesión han llegado como paliativos terapéuticos antipánicos. ¿Y que hace el gobierno? 
Escucho ahora mismo al presidente Zapatero en el Congreso de los Diputados: Dialogar con la banca mientras aclara que no afectará al «erario público» (síc). Me han contado esta mañana que la ministra de Vivienda ha pedido a los bancos que «miren con cariño a las familias», que los españoles somos gente de fiar. Aún en 1907, no obstante, el llamado pánico de Wall Street sirvió para que J.P. Morgan hiciera un llamamiento al clero de Nueva York para que en sus sermones predicara la confianza e infundiera ánimos. Es más que discutible que la intercesión divina evitara el hundimiento. Las manías recurrentes especulativas denunciadas por Schumpeter fueron asimiladas como la benéfica manifestación del «ciclo de los negocios» a través de booms y estallidos: necesarios, éstos últimos, para restaurar la salud normal y expulsar el veneno del sistema. Ya que han salido estas metáforas orgánicas, compruebo que lo mismo sirven para certificar la recuperación del paciente que para apreciar susenilidad  o diagnosticar su muerte en un plazo no mayor de 30 años. Manca la prospettiva! ¿Falta perspectiva, no les parece? Hay que ser muy perspicaz para saber que a una criatura que ya ha cumplido 500 años le restan tan sólo 30. Me da que al octogenario profeta cumplido el tiempo le va a importar más bien poco. Aun con todo, Wallerstein ha aclarado que si el capitalismo vencido el plazo porfía será otra cosa peor. ¡Anda, claro! Al liberalismo salvaje del XIX le siguieron o bien las revoluciones socialistas o los fascismos. Y todo para volver a lo mismo en el XXI de mano de los neocon. Para mí que estas predicciones «científicas» pecan de voluntarismo. Me quedo con el filósofo Machado: Ni está el ayer ni el mañana escritos. Hablan otros: reducir la crisis a términos financieros, económicos es encubrir al sistema. Por supuesto, que la crisis es mayor, incluso de civilización. Pero esto tampoco es nuevo. Las civilizaciones no son cristalizaciones  a salvo de  influencias y metamorfosis  como hubiera querido el difunto Huntington.

Hablando de novedades: el apalancamiento. Es obvio que se trata de una raíz nada novedosa. Decía Galbraith que el mundo de las finanzas aclama la invención de la rueda una y otra vez, a menudo en una versión algo más inestable, cuando propiamente las operaciones financieras no se prestan a la innovación. Redescubrir el apalancamiento forma parte de las nuevas generaciones de cada siglo, sean bonos basura o los actuales Hedge Funds. Desde la tulipamanía holandesa de inicios del XVII todas las locuras especulativas (que son siempre fenómenos colectivos por mucho que se disimulen las causas o se busquen chivos expiatorios) olvidan poseídas por el coyuntural enriquecimiento que los milagros financieros no existen. Y si, en cambio, una formulación matemática inexorable: toda innovación implica la creación de una deuda garantizada en mayor o menor medida por unos bienes tangibles. 

El endeudamiento actual, no sé cuántas veces el PIB mundial, demuestra una cosa. El más difícil todavía dentro de una economía circense que alimenta los prodigios. Ahora bien, vislumbrar el fin del capitalismo, además a corto plazo, por ese desprecio a la economía productiva o por expoliación de los recursos -pienso que el petróleo sustituyó al carbón y de la misma forma podría ser sustituido, por poner un ejemplo- es ir de nuevo más lejos de lo medianamente razonable. 

Haría falta pues no sólo memoria de la especulación financiera, sino también una memoria de las especulaciones científicas que ponga tasa a tanto desenfreno teórico y de jergas, que lejos de clarificar los análisis añaden densidad a las tinieblas. Es lo que hizo Galbraith sin recurrir a jergas inevitables ni brillantísimas teorías, con una exposición no reñida con la sencillez en su «Breve historia de la euforia financiera».

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