Aunque Hugo Chávez perdió el referéndum sobre la reforma constitucional, la democracia interna del movimiento chavista en sí mismo -con su compromiso con el pluralismo, el debate crítico y la autonomía popular- se ha reforzado.
El día del referendo en Caracas empezó de forma oficiosa a las tres de la mañana, cuando los votantes empezaron a hacer estallar petardos y a hacer sonar las bocinas para celebrar el amanecer del día en que se decidiría el destino de las propuestas de reforma constitucional del presidente Chávez. Estas reformas conllevaban una ambiciosa combinación de derechos sociales en materia de vivienda, seguridad social y educación, y una semana laboral más corta, junto con propuestas para consolidar los consejos comunitarios, formalizar el estatus de Venezuela como estado socialista, otorgar al presidente una amplia gama de poderes de emergencia y permitir a Chávez volverse a presentar como candidato a la presidencia después de que termine su segundo mandato en 2012.
Supervisando las votaciones
Para mí, el día del referendo empezó a una hora algo más decente, a eso de las siete de la mañana, cuando me abroché la chaqueta gris del equipo de observación internacional. Éramos un grupo de unas 80 personas de organizaciones académicas, de prensa y de la sociedad civil con la misión de supervisar los procedimientos de voto del referendo. Nos repartimos en diez camionetas y partimos hacia distintos puntos de Caracas y sus alrededores. Yo me encontré en el Grupo 10, con el que visité seis centros electorales en el barrio de Catia La Mar, una zona de clase medio baja, trabajadora, cercana al aeropuerto. Después, al finalizar la jornada, acudimos a una gran escuela de secundaria del centro de Caracas a observar la inspección manual de los votos electrónicos.
Cuando llegamos a nuestro primer destino, la gente hacía cola para comprobar que su nombre constaba en las listas que colgaban en la pared del centro electoral y saber cuál de las ocho mesas se les había asignado. Después se dirigían a la sala pertinente con su documento de identificación, firmaban y dejaban su huella dactilar junto al nombre impreso. Triple comprobación de la identidad; todo un contraste comparado con el informal sistema de tarjeta electoral británico.
A continuación, emitían su voto en secreto, tras una improvisada pantalla de cartón o, más bien, presionaban el botón deseado en una máquina electrónica. Esa misma máquina imprimía entonces el voto, el votante lo supervisaba y, después, lo depositaba en una urna que después serviría para certificar el buen funcionamiento del voto electrónico. Se supervisaron, de forma aleatoria, el 54 por ciento de las máquinas. Por la noche, en la escuela del centro de Caracas, vimos cómo se examinaban cuidadosamente unas 360 papeletas de una de aquellas urnas y se cotejaban con los votos electrónicos. Para el alivio de todos los presentes, los números cuadraban.
Finalmente, todos los votantes salían del centro electoral con el dedo pintado con tinta púrpura indeleble. En uno de los centros electorales, un votante cuestionó que fuera imborrable, y tanto él como los observadores fuimos testigos de un experimento con lejía y amoníaco con el que se puso a prueba la tinta púrpura, que resultó ser realmente imborrable.
El encargado de todo este proceso era el joven personal del Consejo Nacional Electoral (CNE), un organismo establecido por la Constitución Bolivariana de 1999 con la responsabilidad de desarrollar y aplicar los procedimientos de organización de las elecciones. Es una institución independiente del Gobierno, que cuenta con una junta designada por la Asamblea Nacional de entes académicos, organizaciones de la sociedad civil y el defensor del pueblo. Los centros electorales estaban custodiados por personal igualmente joven de las fuerzas armadas -tanto hombres como mujeres- que llevaban sus metralletas colgadas en bandolera. Evidentemente, no se puede confiar en la policía.
Cada mesa de voto tenía un presidente y un secretario, elegidos al azar entre los habitantes del barrio, que habían recibido formación específica para desempeñar un papel activo en el proceso. Había también dos testigos: uno por el ‘sí’ y otro por el ‘no’. En todos los centros electorales que visité, todos estos testigos se mostraron de acuerdo con lo justo de las reglas y la integridad y transparencia del proceso. En la mayoría de los casos, estos testigos locales mostraron también un grado de respeto mutuo que no se correspondía en absoluto con la imagen de confrontación presentada en la prensa nacional y visualizada en las calles del centro de Caracas. En uno de los centros, un testigo por el ‘no’ empezó a despotricar contra las propuestas del referendo y, en otro, oímos que la chulería con que se habían comportado los partidarios del ‘sí’ mientras votaban habían obligado a irse al testigo del ‘no’. Pero, por lo demás, todo eran sonrisas.
Estado de conmoción
Cuando terminó el día, las sonrisas de los partidarios del ‘sí’ se habían esfumado y sólo quedaba la mirada perdida de la conmoción. Todo el mundo sabía que los resultados estarían muy ajustados, pero las encuestas a pie de urna habían indicado una ventaja de entre el 6 y el 8 por ciento a favor del ‘sí’. Nos informaron de que los resultados se conocerían a última hora de la tarde. (El proceso electrónico se había concebido, en parte, para garantizar que el recuento fuera rápido y evitar las tensiones de la espera.)
Nos reunimos en un anexo del edificio del CNE, en el centro de Caracas, y esperamos. Y seguimos esperando. Estaba claro que los resultados iban a estar más ajustados de lo que todo el mundo había esperado.
A medianoche, seguíamos sin conocer los resultados. Empezó a correr el rumor, confirmado después por las pantallas de televisión, que militantes de la oposición estaban irrumpiendo en el edificio del CNE, al interpretar el retraso como un indicio de que estaba pasando algo raro. La verdad era que los centros electorales habían cerrado tarde (la regla era mantener el centro abierto después de la hora de cierre, fijada a las cuatro de la tarde, siempre que aún quedara gente en la cola) y que el proceso de inspección había llevado más tiempo del previsto.
Entre bambalinas, se respiraba un clima de tensión. El día anterior al referendo, se habían producido episodios de enfrentamiento político de gran violencia, en uno de los cuales incluso había muerto una persona. Los prudentes organizadores del CNE habían programado llevar a los observadores internacionales al hotel, pero se decidió que resultaría demasiado peligroso. Cada vez que la gente corría a arremolinarse en torno al estrado, una pensaba que se estaba produciendo algún tipo de asalto. Pero sólo era gente que venía corriendo desde los vestíbulos al salón principal porque pensaba que estaba a punto de realizarse algún anuncio. Poco después de la una de la mañana, la presidenta del CNE, Tibisay Lucena, subió con calma al estrado y, plantando cara a todo un ejército de cámaras y micrófonos, anunció los resultados.
Dos mujeres se abrazaron frente al estrado. La sala se vio inundada por un silencio de conmoción. Los observadores internacionales fueron acompañados hacia el autobús; caminamos hasta el aparcamiento flanqueados por dos hileras de guardias armados. De hecho, todo parecía muy tranquilo (al día siguiente, varias personas comentaron que, en caso de que los resultados hubieran sido desfavorables a la oposición, se habrían producido numerosos estallidos de violencia en todo Caracas).
Los críticos de la izquierda
En el autobús, escuchamos a Chávez, con tono humilde pero confiado al mismo tiempo. ‘El pueblo ha hablado’, dijo, subrayando la forma en que el resultado fortalecía la legitimidad de las instituciones democráticas de Venezuela. Chávez aceptó que las propuestas constitucionales habían sido derrotadas. ‘Por ahora’, añadió, repitiendo una expresión que ya había usado en una derrota anterior pero que resultó ser una precursora de la victoria: en una retransmisión que siguió al golpe militar fallido que él mismo había encabezado en 1992 contra los oligarcas reaccionarios del corrupto Estado venezolano.
El legado de estas instituciones perdura. La burocracia y la corrupción siguen dominando en todos los niveles, lo cual bloquea la capacidad de Chávez para hacer llegar el dinero del petróleo a los que lo necesitan. Para Chávez, el objetivo de las reformas constitucionales consistía en transformar este Estado oligárquico, en destruir su legado para siempre. Y aunque el respaldo a su presidencia sigue siendo muy elevado -según los sondeos, supera el 60 por ciento- sus propuestas de reforma son profundamente polémicas entre muchos de aquellos que apoyan firmemente el proceso de democratización bolivariano, de poder popular y de creación de un nuevo tipo de socialismo.
De hecho, un indicio más incómodo de la fortaleza de la democracia venezolana para Chávez ha sido el florecimiento del debate y las críticas entre sus propios partidarios. Por ejemplo, una de las voces de izquierda que ha manifestado unas críticas más contundentes contra Chávez es Edgardo Lander, un académico socialista muy respetado que fue uno de los negociadores venezolanos para el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas). Lander subraya su apoyo al proceso bolivariano y, al mismo tiempo, critica el grado en que las reformas centralizan el poder en manos del presidente y tratan al poder popular como parte del Estado y no como una fuente de poder autónoma que está por encima de éste. A pesar de no tener tratos con la oposición de derechas, Lander insiste también en que las reformas conllevaban una revisión tan profunda de la Constitución que deberían haber sido sometidas a un auténtico proceso constituyente de participación popular. (Para conocer con mayor detalle los argumentos de Lander.)
La mirada desde los barrios
¿Qué relevancia tienen los argumentos de estos críticos socialistas? ¿Qué está sucediendo entre los partidarios de Chávez que explique el rechazo a sus propuestas en un momento en que el presidente cuenta con un gran apoyo?
Me pareció que el mejor lugar en el que encontrar una respuesta a estas preguntas estaba en los barrios pobres de Caracas. Fue aquí, entre las bases populares de Chávez, donde se había producido el giro decisivo. En torno a 7,3 millones de personas votaron por Chávez en las elecciones presidenciales de diciembre de 2006, pero sólo 4.380.000 personas votaron a favor de sus propuestas de reforma. Sin embargo, los 4.504.000 votos del ‘no’ sólo superaban ligeramente el número de votos que recibió el candidato de la oposición en 2006. De modo que el quid de la cuestión debía hallarse en la abstención de unos tres millones de votantes de Chávez. ¿Qué se esconde tras esta tremenda abstención?
Cuando Pablo Naverrete (redactor de la sección sobre América Latina y Venezuela del blog de la revista Red Pepper) y yo llegamos al centro del barrio conocido como 23 de Enero -por la ocupación de los bloques de apartamentos que forman su núcleo, el 23 de enero de 1958-, uno de los símbolos que explicaba uno de los factores de la abstención saltaba a la vista y al olfato. Montañas de basura.
‘La frustración con la burocracia, la falta de respuesta a nuestros problemas por parte del Estado, debe de ser uno de los motivos por el que muchos chavistas no votaron’, opina Maryluz Guillén, una votante crítica del ‘sí’ que se dedica casi exclusivamente a mejorar las capacidades del consejo local para solucionar estos problemas o presionar a la administración municipal para que los resuelva. Los programas gubernamentales conocidos como ‘misiones’, que cuentan con ayuda de Cuba en el sector de la salud y la formación deportiva, han sido una solución extremadamente positiva a la falta de capacidad social constructiva del Estado en materia de educación, sanidad y distribución de alimentos. El resultado, sin embargo, es un precario sistema dual que, además, tiene un ámbito de acción limitado en cuestiones como la vivienda, el saneamiento, los residuos y la planificación urbanística que, en teoría, son responsabilidad de las instituciones estatales.
Partidarios de la reforma
Los partidos de la reforma dirían que esta frustración popular generalizada con el Estado es precisamente el motivo por el que las propuestas pretendían transformar el Estado aumentando el poder de Chávez para forzar el cambio desde arriba y fortaleciendo el poder de la democracia popular desde abajo. ‘Sabe escuchar’, afirma Gustavo Borges, un promotor de hip hop y diseñador que vive en el 23 de Enero. Además de muchas otras actividades, Borges gestiona el excelente sitio web www.el23.net) y ayuda a su padre, militante chavista, a elaborar un periódico vecinal con un diseño impresionante, Sucre En Comunidad.
‘Las reformas surgieron porque Chávez escuchó a la gente’, insiste Borges en contra de los que opinan que, a diferencia del proceso mediante el que se redactó la Constitución Bolivariana original, hubo poca participación popular (las propuestas se publicaron sólo un mes antes del referendo). Para él, la abstención se explica fundamentalmente porque la dirigencia del partido de Chávez -el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV)- no supo explicar las propuestas y contrarrestar la ‘campaña mediática de terror’ de la oposición. (La campaña incluía, entre otros, anuncios que afirmaban que las reformas supondrían que el Estado expropiara los pequeños negocios y que retirara la custodia de los niños a sus familias para cuidarse de ellos.)
Aún así, se muestra prudente con la idea de ‘culpar a los dirigentes. La comunidad también debe asumir responsabilidades. Los consejos comunales no deben limitarse a gestionar proyectos; deben ser también espacios políticos. Deberían haber asumido mayor responsabilidad ante las propuestas de reforma’.
Chávez ‘secuestrado’
Edgar Pérez profundiza en esta idea de la responsabilidad comunitaria. Pérez es un amable líder comunitario en el sector de Las Casitas, en lo alto del barrio de La Vega. Nos reunimos con él en la Casa de Alimentación, un centro para distribuir alimentos entre los pobres, bajo el famoso cuadro de Frida Kalho de la mujer con lirios.
Las Casitas es una comunidad que pregona su autogobierno en las paredes que marcan sus límites. Puede que previsiblemente, dados sus antecedentes de militancia por el autogobierno, Pérez cree que el error de las reformas y el hecho que no convencieran tienen menos que ver con cómo se explicaron y más con cómo se elaboraron: ‘Deberíamos haber contado con un proceso constituyente, con la posibilidad de que todas las comunidades realizaran sus aportaciones’.
Sin duda, si hay que juzgar por la comunidad de Pérez, esa idea tendría muchos aspectos positivos. Pérez habló de sus luchas, la mayoría de las cuales terminaron con éxito, para dirigir los recursos públicos hacia las necesidades de la gente. Mientras hablaba, hizo una distinción entre Chávez y el Estado y sus funcionarios, apuntando a otra fuente de frustración: ‘El presidente es mucho menos accesible de lo que solía ser. Ellos [los funcionarios] lo han secuestrado’.
Los comentarios de Pérez conectan muy directamente con algo escrito en la revista electrónica Aporrea la mañana que siguió al día del referendo por Javier Biardeau, un columnista y académico muy respetado y cercano al proceso (todo el mundo se refiere al proceso bolivariano, la revolución chavista, los cambios en Venezuela como ‘el proceso’).
‘La gran responsabilidad de la derrota es de aquellos que convencieron a Chávez de que la revolución depende exclusivamente de su figura personal’, escribía Biardeau. ‘Error. Probablemente sin Chávez no haya revolución, pero sólo con Chávez tampoco. Hay que corregir esta tendencia de minimizar el papel protagónico del pueblo a la hora de las grandes deliberaciones y decisiones. El «chavismo de aparato» (dirección PSUV) fue derrotado. La revolución se construye desde abajo, o se desgasta desde arriba’.
Acabando con el vanguardismo
Oí hablar del artículo de Biardeau por primera vez cuando éste surgió en una discusión con un grupo de jóvenes activistas intelectuales, que se autodefinen como ‘chavistas de base’, mientras analizaban los resultados del referendo en su restaurante chino preferido. El ministro de Comunicación e Información había solicitado a uno de ellos que recopilara opiniones entre las bases respecto a la derrota en las urnas. Mientras hablaban, aludían una y otra vez a los comentarios de Biardeau, considerando que resumía el mensaje que querían hacer llegar al presidente:
‘Hay que lograr no sólo la máxima inclusión social sino la inclusión política, no sólo la igualdad social sino la igualdad política. Hay que enterrar el imaginario jacobino de las revoluciones dirigidas desde arriba, desde vanguardismos y personalismos esclarecidos. Es tiempo de profundas reflexiones en la dirección revolucionaria. Tiempos para acabar con el pragmatismo de la derecha endógena y con el estalinismo de la ultra-izquierda también endógena. Tiempos para liquidar el burocratismo y la corrupción. Tiempos para liquidar la deriva cesarista-populista. Tiempos para renovar el pensamiento crítico socialista. Incluso tiempos, para pedir perdón y mostrar humildad por tantos maltratos proferidos’. Sin duda, un mensaje potente.
El análisis de Biardeau cristalizaba el tema común entre los chavistas de base con los que nos encontramos en 23 de Enero y La Vega, votaran por el ‘sí’, se abstuvieran o incluso, en algunos casos, se decantaran por el ‘no’: la necesidad de volver a dirigir ‘el proceso’ hacia la democracia popular. A juzgar por el nivel de actividad y la creciente interrelación entre las organizaciones en los barrios, los lugares de trabajo y las zonas rurales – los comités de tierras urbanas, los comités de salud, las organizaciones de los sin tierra, las redes de cooperativas y las fábricas gestionadas por los obreros-, la base organizativa, así como el deseo político, sigue estando ahí, y es necesario desarrollarlo y apoyarlo.
Esta base tiene autonomía de Chávez y, al mismo tiempo, es la fuente de su respaldo. En los barrios se quiere a Chávez, pero no se trata de una adoración ciega. No es nada comparable con la política pasiva de celebridad y espectáculo de Occidente. Se basa en las mejoras materiales de sus vidas y en el aumento de oportunidades y de espacios que Chávez les ha abierto para que se labren su propio futuro, para que desarrollen su propio poder. Y están ocupando esos espacios hasta un punto que aquellos que rodean a Chávez no parecen apreciar.
Tensiones democráticas
El proceso venezolano ilustra la tensión entre dos interpretaciones de la democracia y del liderazgo democrático. Por un lado, está la idea de que una vez alcanzado el mandato democrático, la voluntad de la gente está representada por el vencedor -sea el presidente o el alcalde-, y que el liderazgo consiste en imponer esta voluntad con firmeza, resistiendo a todas las fuerzas hostiles. Por el otro, está la idea de que el poder del mandato popular se debe profundizar y desarrollar activamente fomentando la autoorganización popular en toda su pluralidad y liderazgo; y que se trata de utilizar las posiciones de legitimidad y autoridad para fomentar esta autoorganización y deliberación como una fuente más profunda, duradera y creativa de poder democrático.
Los últimos comentarios de Chávez muestran signos de que el presidente está reconociendo el valor de esta última interpretación y cree en el fortalecimiento de la naturaleza participativa del proceso bolivariano. En una entrevista que se le realizó tras la derrota de sus propuestas, Chávez reiteró que el principal objetivo debe seguir siendo la transformación del Estado, pero reconoció que ‘ahora es momento de análisis, reflexión y autocrítica verdadera. Pero el pueblo venezolano tiene la potestad y el derecho de presentar, si así lo quiere el pueblo, una solicitud de reforma antes de que termine este período para el cual faltan cinco años’.
Chávez se refiere a una disposición constitucional por la que una petición respaldada por el 15 por ciento de los votantes registrados les daría el derecho a presentar una propuesta de reforma constitucional. Edgar Pérez, de Las Casitas, y sus redes ya se han puesto manos a la obra y están empezando a organizarse en esta línea. Una plataforma de organizaciones de base, que se unió a raíz de las críticas contra las reformas de Chávez, podría muy bien ser el punto focal de una nueva iniciativa de base.
Hemos visto cómo, en respuesta a la derrota, Chávez reivindicó la fortaleza de la democracia venezolana. Se estaba refiriendo a los procesos electorales y a la institución del CNE que observé durante el día del referendo, y a la forma en que el Gobierno respetó el proceso.
Como apunta Josh Lerner en su excelente web www.venezuelanalysis.com): ‘Puede que tenga más razón de lo que cree. El referendo no solo demostró que el Gobierno respeta el proceso democrático, sino que también ha influido en la gente de una forma hasta ahora desconocida. Si, en el pasado, Chávez sacó a la gente de la complacencia y la pasividad, esta vez puede que los haya sacado del apoyo incondicional y de suposiciones fijas. Ahora más que nunca, millones de partidarios de Chávez cuestionan abiertamente los deseos de su dirigente y discrepan de ellos’.
Así, al comenzar mi visita como observadora internacional de la democracia de este proceso electoral -que en muchos sentidos encontré más democrático que el nuestro-, acabé también observando la democracia interna del propio movimiento chavista y topándome con sus raíces: un compromiso ejemplar con el pluralismo, el debate crítico y la autonomía popular del que tanto debemos aprender.