Recomiendo:
0

Después de la condonación

Fuentes: Diagonal

¿Por qué se preocupan tanto los ricos por que la deuda de los pobres nunca sea perdonada?

Si nos fijamos en el aspecto que tienen las cosas sobre el papel, el mundo entero está endeudado hasta las cejas. Todos los gobiernos están endeudados. La deuda de las empresas está en máximos históricos. Como también lo está lo que a los economistas les gusta llamar la «deuda familiar», tanto en cuanto al número de gente en números rojos como a la cantidad que deben. Los economistas están de acuerdo en que es un enorme problema, aunque, como de costumbre, no se ponen de acuerdo en el porqué. El punto de vista más dominante y convencional es que el «exceso de deuda» de los tres actores es tan grande que está asfixiando otras actividades económicas. Añaden que tenemos que reducir todas estas deudas básicamente mediante la subida de impuestos sobre la gente común o el recorte de servicios. (Que quede claro que solo sobre la gente común, los economistas convencionales por supuesto son pagados para encontrar razones por las que estas cosas nunca se le deberían hacer a un rico). Mentes más equilibradas señalan que la deuda nacional, especialmente de países como los EE UU, no tiene nada que ver con la deuda privada, ya que el gobierno de los EE UU puede hacer desaparecer toda su deuda de un día para otro con tan solo ordenar a la Reserva Federal que imprima dinero para dárselo al gobierno.

Sin duda los lectores contestarán: «pero si imprimes billones de dólares, ¿no producirá inflación?» Bueno, sí, en teoría debería. Pero parece que la teoría está equivocada, ya que eso es exactamente lo que el gobierno está haciendo: ha estado imprimiendo billones de dólares y, de momento, no ha tenido ningún efecto inflacionario notable.

La política del gobierno de los EE UU, tanto bajo la administración Bush como bajo la de Obama (en estos asuntos la diferencia entre las políticas de ambos ha sido prácticamente nula), ha sido la de imprimir dinero y dárselo a los bancos. En realidad así es como ha funcionado el sistema financiero estadounidense, pero desde 2008 se ha intensificado con un temerario desenfreno. La Reserva Federal ha dedicado a fabricar billones de dólares agitando su varita mágica, para después prestárselo a unos intereses insignificantes a grandes instituciones financieras como el Bank of America o Goldman Sachs. El supuesto objetivo era salvarlas primero de la quiebra para que después pudieran prestar y reactivar la economía. Pero parece que hay buenas razones para pensar que también existe otro propósito: inundar la economía con tanto dinero que, de hecho, genere inflación como medio para reducir las deudas. (A fin de cuentas si debes mil dólares y el valor del dólar cae a la mitad, el valor de tu deuda se reduce a la mitad también).

El problema es que no ha funcionado. Ni para arrancar la economía ni para aumentar la inflación. En primer lugar los bancos no invirtieron el dinero. La mayoría o bien se lo volvió a prestar al gobierno o lo depositó en la Reserva Federal, lo que les daba, tan solo por depositarlo ahí, un interés mayor que el que le estaban cobrando a esos mismos bancos por prestarlo. Así que de hecho el gobierno ha estado imprimiendo dinero y dándoselo a los bancos y estos lo tienen bloqueado. Esto quizás no sorprenda demasiado ya que la Reserva Federal en sí misma está controlada por los mismos banqueros a los que está dando dinero. De todas formas, aunque la política de permitir a los banqueros imprimir dinero y dárselo a sí mismos puede que funcione bastante bien si el objetivo es recuperar las fortunas del 1% (en este sentido ha funcionado bastante bien) y aunque también ha permitido a los ricos pagar sus deudas y ha derramado una buena cantidad de dinero nuevo sobre el sistema político para recompensar a los políticos que les permiten hacerlo, hasta la Reserva Federal admite ahora que ha servido de poco para que los empleadores contraten o incluso para que crear una inflación significativa.

Cancelación en masa

La conclusión es tan obvia que incluso la gente en la cúspide lo reconoce cada vez más, al menos esa minoría que se preocupa de verdad por la viabilidad a largo plazo del sistema (en lugar de estar preocupados únicamente por su enriquecimiento personal a corto plazo). Tendrá que haber algún tipo de cancelación de la deuda en masa. Y no solo de las deudas de los ricos, que siempre pueden ser borradas de una forma o de otra si resultan inconvenientes, sino también de las deudas de los ciudadanos ordinarios. En Europa, incluso los economistas profesionales están empezando a hablar de «condonaciones» y la misma Reserva Federal ha publicado un libro blanco recomendando la cancelación en masa de las deudas por hipotecas.

El mismo hecho de que gente así se lo esté planteando muestra que saben que el sistema está en peligro. Hasta ahora la sola idea de la cancelación de la deuda era el último de los tabúes. Pero de nuevo: no para los que están en la cúspide. Donald Trump, por ejemplo, se ha librado de miles de millones de deuda y ninguno de sus amigos piensa que sea un problema, pero todos ellos insisten convencidos en que para el pueblo llano las reglas deben ser diferentes.

Parece lógico preguntarse por qué. ¿Por qué se preocupan tanto los ricos por que la deuda de los pobres nunca sea perdonada? ¿Es simple sadismo? ¿Acaso los ricos disfrutan sabiendo que en cualquier momento hay aunque sea unas pocas madres trabajadoras que están siendo desalojadas de sus casas y que tienen que empeñar los juguetes de sus hijos para pagar los costes de alguna terrible enfermedad? Esto parece plausible. Si algo sabemos de los ricos es que casi nunca piensan en los pobres, excepto quizá como objetos ocasionales de caridad.

No, la verdadera razón parece ser ideológica. Para ponerlo de forma cruda, se trata de una clase dirigente cuya principal reclamación a la riqueza ya no es la capacidad de hacer nada, ni siquiera la de vender nada, sino que cada vez más se tiene que sostener más y más, mediante una serie de fraudes crediticios apoyados por el gobierno, en cualquier mecanismo que pueda tender a legalizar el sistema. Esta es la razón por la que los últimos 30 años de «financiarización» han ido acompañados de una ofensiva ideológica sin paralelo en la historia de la humanidad, argumentando que los actuales acuerdos económicos, que de una manera un tanto extravagante han apodado como «el mercado libre» a pesar de que funciona casi por completo gracias a la entrega de dinero del gobierno a los ricos, no solo son el mejor sistema económico, sino el único sistema económico que puede existir, a excepción posiblemente del comunismo soviético. Se ha puesto mucha más energía en la creación de mecanismos para convencer a la gente de que el sistema está moralmente justificado y que es el único sistema económico viable, que la que se ha puesto realmente en crear un sistema económico viable (como mostró claramente el conato de colapso de 2008). Con la economía mundial yendo todavía de crisis en crisis, lo último que quiere el 1% es abandonar una de sus armas morales más poderosas: la idea de que la gente decente siempre paga sus deudas.

Antes, durante y después de la anulación

Por lo que algún tipo de cancelación en masa de la deuda está de camino. Prácticamente todo el mundo está dispuesto a admitir esto hoy en día. Es la única manera de resolver la crisis de deuda pública en Europa. Es la única manera de resolver la crisis hipotecaria que está teniendo lugar ahora en América. La auténtica discusión es sobre la forma que tomará. Aparte de cuestiones obvias, como cuánta deuda será anulada (¿solo ciertos tipos de deuda hipotecaria? ¿o una gran condonación para toda la deuda privada digamos hasta los 100.000$?) y por supuesto, para quién, hay dos factores absolutamente fundamentales que evaluar aquí:

¿Admitirán que lo están haciendo? Es decir, se presentará la anulación de la deuda como una anulación de la deuda, en un honesto reconocimiento de que el dinero hoy en día no es más que un acuerdo político, iniciando por lo tanto un proceso para poner este acuerdo, de una vez por todas, bajo control democrático, ¿o se disfrazará de otra cosa?

¿Qué pasará después? Es decir, ¿será la anulación tan solo una manera de preservar el sistema y sus desigualdades extremas quizás de una forma aún más salvaje o será una manera de comenzar a superarlos?

Las dos están obviamente relacionadas. Para comprender mejor lo que sería la opción más conservadora se pueden consultar el reciente informe del Boston Consulting Group, un think tank económico de la corriente principal. Comienzan asumiendo que ya que no hay manera de crecer o inflacionar, la anulación de la deuda es inevitable para poder escapar de ella.  ¿Por qué posponerlo? Sin embargo, su solución es encuadrar todo el asunto en un impuesto único para pagar, digamos, el 60% de toda la deuda pendiente y después declarar que el precio de estos sacrificios de los ricos será una austeridad todavía mayor para el resto. Otros sugieren que el gobierno imprima dinero, compre hipotecas y después se las dé a los propietarios de las casas. Nadie se atreve a sugerir que el gobierno podría declarar no ejecutables esas deudas con la misma facilidad (si quieres pagar tu crédito puedes hacerlo pero el gobierno no reconocería su valor legal ante un tribunal si decides no hacerlo). Eso abriría ventanas que los que dirigen el sistema están desesperados por mantener tapadas.

Así que, ¿qué aspecto tendría una alternativa radical en realidad? Ha habido algunas fascinantes sugerencias como la democratización de la Reserva Federal, un programa de pleno empleo que ayude a subir los salarios, algún tipo de sistema de renta mínima. Algunas son bastante radicales pero casi todas ellas implican tanto la expansión del gobierno como un aumento en el número total de puestos de trabajo y de horas trabajadas.

Esto supone un verdadero problema, porque alimentar la maquinaria mundial del trabajo, aumentando la producción, la productividad, los niveles de empleo, es en realidad lo último que deberíamos hacer si queremos salvar al planeta de la catástrofe ecológica.

Pero esto, creo yo, nos señala la solución. Porque de hecho la crisis ecológica y la crisis de la deuda están íntimamente relacionadas.

Para entender esto puede ser útil comprender que las deudas son, básicamente, promesas de una futura productividad. Mírelo de esta manera. Imagínese que todo el mundo en el planeta produce bienes por un billón de dólares al año. E imagínese que consumen más o menos lo mismo, que es por supuesto lo que pasa en realidad, consumimos la mayor parte de lo que producimos menos una pequeña parte de residuos. Sin embargo un 1% se las apañan de alguna manera para convencer al 99% de que les siguen debiendo, colectivamente, un billón dólares. Bien, aparte del hecho de que algunas personas están claramente pagando mucho más, es evidente que no hay forma de que se puedan devolver esas deudas en su nivel actual a menos que todos produzcan aún más el año siguiente. De hecho, si el interés de los pagos se establece, digamos, al 5% anual, tendrían que producir un 5% más tan solo para pagar la deuda.

Esta es la verdadera carga de deuda que le estamos pasando a las futuras generaciones: la carga de tener que trabajar todavía más duro al tiempo que consumimos más energía, deteriorando los ecosistemas de la Tierra, y acelerando en última instancia el catastrófico cambio climático justo en un momento en el que necesitamos a toda costa invertirlo. Visto desde esta perspectiva la anulación de la deuda puede que sea la última oportunidad de salvar el planeta. El problema es que a los conservadores les da igual y los liberales siguen atrapados por sueños imposibles de regresar a las políticas económicas keynesianas de mediados de los ’50 y de los ’60, que fundamentaban la prosperidad generalizada en una expansión económica continua.  Vamos a tener que encontrar un tipo de política económica completamente distinta.

Pero si la sociedad posterior a la condonación no puede prometer a los trabajadores del mundo una expansión infinita de nuevos bienes de consumo, ¿qué puede ofrecer? Creo que la respuesta es evidente. Podría asegurar las necesidades básicas: garantizar comida, vivienda y sanidad que permita asegurar a nuestros hijos que no tendrán que enfrentarse al miedo, la vergüenza, la ansiedad que marca la mayor parte de nuestras vidas hoy en día. Y sobre todo puede ofrecerles menos trabajo. Recuerden que en 1870 la idea de una jornada laboral de ocho horas parecía tan irreal y utópica como podría parecer ahora, digamos, la jornada laboral de cuatro horas. Sin embargo el movimiento obrero la alcanzó. Así que ¿por qué no exigir una jornada de cuatro horas diarias? ¿O un periodo garantizado de cuatro meses al año de vacaciones pagadas? Es evidente que los estadounidenses, los que tienen trabajo, trabajan en exceso de una forma ridícula. También es evidente que una enorme proporción de ese trabajo es absolutamente innecesario. Y cada hora ahorrada del trabajo es una hora que podemos dedicarles a nuestros amigos, familiares y comunidad.

Este no es el lugar para presentar un programa económico detallado de cómo podría hacerse o de cómo podría funcionar el sistema, estas son cuestiones que deberían trabajarse de forma democrática (a mí por ejemplo me gustaría ver desaparecer por completo los salarios. Pero puede que eso sea solo cosa mía). En cualquier caso el cambio social no comienza con alguien que establece un programa. Comienza con visiones y principios. Nuestros gobernantes han dejado claro que ya no saben lo que es tener siquiera uno de los dos. Pero en cierto modo ni siquiera eso es importante. El cambio real y duradero siempre viene de abajo. En 2001 el mundo vio las primeras agitaciones de un alzamiento mundial contra el actual imperio de la deuda. Ya han comenzado a alterar los términos globales del debate. La posibilidad de que se produzca una anulación masiva de la deuda nos proporciona una oportunidad única de reconducir ese impulso democrático hacia una transformación fundamental de valores y hacia una adaptación verdaderamente viable con la Tierra.

No sé si habrá alguna vez un movimiento político que se juegue tanto.

 David Graeber es antropólogo y autor de ‘En deuda. Una historia alternativa de la economía’

http://www.diagonalperiodico.net/global/despues-la-condonacion.html