«…Me temo que la deuda externa española es impagable, que no hay solución posible a la crisis en el marco de la unión monetaria y que la crisis social y política está sólo en sus principios, algo sobre lo que el conjunto de la izquierda debe reflexionar para acertar en la política que se debe […]
«…Me temo que la deuda externa española es impagable, que no hay solución posible a la crisis en el marco de la unión monetaria y que la crisis social y política está sólo en sus principios, algo sobre lo que el conjunto de la izquierda debe reflexionar para acertar en la política que se debe seguir…»
Después de un verano tan agitado financieramente, la perspectiva de la economía española es desoladora. Felipe González, en lo que cree un alarde de sinceridad, ha dicho que la Unión Europea está al borde del precipicio. No es verdad.
Por lo que se refiere a la economía española no está al borde del precipicio, lleva despeñándose por lo menos tres años, cuando estalló la crisis internacional con la quiebra del banco estadounidense Lehman Brothers en septiembre de 2008 y quedó al desnudo la extrema debilidad de su situación financiera.
Muy pocos se dieron antes por enterados de la corrosiva evolución que arrastraba la economía, pocos entonces evaluaron correctamente los peligros existentes y, en todo caso, el despistado e incompetente gobierno de Zapatero no se dio cuenta de que ya habíamos saltado al vacío. La distinción no es banal. Si estamos al borde, hay que preguntarse qué se puede hacer para evitar la catástrofe.
Si ya andamos por el precipicio lo que hay que preguntarse es qué haremos después, una vez que conozcamos los desastres, los destrozos, los daños, el estado en que quedaremos tras las convulsiones que tendrán lugar.
Con el pie en tierra cabían alternativas, volando por los aires ya, se está al albur de fuerzas y acontecimientos incontrolados: lo que ocurra ya no depende de nosotros ni la voluntad política puede cambiar el rumbo de lo que vaya a suceder.
¿Cuál es el origen de esta crisis? Consiste en algo tan sencillo como que nuestro país, a semejanza de lo que también le ha sucedido a Grecia y Portugal, desde la creación del euro, ha incurrido en grandes déficit exteriores y por consiguiente se ha endeudado frente al resto del mundo crecientemente.
Como además estos países han vivido drogados por las facilidades de financiación que otorgaba la euforia financiera, han acumulado un nivel de deuda externa a la que ahora es imposible que hagan frente.La deuda externa los mantiene estrangulados en unas circunstancias en las que en las que la desconfianza financiera se ha instalado en el mundo y los canales de financiación se hayan obstruidos.
Este es el telón de fondo de la crisis del euro: que los países más endeudados no pueden seguir financiándose sin grandes dificultades en los mercados y costosos intereses y que tampoco pueden garantizar su solvencia pues el alto endeudamiento implica compromisos de pago, intereses y amortizaciones, que no están en condiciones de cumplir (no entro a considerar las repercusiones sobre los países acreedores de los impagos en el entramado financiero europeo). La deuda acumulada por la economía de nuestro país es tal que a ella no se le puede hacer frente, y por tanto se puede considerar que estamos en bancarrota o quiebra técnica.
El problema de la deuda externa
Algunos datos son necesarios para demostrar lo anterior. En 1998, a punto de surgir el euro, la economía española tenía unos pasivos brutos frente al exterior, es decir, los compromisos de pago y las exigencias que podían reclamar los residentes extranjeros a los residentes españoles, de 540.000 millones de euros, más o menos el 100% del PIB en aquel año.
La pesada losa del endeudamiento no puede desaparecer por arte de birlibirloque.
En 1999 empieza a funcionar el euro. Es decir, se funden todas las monedas europeas y a partir de entonces se abandonan las monedas de cada país y la posibilidad de utilizar el tipo de cambio entre ellas para resolver las distintas capacidades productivas de los países del euro a la hora de competir entre ellos.
Como cabía esperar, los países más fuertes acumularon superávit de sus intercambios internacionales. Los países más débiles, por el contrario, acumularon déficits muy importantes y continuos. Y así, en los 12 años de vigencia del euro, los pasivos exteriores de la economía española se incrementaron en 750.000 millones de euros, que se sumaron a los 540.000 mencionados ya existentes.
Por otra parte, en la euforia financiera de los años de la primera década del siglo XXI, los agentes económicos españoles participaron activamente, y así, se endeudaron por otro billón de euros en el período 1998 a 2010, exactamente en 993.000 millones, con los cuales adquirieron activos en el mundo, de modo significativo las empresas multinacionales españolas en Latinoamérica y seguramente muchos engrosaron sus tenencias en paraísos fiscales. El resultado es que los pasivos brutos que se habían acumulado en toda la historia hasta 1998 se han multiplicado por 4 en doce años.
La clave fundamental de la crisis es, por tanto, que economía española tiene unos pasivos brutos de 2,283 billones de euros a los que tiene que hacer frente, de los cuales 2 billones corresponden al sector privado y el resto a las Administraciones Publicas, todo ello sin perjuicio de otros muchos datos que la complican la situación a extremos insólitos, como la crisis inmobiliaria, la crisis del sector financiero, altamente endeudado y atrapado en el ladrillo, una tasa de paro sin comparación con el resto de UE y un déficit público también enorme derivado, en buena medida, de la propia depresión económica que se ha generado.
Esa pesada losa no puede desaparecer por arte de birlibirloque. No hay reformas o contrarreformas que puedan solucionar el problema de la deuda externa.
¿Solución imposible?
Bien sea bajo la presión de las instituciones europeas y de los mercados con sus perentorios avisos o bien sea por la docilidad del propio Gobierno que para evitar el llamado «rescate» se adelanta a la exigencias que se le impondrán -Grecia traza un camino inexorable-, el caso es que se han tomado desde mayo del año pasado un conjunto de medias supuestamente para salir de la crisis y aliviar sus consecuencias que no han hecho sino agravarla.
Es un ejercicio suicida querer resolver una crisis del neoliberalismo con dosis crecientes de neoliberalismo.
Los recortes presupuestarios, la rebaja del sueldo de los funcionarios, la congelación de pensiones, la contrarreforma de las mismas, las facilidades y abaratamiento del despido, los planes para facilitar la contratación… todo ello no ha resuelto nada, porque la naturaleza de la crisis nada tiene que ver con los remedios interesados que el neoliberalismo suscita, en un ejercicio suicida de querer resolver una crisis del neoliberalismo con dosis crecientes de neoliberalismo.
El ajuste interno del que hablaba Krugmancomo, alternativa a la imposible devaluación, no acaba con los problemas, ni siquiera el de eliminar el déficit exterior, que después de hundirse la actividad y haberse destruido más de 2 millones de puestos de trabajo todavía la balanza de pagos por cuenta corriente arroja un saldo deficitario de casi el 5% del PIB.
Por el contrario, el ruido y la agitación financieros no se detienen, el rugido de la olas amenazantes cada vez es más intenso, la cartera de las «reformas necesarias» se agota y las contradicciones son cada vez más dramáticas. La austeridad como criterio general para afrontar la crisis está provocando una nueva recesión, que con 5 millones de parados es como apagar el fuego con explosivos.
Me temo que la deuda externa española es impagable, que no hay solución posible a la crisis en el marco de la unión monetaria y que la crisis social y política está sólo en sus principios, algo sobre lo que el conjunto de la izquierda debe reflexionar para acertar en la política que se debe seguir.