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Desorden y pruebas dispersas en otra audiencia del juicio a Hussein

Fuentes: The independent/La Jornada

Por fin comenzó este lunes el juicio de Saddam Hussein, con la expectativa de escuchar los primeros testimonios escalofriantes de los males que se le imputan. Dos horas y 47 minutos después la audiencia concluyó sin que se supiera gran cosa de los cargos presentados en su contra. Cuarenta días después de que Saddam y […]

Por fin comenzó este lunes el juicio de Saddam Hussein, con la expectativa de escuchar los primeros testimonios escalofriantes de los males que se le imputan. Dos horas y 47 minutos después la audiencia concluyó sin que se supiera gran cosa de los cargos presentados en su contra.

Cuarenta días después de que Saddam y coacusados aparecieron por primera vez ante el tribunal, el juicio volvió a posponerse hasta el próximo lunes. Aun entonces es improbable que avance, porque las autoridades estadunidenses y sus aliados del gobierno iraquí han dicho que sería muy incendiario realizar audiencias cerca de las elecciones nacionales del 15 de diciembre.

La más reciente interrupción del juicio se debió a la violencia que ha permeado el caso. Esta vez fue para encontrar remplazos de dos abogados defensores que fueron asesinados, y de otro que huyó del país tras ser herido a tiros.

Hasta ahora han sido asesinadas siete personas asociadas con el caso. El principal juez investigador, Raad Juhi, sobreviviente de una aparente conjura para matarlo este fin de semana, lucía pálido y tenso al presidir la audiencia.

Ataque en la Zona Verde

Una hora antes de que comenzaran los procedimientos, un mortero cayó en la Zona Verde, donde los funcionarios y el gobierno iraquí viven y trabajan, y donde se lleva a cabo el juicio. Dos periodistas iraquíes fueron secuestrados camino al tribunal y hubo reportes de que les dieron muerte.

Hussein, quien llevaba saco gris a rayas, pantalón negro y una camisa blanca de cuello abierto, fue el último de los seis acusados en entrar a la sala, después de un retraso de seis minutos. Iba esposado; un guardia estadunidense lo condujo a las gradas, donde le soltaron las manos.

El juez Rizgar Mohammed Amin le pidió explicar su tardanza. «Me trajeron esposado a la puerta», respondió Hussein. «No se debe esposar a un acusado. Tenía el Corán en la mano y al mismo tiempo estaba esposado. Un acusado debe estar bajo la protección de la corte.

«Además -añadió- el elevador estaba descompuesto. Tuve que subir cuatro pisos por las escaleras.»

«Informaré de esto a la policía», dijo el juez.

«Usted es el juez principal -le gritó Saddam-. No quiero que les informe, quiero que les ordene. Están en nuestro país. Usted es el que tiene la soberanía. Usted es iraquí y ellos son los ocupantes extranjeros. Son los invasores. ¿Cómo puede uno defenderse si le quitan su pluma? Le quitaron su pluma y sus papeles a Saddam Hussein. Y no digo cualquier papel. Son documentos relacionados con mi caso. Mis opiniones no están aquí.»

El juez batalló para imponer su autoridad en el tribunal. Regañó a personas que no se pusieron de pie cuando los jueces colegiados entraron en la sala. Pero de todos modos no se levantaron.

Después de un minuto de silencio en memoria de los dos abogados muertos, las evidencias contra el hombre a quien estadunidenses y británicos quieren retratar como un tirano igual a Hitler y Pol Pot resultaron un tanto dispersas.

Primero pasaron un video nebuloso de la ciudad chiíta de Dujail, donde 140 personas fueron asesinadas en presunta represalia por una emboscada a un convoy de Saddam. Se escucha la voz de éste ordenando «sepárenlos e investíguenlos» en relación con un grupo de prisioneros.

La pregunta planteada por observadores iraquíes era: ¿exactamente qué prueban esas palabras? ¿No pudieron encontrar algo más pesado para el primer día del juicio de un hombre que oprimió tan brutalmente a su pueblo?

Luego vino el testimonio de Wadan Ismail Al Sheikh, primer testigo en ofrecer, según la fiscalía, «un testimonio crucial». Dijo que más de 400 personas de Dujail fueron llevadas a la prisión de Abu Ghraib, en Bagdad. Uno de los acusados, el ex vicepresidente Taha Yassin Ramadan, había encabezado un comité que ordenó la destrucción de las huertas de Dujail, que eran el medio de vida de la población, sólo porque desde allí un pistolero disparó al convoy del presidente.

La única «evidencia» de Sheikh contra Hussein fue que condecoró a oficiales que participaron en la operación. Pero, como tantas personas en este juicio, Sheikh está muerto. Rindió su testimonio arrumbado en una silla de ruedas, en una pantalla de video. Los abogados de la defensa no tuvieron oportunidad de interrogarlo antes de que falleciera de cáncer.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya