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Diario íntimo de Jack el Destripador/12

Fuentes: Rebelión

Cuando subí al avión, y por aquello de evitar desagradables sorpresas, lo primero que hice fue pasar a la cabina del piloto. Con la paranoia creada por Bush y Blair con respecto a los supuestos atentados de que serían objeto sus aviones, no me inspiraba mucha confianza tener que volar y menos soportar, sin inmutarme, […]

Cuando subí al avión, y por aquello de evitar desagradables sorpresas, lo primero que hice fue pasar a la cabina del piloto. Con la paranoia creada por Bush y Blair con respecto a los supuestos atentados de que serían objeto sus aviones, no me inspiraba mucha confianza tener que volar y menos soportar, sin inmutarme, los vejámenes y humillaciones de que hacen objeto a los pasajeros en la mayoría de sus aeropuertos.

Les reconozco que sentía pavor, pero no por los posibles atentados denunciados, sino por las supuestas medidas de seguridad establecidas por las multinacionales del crimen.

Ya el avión corría por la pista buscando su despegue, pero el piloto, muy amable, no tuvo inconveniente en conversar conmigo.

Así pude saber que sus apellidos eran irreprochablemente sajones, que no tenía descendencia musulmana y que nunca había padecido trastornos emocionales. Supe que había nacido en Cincinnati y que estaba felizmente casado, siendo padre de tres hermosos niños, de ejemplar comportamiento, con lo cual descarté una posible crisis matrimonial que pudiera en un momento de depresión, conducirlo al suicidio.

Además, según averigüé, no había sufrido en los últimos cinco años, la muerte de ningún familiar, desgracia esta que puede sumir en la desesperación al ser humano más cabal y provocar una conducta inestable.

Económicamente tampoco le iba mal. No tenía deudas, ni padecía el acoso de prestamistas y bancos. Muy al contrario, disponía de varias tarjetas de crédito saneadas.

Por si no fuera suficiente, y siendo fanático de los Yanquis de Nueva York, éstos le habían deparado hondas satisfacciones el último año, por lo que podía descartar una crisis existencial de origen deportivo.

Jamás había tenido el menor incidente con la ley. Respetaba las señales de tránsito, ayudaba a los ancianos a cruzar la calle y cedía el asiento a las mujeres en el bus.

Averigüé también que sus vecinos le tenían en alta estima y que había sido nombrado administrador del condominio en el que residía por su sentido de la responsabilidad.

Nunca había consumido drogas, ni siquiera legales. Ni fumaba ni bebía. Apenas un trago de ponche en la Navidad del 83.

Su parte médico no registraba ni una sola enfermedad, con excepción de un acceso gripal tres años antes que lo mantuvo en cama un día. Su corazón marchaba a la perfección, como su vista y el resto de sus sentidos.

Nada había en su expediente personal que pudiera ser motivo de alarma.

Ni siquiera profesaba alguna de esas extrañas y perniciosas religiones que promueven cremaciones en masa o suicidios colectivos.

Tranquilo y satisfecho tras estas averiguaciones, regresé a mi asiento en el avión.

No había motivo de preocupación. De hecho, hubiera sido el piloto perfecto, si no fuera porque, el maldito loco no era piloto, pero eso sólo lo deduje instantes antes de estrellarnos.