Esta figurilla de barro que ven en la imagen es un siurell mallorquín. Se lo regalaron a mi padre cuando yo apenas tenía 10 años. El mito de los siurells decía que con su pequeña flauta mágica, eran capaces de ahuyentar los vientos que venían del mar. Para nosotros, su magia estaba en su pequeña célula solar, que era capaz de transformar fotones en electricidad y mover así el motor que empujaba al caballo.
Por eso, siempre lo hemos guardado como nuestro tesoro, sabiendo que albergaba nuestra esperanza por un mundo mejor: la esperanza de que algún día conseguiríamos ahuyentar los peores presagios sobre el cambio climático.
La revolución de las renovables
Desde aquel regalo hasta hoy, han trascurrido poco más de tres décadas. Tres décadas en las que hemos pasado de sorprenderos al ver cómo la pequeña célula solar era capaz de mover al caballo de barro, a que nos parezca normal ver paneles solares cubriendo campos y tejados para satisfacer una buena parte de nuestras necesidades energéticas. Tres décadas en las que los costes de invertir en energías renovables han caído de forma espectacular. Ello ha sido posible gracias a la investigación que ha permitido la mejora de la tecnología, gracias al despliegue masivo de las nuevas inversiones que ha permitido aprovechar las economías de escala y de aprendizaje.
Según la Agencia Internacional de las Energías Renovables (IRENA), los costes de la energía solar fotovoltaica han disminuido un 82% en los últimos 10 años…y no es la única tecnología que ha experimentado tales mejoras. También la energía solar térmica, o la eólica marina o las tecnologías para el almacenamiento energético han visto cómo sus costes se desplomaban año tras año. Podemos ya decir lo que hasta hace poco era impensable: que los costes de generación con energías renovables son inferiores a los de la generación con gas o con carbón.
Las mejoras tecnológicas no sólo nos han permitido reducir los costes. También nos han abierto nuevas vías para la reducción de emisiones. En Italia, en una fábrica de pasta cerca de Nápoles, los fusilli y los spagetti se esterilizan y secan con la energía procedente de tanques en los que se mezcla gas e hidrógeno producido con electricidad de origen renovable.
Quizás así a algunos esta pasta les guste más, pero lo que es seguro es que esta nueva pasta le sentará mejor a la dieta energética del planeta. Más allá de la anécdota, este ejemplo ilustra el potencial del hidrógeno para descarbonizar muchos procesos industriales…y no sólo, también el transporte. Los coches, los camiones, los trenes e incluso los aviones propulsados por hidrógeno son ya una realidad. Tendremos que esperar todavía unos años para que estos prototipos se conviertan en soluciones comercialmente viables…pero la revolución para descarbonizar la industria y el trasporte ya está en marcha!
¿Por qué se producen las revoluciones tecnológicas?
Pero, ¿por qué ahora y no antes? ¿Por qué hemos tenido que esperar todos estos años para que se hayan hecho realidad algunas de las ideas que mentes visionarias como las de Leonardo Da Vinci, Nikola Tesla, ó Julio Verne ya imaginaron? Las disrupciones tecnológicas requieren que se acumule conocimiento, lo cual lleva tiempo…Pero el paso del tiempo no lo explica todo. En mi opinión, dos factores han sido clave para desencadenar esta revolución aquí y ahora.
Primero, la sociedad y quienes nos gobiernan han comprendido finalmente que el cambio climático es un fenómeno provocado por la acción del hombre. Hemos comprendido que si no actuamos para ponerle freno, sus consecuencias serán devastadoras. Y esta toma de conciencia ha tenido su traslación, en algunas partes del mundo, en la planificación y en la regulación medioambiental. En Europa hemos planificado cómo habrá de ser la senda de reducción de emisiones hasta 2050 para alcanzar la neutralidad climática. Y además, para conseguir este objetivo, hemos adoptado medidas regulatorias que modificarán la conducta de los consumidores y los incentivos de las empresas hacia una senda de progreso más sostenible que la actual.
Y es aquí donde entra en juego el segundo factor clave. Como nos enseñó el economista Joseph Schumpeter, es la posibilidad de generar ganancias lo que impulsa al emprendedor a innovar para superar a sus competidores. Es un proceso de destrucción creativa el que impulsa los avances tecnológicos. Pero, ¿por qué los emprendedores están apostando por las actividades bajas en carbono y no en otras? Porque ésa es la dirección por la que la regulación les guía, al hacer que las ganancias estén presentes en las actividades no contaminantes. En concreto, como nos enseñó el economista Arthur Pigou, a través de los impuestos y los subsidios se pueden reconducir los esfuerzos individuales hacia las actividades que generan mayor valor social. Pongamos dos ejemplos. Los impuestos a la gasolina o al diesel hacen que nos preocuparemos más, a la hora de comprar un coche, de su consumo. Por ello, la competencia entre las empresas automovilísticas las ha llevado a invertir en I+D para poder así reducir el consumo de sus vehículos. Igualmente, los subsidios a la compra de vehículos eléctricos facilitan el que sustituyamos nuestro coche viejo por uno nuevo. Así, las empresas están invirtiendo para lanzar al mercado vehículos eléctricos mejores, con mayor autonomía y de menor coste. Es la competencia guiada por la regulación, a su vez empujada por una creciente conciencia medioambiental, lo que ha impulsando la revolución tecnológica que otros antes sólo habían alcanzado a imaginar.
El cambio climático y el cuento del lobo
Antes he mencionado que el cambio climático tendrá, está teniendo ya, consecuencias devastadoras… pero no me he querido extender. No he cargado las tintas recordando que la temperatura media de la tierra ha aumentado un grado centígrado durante el último siglo debido al incremento en la concentración de carbono en la atmósfera. Me he abstenido de mostrarles estas fotografías de incendios – como los que estamos viendo estos días en California -, de huracanes, de sequías, del deshielo, de inundaciones… fotografías que evidencian que los efectos del cambio climático no sólo los estamos sufriendo en forma de fenómenos climáticos anormales, sino también en forma de problemas sociales… Inmigración, enfermedades, conflictos geopolíticos, incremento de la pobreza….nada de ello es ajeno a los cambios climáticos que se están produciendo por efecto de la acción del hombre.
Y si no he insistido sobre esto antes es porque tengo la impresión de que estamos ya tan saturados de oír este mensaje que ni lo escuchamos; estamos tan abrumados al ver estas imágenes, que ni nos detenemos en ellas. Corremos el riesgo de que el cambio climático se convierta en el cuento del lobo… ¡Que viene el lobo, que viene el lobo!, y nadie hizo caso a los científicos que alertaban sobre las consecuencias del cambio climático… un día llegará el lobo, pero ya será tarde… nos quejaremos de que nadie nos había avisado. ¿Cómo conseguir que la sociedad nos escuche de verdad cuando decidimos que el lobo está al acecho, que el cambio climático no es “un cuento chino” – como sostiene el actual Presidente de los EEUU -, que si retrasamos la acción, las consecuencias serán cada más graves y una buena parte de ellas irreversibles?
Cambiemos el mensaje: esperar nos saldrá más caro
Después de haber reflexionado mucho sobre este tema, he llegado a la conclusión de que si queremos que nuestro mensaje de verdad se escuche tenemos que cambiar el foco de atención: de los costes de la inacción, a los beneficios de la acción. Porque si se nos hace pensar que la lucha contra el cambio climático es muy costosa, si se nos hace pensar que tendremos que renunciar a tantas cosas por cuidar del planeta, si se nos hace pensar que la elección está entre comer o respirar aire limpio… en fin, nadie vive del aire, sobre todo quienes menos tienen. Pero ese dilema entre ecología o economía es, simplemente, falso. Tan falso, que la realidad es que no hay economía sin ecología. Porque cuidando de nuestro planeta estamos también cuidando de nuestra economía. Al apostar por el aprovechamiento de los recursos energéticos naturales, estamos poniendo en valor una fuente infinita de riqueza.
Al apostar por inversiones en energías renovables, electrificación y eficiencia energética, estamos generando nuevas fuentes de empleo. Y al transformar las ciudades con criterios de sostenibilidad, estamos haciendo de ellas lugares más atractivos, más saludables, lugares donde viviremos mejor.
En un famoso informe publicado en 2006, Nicholas Stern, profesor en la London School of Economics, cuantificó los costes de la inacción climática frente a los costes de la acción. Recortar las emisiones para que la concentración de carbono en la atmósfera se estabilice en niveles compatibles con el Acuerdo de Paris nos costaría 1 punto porcentual de PIB al año, pero ignorar el cambio climático podría costarnos pérdidas de hasta el 20% del PIB para siempre. El informe Stern fue una llamada de atención sobre los graves riesgos a los que nos enfrenta el cambio climático, pero ante todo supuso una llamada a la acción: estamos a tiempo, estamos a tiempo de evitar las peores consecuencias del cambio climático pero sólo si actuamos con urgencia, de forma colectiva y con decisión. El título del último libro de Nicholas Stern es bien elocuente: ¿Por qué estamos esperando?
Los beneficios de la acción climática
Desde que Nicholas Stern publicara su famoso informe hasta hoy han pasado casi 15 años que nos han traído malas, pero también buenas noticias. Por el lado de las malas noticias, el cambio climático se ha acelerado tanto que ya no es sólo un problema de las generaciones futuras, sino que es un problema de nuestra generación. Y esta aceleración ha provocado que los costes de no actuar sean ahora mayores de lo que Stern previó en 2006. Pero por el lado de las buenas noticias, las mejoras tecnológicas han permitido que ahora podamos contener las emisiones a menor coste. Hasta tal punto es así que ya no debemos de hablar de los costes de actuar, sino de los beneficios de hacerlo. Si antes no había motivos para esperar, ahora menos.
Pero, ¿por qué digo beneficios? Porque invirtiendo en actividades bajas en carbono estamos multiplicando nuestros ingresos más allá de la inversión inicial. Es lo que los economistas conocemos como el efecto multiplicador de la renta, concepto acuñado por el economista John Maynard Keynes, que mide cuántos Euros se generan por cada Euro que se invierte. Pues bien, estudios recientes permiten concluir que para un conjunto de actividades bajas en carbono, el multiplicador medio es de 2,33, muy por encima de los multiplicadores asociados a otras inversiones. Los efectos multiplicadores de estas inversiones podrían ser incluso más elevados en épocas de crisis como la actual, al movilizar recursos que en caso contrario hubieran permanecido ociosos.
En definitiva, si un día de estos oís a alguien decir que en una situación de crisis como la actual, no podemos anteponer el clima a la economía, que la lucha contra el cambio climático tiene que esperar, que hay otras necesidades más urgentes…nuestra respuesta tiene que ser igualmente clara. La espera no beneficia ni al clima ni a la economía. Muy al contrario, la lucha contra el cambio climático será la que nos dará el impulso para salir de esta crisis. Como hace poco afirmó António Guterres, secretario general de la ONU, “Debemos convertir la estrategia de recuperación de la pandemia en una auténtica oportunidad para forjar un futuro mejor”.
La energía de las cosas
Hace pocos meses, en una mesa redonda en la que participé, en la sede del Consejo de Investigación Europeo junto con otros investigadores dedicados a la lucha contra el cambio climático, comprendí que la siguiente revolución está al llegar. Mis compañeros de mesa y sus colegas – químicos, físicos, biólogos, ingenieros – están investigando para que objetos cotidianos se conviertan en nuestros mejores aliados en la lucha contra el cambio climático. Objetos recubiertos de finas células solares transparentes captarán la luz del sol para que podamos aprovecharla en nuestro día a día…una mesa sobre la que posar nuestro móvil para que se cargue; unas tejas que captarán la energía del sol para su uso doméstico, o unas ventanas inteligentes que además cambiarán de color para mejorar la eficiencia energética de los edificios…. Pero si bien estas innovaciones serán revolucionarias, no será suficientes: también necesitaremos una revolución en la regulación y en el diseño de las instituciones porque será ello lo que permitirá el que los emprendedores tengan incentivos para innovar.
Ahora son mis hijos quienes juegan con el siurell. Estoy segura que con el empuje de la sociedad, de la economía, de la política, de la ciencia y de la tecnología… conseguiremos doblegar la curva del cambio climático…porque contra el cambio climático la única vacuna que existe es la Acción. Sólo así conseguiremos seguir teniendo un buen presente, y ellos… un futuro mejor.
Fuente: https://economistasfrentealacrisis.com/desmontando-mitos-sobre-economia-y-cambio-climatico/