¡Devuélvete a Venezuela! Mi sorpresa fue grande cuando leí esta semana un artículo escrito por un gringo desde Miami que, en suma, me daba la orden de agarrar mis corotos y regresar en el acto a mi país. Me sorprendí a doble título. Primero, porque no tenía la menor idea de quién era el tipo, […]
¡Devuélvete a Venezuela! Mi sorpresa fue grande cuando leí esta semana un artículo escrito por un gringo desde Miami que, en suma, me daba la orden de agarrar mis corotos y regresar en el acto a mi país. Me sorprendí a doble título. Primero, porque no tenía la menor idea de quién era el tipo, un tal Fergus Hodgson, ni de dónde creía poseer el derecho de obligarme a hacer nada. Y segundo, porque me resultaba cuando menos extraño que un yanqui que no vive en Venezuela me quisiera increpar, a mi que vivo en Caracas, a regresarme de yo no sé dónde. Bueno. Yo sí sé de dónde. Porque la ira de Hodgson tenía que ver con la hermosa París, ciudad a donde, producto de su mediocre investigación, él creía (y aparentemente sigue creyendo) que yo me había ido a vivir con el objetivo de alejarme de la realidad (para él infernal) de Venezuela. Suponiendo que a falta de rigor tuviese algo de buena fe, el hombre estaba tan convencido de su tubazo que tituló el artículo con esta vulgar mentira.
Por supuesto que eso no era todo. La errónea deducción de Hodgson se originaba en que yo soy profesor en una Universidad parisina llamada Sciences Po, que sin duda alguna es la referencia fundamental en estudios políticos y de gobierno en Francia, y es considerada, junto a la Kennedy School de Harvard o la London School of Economics, una de las instituciones de primera línea en la materia a nivel mundial. Yo tuve, si se quiere, el privilegio de estudiar ahí hace ya 20 años, aunque en ese tiempo la Universidad haya sufrido, sin duda para mejor, una profunda transformación.
El caso es que hoy lo que soy es profesor, «Visiting Professor» para ser exactos, en una escuela de postgrado de Sciences Po llamada «Paris School of International Affairs» (PSIA), donde 1300 estudiantes de 100 nacionalidades vienen a cursar 9 Maestrías de Relaciones Internacionales. Un profesor visitante asiste, como su nombre lo sugiere, por temporadas a la universidad, e imparte un curso generalmente durante un semestre. Yo, por ejemplo, ya impartí mi curso de este año en el semestre de primavera 2015, y lo impartí con un calendario intensivo, lo cual me permitió ausentarme de Caracas el tiempo mínimo indispensable.
En su calumnioso artículo, Hodgson insistía en que no solamente yo me había ido definitivamente de Venezuela, sino que me había ido a vivir en la glamorosa París, y además a trabajar en una Universidad «elitista», todo aquello configurando una especie de antítesis en la práctica de la esencia del chavismo. Yo, por mi parte, había hecho público desde hace meses, tanto en mis perfiles de redes sociales como en algunas de mis publicaciones, este nuevo y emocionante reto académico.
Y si comparto esta anécdota en público es con dos propósitos específicos. El primero muy personal, y se trata de no dejar pasar una mentira burda, difundida a diestra y siniestra por las redes, sin responder. En esta ocasión, como en veces anteriores, amigos bien intencionados me han vuelto a insistir en que haga caso omiso del asunto, que no gaste pólvora en zamuro, y que no me rebaje a responderle a la canalla mediática. El problema es que ya yo pasé por ahí, y salí con la convicción de que aunque no haya garantía de éxito, a la mentira hay que atacarla de raíz antes de que se convierta en verdad para algunos por efecto de repetición. Por aquello de que el que calla otorga. Ya en el pasado una Embajadora cuyo equilibrio psicológico está sujeto a caución, me empatucó con cuatro disparates en medio de uno de sus muchos arrebatos, y ello bastó para que periodistas de la caladura ética de Nelson Bocaranda o Patricia Poleo transformaran sus desvaríos en verdades para disociados. En su momento, mis superiores políticos me instruyeron hacer muestra de sangre fría, para no darle relevancia con mi reacción a algo que, efectivamente, no tenía ningún asidero concreto. Y efectivamente eso quedó ahí, con el matiz de que hasta el sol de hoy todo lo que la derecha cuenta de descerebrados, incluyendo al gringo Hodgson, hace referencia a las destempladas insinuaciones de la Embajadora como si se tratara de verdades establecidas.
La segunda, más interesante, es poner en evidencia la naturaleza psiquiátrica de la relación que mantiene la derecha con Venezuela. Como buenos desquiciados, aplican el doble rasero a todo de la forma más gruesa posible. ¿Teodoro Petkoff recibe el «premio» Ortega y Gasset y 15000 euros de manos de sus panas de El País de España por despotricar del chavismo? Se trata de un justo reconocimiento internacional al coraje y el talento en la lucha por la libertad y la democracia. ¿Ricardo Hausmann es profesor en Harvard después de haber sido ministro en el catastrófico segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez? Es la consecuencia lógica de su brillante intelecto, y una pérdida irreparable para nuestro pobre país, que al mismo tiempo no dispone de una Universidad digna de tan distinguido pensador. ¿Temir Porras es Profesor Visitante de Maestría en Sciences Po París tras haber sido diplomático una década con Chávez? ¡Seguro sobornó al rector con el cupo de CADIVI que nos acaba de quitar el gobierno! ¡O es que Sciences Po lo compró Maduro en su última gira internacional, y en eso se gastó los dólares que ahora no hay para Fedecamaras! ¡Ese ya dejó el pelero! ¡¿Si es tan chavista por qué no va a dar clases en el barrio la Bombilla?! ¡Que se devuelva ya! Y así…
Lo más curioso de todo es que yo, quien vivo en Caracas, haya empezado a recibir, a raíz del artículo del gringo, tweets y mensajes rabiosos exigiéndome que me regrese a Venezuela, de parte de un montón de escuálidos venezolanos que… ¡viven en el exterior! De esos para quienes el exterior es una recta diagonal que une dos puntos: Panamá y Miami. Pero claro, ellos están en el exilio, resistiendo heroicamente por Facebook, mientras que yo lo que sigo es enchufado, pero ahora del faro de la Torre Eiffel. Y la dicotomía balurda con la cual dan sentido a su mundo fantasioso reposa sobre una visión cataclísmica del país: Venezuela es un infierno, y es todo culpa del chavismo como conjunto, desde el Samán de Güere hasta nuestros días. No es que nuestras dificultades económicas actuales dependan de las decisiones de política económica que se tomen o se dejen de tomar en 2015. No. Todos los problemas actuales son culpa de todos los chavistas pasados y presentes, que son colectivamente culpables por el mero hecho de ser chavistas. Y sobre todo, los problemas actuales invalidan cualquier logro pasado e incluso presente. El gigantesco saldo positivo de la Revolución en términos sociales y políticos de 1999 para acá, deja de existir porque en 2015 hace falta hacer una cola para comprar leche (barata, por cierto)… No es que ellos sean unos mayameros empedernidos, cuyo ideal de vida se resume en una lancha y un shopping mal, sino que tuvieron que exiliarse del infierno. En cuanto a mi, por el hecho de ser chavista, yo debo permanecer penitentemente en Venezuela, y dedicarme a sufrir hasta nuevo aviso. Hace año y medio cuando salí del gobierno, creo haber desperdiciado una ocasión para publicar un anuncio de búsqueda de empleo que rezara: «Universidades de clase mundial abstenerse».
Finalmente, una amiga que definitivamente sí desea lo mejor para mi, me hizo llegar en medio de todo esto un artículo publicado por un psicólogo en la revista TIME bajo el título «Here’s the Secret to Communicating With Irrational, Angry or Crazy People», es decir, «He aquí el secreto para comunicar con gente irracional, enfadada o loca», que me ha sido de gran utilidad para acostumbrarme a lidiar con mi club de fans del exilio. Y aplicando los consejos de este psicólogo, que sugiere naturalmente seguirle la corriente a los lunáticos como dándoles la razón, yo les diré, en el tono suave y pausado con el que hay que hablarle a los desequilibrados para no alterarlos, que ya me regresé a Caracas como ellos me mandaron, y estoy sufriendo un merecido calvario. ¡Ah! Y que, por favor, ¡ni se les ocurra volver!
Fuente: http://www.notiminuto.com/noticia/devuelvete-a-venezuela/