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Día mundial de la Filosofía

Fuentes: Rebelión

Vamos a empezar por el final: filosofía es todo pensamiento que trasciende lo puramente funcional o instrumental. Filosofía es todo aquello que presenta una dimensión invisible, o mejor aún, una dimensión que no está materializada en la realidad pero podría estarlo. Filosofía es lo imaginario strictu senso, pero lo imaginario poiético1, es decir, lo imaginario que crea. Filosofía es aquel pensamiento que trasciende lo que tenemos delante y nos muestra el camino a otra realidad posible que no se deriva de la que tenemos delante. En resumidas cuentas: filosofía es aquel pensamiento ex nihilo2 que nos permite crear una realidad igualmente ex nihilo.

“Filosofía es la búsqueda de la verdad como medida de lo que el hombre debe hacer y como norma para su conducta” – Sócrates.

El pensamiento filosófico se apoya en la autonomía y la libertad. Si el sentido que le damos tanto al mundo que nos rodea como a nuestra vida es el mismo que le dan otros tantos miles de personas, no somos creadores, sino imitadores o actores. Mientras que la religión, en su sentido etimológico religere, ostentaba la función de ligar tanto a los miembros de una comunidad como los significados de la misma bajo un paradigma común y cerrado, la filosofía se basa en el principio de apertura: ningún significado, idea, modo de vivir o de pensar está dado de antemano ni se encuentra finiquitado de una vez y para siempre, sino que es una mera herramienta creada por y para vivir en un momento y lugar concretos. Las ideas, decía Ortega y Gasset, no sirven para conocernos a nosotros mismos ni para contemplar las esencias: sirven para abrirnos paso en nuestra circunstancia. Se trata de una visión de las ideas como ‘para qués’ y ‘cómos’, alejándolos de la mera abstracción y convirtiéndolos en dimensiones vitales.

  1. La filosofía, clave en una democracia

Una democracia solo puede sobrevivir si está compuesta por ciudadanos capaces de utilizar el pensamiento filosófico. La democracia deroga toda metafísica en los significados sociales e institucionales, al menos en su carácter incondicional y atemporal, y pone en manos de sus ciudadanos el debate de cómo, y atendiendo a qué reglas, quieren vivir. Tanto la creación democrática como la creación filosófica son un interrogar ilimitado en todos los ámbitos: ¿qué es lo verdadero y lo falso, lo justo y lo injusto, el bien y el mal, lo razonable y lo indeseable? En esto reside su reflexividad: en romper la clausura de los significados y, de este modo, restituir la posibilidad de crear el sentido que la comunidad elija.

La democracia subsiste por aquellos individuos que son capaces de explorar capas y niveles, nuevas formas de relación y de construcción, modos inéditos de abrirse paso en sus circunstancias. El pensamiento filosófico no puede dar con una fórmula final que sirva para todo tiempo y lugar, pero sí puede ayudarnos a abrirnos paso en nuestra vicisitud concreta. Puede ponernos ante ese caos que componen los elementos de la realidad y sus individuos, en continua e impredecible transformación, y otorgarnos la serenidad y las herramientas para darles una forma que, aunque caduca, sirve para vivir. La filosofía no tiene la garantía tranquilizadora de aquellas fórmulas que aseguran que van a ser útiles incondicionalmente, pero con ello no nos empuja al nihilismo ni a la impotencia, sino que nos muestra que en un mundo en el que nada está decidido y todo es modificable, son los individuos los responsables de darle forma y dirección a su sociedad.

La filosofía muestra que sería absurdo creer que alguna vez podamos agotar lo pensable, lo factible, lo practicable. Lo que caracteriza a la filosofía es la apertura de sentido, el cuestionamiento de todo significado último y la discusión acerca de las instituciones, las leyes y las relaciones sociales. Una sociedad libre, una sociedad auténticamente democrática, es una sociedad que pone en cuestión todo lo heredado y que, por esto mismo, queda liberada tanto a la creación de significaciones nuevas como al mantenimiento de lo que es digno de ser conservado.

Una sociedad puede mantener con su pasado una relación de rígida repetición, en el caso de las sociedades tradicionales, o una relación meramente museística y turística, que es lo que ocurre cada vez más en nuestra sociedad, convirtiendo la cultura en paseo de fin de semana. En ambos casos, el pasado es tratado como un saber muerto. Un pasado vivo, capaz de ampliarnos y arrojar luz sobre nuestro presente, no puede existir más que para un presente creador y capaz de hacerse con su futuro. Liberarse del pensamiento heredado presupone conquistar un nuevo punto de vista y ser capaces de manejarnos con él.

La filosofía es inseparable de la democracia y de los individuos que se auto-determinan a sí mismos. Cualquier sociedad democrática sabe, ha de saber, que no hay forma social definitiva, que vive en la indeterminación y que ella misma es una indeterminación que ha de darse su propia forma, así como que esta no puede ser establecida de una vez y para siempre. Una verdadera democracia, una sociedad que se auto-instituye y puede poner en cuestión sus significaciones y sus valores, vive precisamente asumiendo la mortalidad de todo significado instituido y la libertad que esto conlleva.

Sin embargo, parece que es este saber -el de la caducidad de todo lo existente y la labor de hacernos cargo de lo indeterminado- el que rechazamos en una época que busca que todo quede establecido y que no tengamos que volver a pensar. Y es por esto que la filosofía se relega, se rechaza como inútil en un mundo que se presenta como determinado y finiquitado, aunque demuestre continuamente que se trata de lo contrario. Ya Leon Tolstoi advertía: “Es más fácil escribir diez volúmenes de principios filosóficos que poner en práctica uno solo de ellos”.

La libertad se torna insoportable en la medida en que no se llega a hacer nada con ella. ¿Para qué queremos la libertad? Si no se quiere hacer nada y se prefiere recibir todo hecho, la libertad se transforma en pura forma vacía. Horrorizado ante este vacío, el ser humano contemporáneo se refugia en la tarea de llenar al máximo su tiempo libre con una rutina repetitiva, fútil y automatizadora.

  1. La filosofía, la democracia y la educación

En cierto sentido, puede decirse que una sociedad democrática es una inmensa institución de educación y de auto-educación permanente de sus ciudadanos, y que no podría vivir sin aquellas. La educación empieza con el nacimiento del individuo y acaba con su muerte. Tiene lugar en todas partes y en todo momento. La educación trata de construir un sujeto capaz de imaginar, es decir, de pensar otra cosa que aquella que tiene delante y por tanto de no ser colonizado por lo que ocurre a su alrededor.

La pertinencia de la filosofía reside en romper las evidencias, en denunciar lo que parece -o quieren hacer pasar por- obvio. Como escribió Charles Péguy, “una gran filosofía no es la que instala la verdad definitiva, sino la que produce una inquietud”. Cuando nace la filosofía en Grecia, los filósofos antiguos cuestionan las ideas colectivas establecidas, las ideas sobre el mundo, los dioses, el buen orden de la ciudad o la moral.

Debemos recordar que la humanidad no ha degenerado biológicamente, la humanidad todavía es capaz de prestar atención a un discurso argumentado y extenso; pero también es verdad que el sistema y los mass-media ‘educan’ a la gente de modo que esta ya no puede interesarse por algo que dure más de unos segundos o a lo sumo unos minutos. Hay en ello una ‘conspiración’, pero no en el sentido mafioso del término. Es una conspiración en el sentido etimológico: todo esto ‘respira conjuntamente’, sopla en la misma dirección, la de una sociedad en la que toda crítica pierda su pertinencia y su eficacia.

Cuando se proclama abiertamente, como ocurre en las sociedades actuales, que el único valor es el del dinero, el del beneficio, que el ideal sublime de la vida social es el ‘enriqueceros’, ¿puede una sociedad democrática seguir funcionando y reproduciéndose sobre esta base? De ser así, los funcionarios deberían pedir y aceptar propinas por hacer su trabajo, los jueces sacar a subasta las decisiones de los tribunales, los maestros poner buenas notas a los niños cuyos padres les hayan entregado un cheque, y así sucesivamente.

Lo que se requiere, si se quiere salvar la democracia, es educar en un pensamiento filosófico que sitúe en el centro de la vida humana significaciones distintas de la expansión ilimitada del dinero y del consumo, que establezca objetivos de vida que hagan de esta algo digno de ser vivido. Ello exigiría una reorganización de las instituciones sociales, de las relaciones personales, de la utilidad de la economía, la política y la cultura, y un largo etcétera.

Una sociedad en la que los valores económicos dejaran de ser centrales, en la que la economía volviera a ser tratada como simple medio de la vida humana y no como fin último, no puede ser pensada por una mentalidad puramente mercantil y consumista. Ha de ser pensada por una mentalidad filosófica, capaz de dar un salto cualitativo respecto a lo que tiene delante. Para evitar no solo la destrucción definitiva del planeta sino también -y sobre todo- para salir de la miseria psíquica y moral en la que estamos sumidos, debemos recordar aquellas palabras de José Luis Pardo acerca de la filosofía:

“La sociedad siempre es vieja y la filosofía siempre es joven. Nuestra sociedad está cada vez más cansada, más envejecida ideológicamente, menos esperanzada, pero la filosofía está como nueva y sirve como siempre. Si, con todo, la filosofía está más tranquila que otras ramas del conocimiento en esta situación es porque nunca sirvió para ganar dinero, que es lo que hoy nos preocupa principalmente. Pero aunque haya gobiernos miopes, épocas miserables y hasta países entregados a la mezquindad, creo que la filosofía saldrá de esta, como ha salido de otras peores”.

1 Poiesis es un término griego que significa «creación» o «producción», derivado de ποιέω poieō, “hacer” o “crear”. Platón define en El banquete el término poiesis como “la causa que convierte cualquier cosa que consideremos del no-ser al ser”. Se entiende por poiesis todo proceso creativo capaz de hacer aparecer algo que no venía dado.

2 Ex nihilo es una locución latina traducible por “de la nada” o “desde la nada”. En filosofía, suele emplearse la expresión creatio ex nihilo para hacer referencia a aquello que se crea “a partir de la nada”, es decir, que no se deriva de lo anterior.

Sheila López Pérez, Doctora en Filosofía Moral y Política. Defensora universitaria y PDI en Universidad Isabel I

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