Los llamados Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) han sido presentados como un «nuevo consenso» sobre una supuesta «nueva» estrategia de desarrollo, que ha sido aceptada, con demasiado automatismo, no sólo por la comunidad donante de carácter oficial, sino también por parte de muchos actores sociales (incluidas numerosas ONGD). La parte de «expresión de deseos» […]
Los llamados Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) han sido presentados como un «nuevo consenso» sobre una supuesta «nueva» estrategia de desarrollo, que ha sido aceptada, con demasiado automatismo, no sólo por la comunidad donante de carácter oficial, sino también por parte de muchos actores sociales (incluidas numerosas ONGD). La parte de «expresión de deseos» que contienen (con la que difícilmente se puede discrepar), parece haber eclipsado consideraciones sobre aspectos más de fondo que no se han tenido demasiado en cuenta y que, sin embargo, deberían ser debatidos en profundidad.
Elaborados sin participación
En primer lugar, hay que señalar que el propio proceso que condujo a la aprobación de los ODM estuvo, de forma poco usual para la tradición de las Naciones Unidas, exento de los correspondientes procesos participativos en forma de comisiones preparatorias previas. A este respecto no hay que olvidar que, aunque en cierta medida parecen dar continuidad a algunas de las conclusiones de las cumbres mundiales de los 90s, en las que por cierto, se dieron disensiones importantes entre las posiciones de la Tríada y las del Sur, los ODM coinciden bastante con los objetivos que a finales de los noventa se habían aprobado en el seno de la OCDE, en esa ocasión, con ausencia de los supuestos países beneficiarios.
Además, esa escasa atención a los procesos participativos también está presente en las propias estrategias formuladas para la consecución de los ODM (los mecanismos por los cuales se aprueban los DERP, mayoritariamente impuestos por la comunidad donante, son un buen ejemplo, tal y como se ha denunciado repetidamente).
Centrados en los efectos de la pobreza, no en sus causas
Un segundo grupo de elementos de reflexión y/ó crítica gira en torno de los propios objetivos. En primer lugar, se ha destacado lo -«escandalosamente»- modesto de los objetivos que, además, se centran exclusivamente en actuaciones sobre los efectos o los síntomas, pero sin entrar en diagnosticar ni actuar sobre las causas de la situación que se pretende paliar (que no curar). Así, el impreciso -pero mucho más ambicioso- objetivo del desarrollo (entendido como transformación estructural), se ha «reducido» a otro mucho más limitado, como es el de la erradicación de la pobreza (a la que además se define en términos muy restrictivos).
Además de hacer notar el empobrecimiento que tal sustitución supone, tanto para el debate sobre el desarrollo, como para los objetivos a perseguir, es importante subrayar que además, la pobreza no se relaciona en ningún momento en el contexto de las crecientes desigualdades en el mundo, ni por supuesto se la dota de dimensión mundial alguna, ya que en todo momento se hace referencia a ella como un problema interno de los países periféricos.
Por consiguiente, para su solución sólo se plantea actuar directamente sobre la población que, de forma muy restrictiva y de manera unidimensional -ingreso-, se ha calificado como pobre (aquella que vive con menos de 1$ diario) y, en ningún caso, se plantea la necesidad de introducir mecanismos redistributivos. La desigualdad no es el problema a acometer, ni tan siquiera se la menciona.
Los ODM refuerzan los planteamientos neoliberales
Tampoco se hace referencia a los aspectos no materiales del desarrollo, los ODM no se presentan como derechos exigibles por las poblaciones empobrecidas; y es evidente que los derechos, la dignidad, la libertad, etc. deberían ser componentes indisolubles de cualquier estrategia seria de desarrollo.
Se trata de objetivos que, aunque limitados, son mayoritariamente asumibles pero el problema surge en la estrategia propuesta, en la que se ignoran las causas que han conducido a la situación actual. Así, en muchos de los objetivos planteados, se obvia hacer referencia a la responsabilidad de las políticas neoliberales en el empeoramiento de algunas de las situaciones que supuestamente se pretenden revertir (el empeoramiento en los niveles educativos, de salud y salubridad o de acceso a agua potable, electricidad y otros servicios como consecuencia de las masivas privatizaciones y desregulaciones de servicios públicos experimentadas al amparo de las mencionadas políticas).
Por el contrario, se insiste en la conveniencia de centrarse en el binomio crecimiento económico – liberalización como la panacea para solventar los problemas, es decir se renueva la confianza en las premisas centrales del planteamiento neoliberal al considerar al mercado como instrumento clave y la iniciativa privada como fuerza impulsora principal. Incluso en el octavo objetivo, el único en el que, de manera muy poco concreta, se menciona a los países desarrollados y la necesidad de una cierta corresponsabilidad a la hora de buscar soluciones, se explicita que el objetivo radica en «…establecer un sistema comercial y financiero multilateral abierto». No se identifica, por tanto, ninguna contradicción entre la consecución del objetivo de la erradicación de la pobreza y el continuar con las estrategias neoliberales, centradas en adaptar los espacios nacionales a las normas de la economía globalizada.
Por consiguiente, no estamos realmente ante una «nueva estrategia» de desarrollo, sino ante una adaptación de la anterior a los cambios experimentados por el capitalismo global, ya que la materialización de los ODM a través de los Documentos de Estrategia de Reducción de la Pobreza (DERP) no se alejan demasiado de la lógica y postulados de los Planes de Ajuste Estructural (PAE) y no cuestionan en absoluto el proyecto neoliberal de adaptación de los espacios nacionales a las normas de la economía globalizada.
Incumplidos
Un tercer y último nivel de crítica a realizar se refiere al nivel de cumplimiento de los objetivos que en general, a pesar de la modestia de los mismos, según todas las previsiones realizadas hasta el momento y con algunas heterogeneidades regionales, no se cumplirán para el año previsto. Es evidente que todo ello contrasta con el triunfalismo con el que se afirmó, en el momento de su proclamación, que se trataba de objetivos realizables, que éramos la primera generación con capacidad de acometer con éxito tales objetivos. Ante esta situación, en una nueva muestra de la poca atención prestada a los mecanismos de participación, ya que tampoco se han articulado foros en los que los gobiernos, los donantes y demás instituciones internacionales puedan ser interpeladas por el incumplimiento de esos compromisos.
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