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Cronopiando

Diario íntimo de Jack el Destripador/16

Fuentes: Rebelión

Si alguna conducta humana es en verdad filosa como puñal e hiriente como cuchillo, esa es la ingratitud. Yo disculpo al soberbio que, en muchas ocasiones, sólo esconde un discreto ego, y al iracundo que protege un dulce corazón, pero me enerva el pecado de la ingratitud. De ahí mi desazón, mi desconsuelo, cuando advierto […]

Si alguna conducta humana es en verdad filosa como puñal e hiriente como cuchillo, esa es la ingratitud.

Yo disculpo al soberbio que, en muchas ocasiones, sólo esconde un discreto ego, y al iracundo que protege un dulce corazón, pero me enerva el pecado de la ingratitud.

De ahí mi desazón, mi desconsuelo, cuando advierto que todos mis desvelos en el logro de la más larga carrera criminal que conozca la historia, no ha sido suficiente motivo para que el Gobierno de Madrid me tuviera en cuenta.

Cuando, más que el paso, el peso de los años pesa y pasa la cuenta de los pasos…(no voy a beber más) atribulado advierto que Doña Esperanza Aguirre, presidenta de Madrid, decide que mis éxitos en Londres, mis destripamientos en sus calles, mi ejecutoria como asesino en serie, no son suficientes atributos como para merecer su galardón, ese Premio a la Tolerancia que mientras a mí se me niega, se entrega, sin embargo, a vulgares matarifes como Alberto Montaner.

¿Qué ha tolerado ese truhán del tres al cuarto que no haya tolerado yo primero?

¿Qué tolerante bondad puede haber esgrimido ese bastardo que yo no conociera?

Ningún otro delincuente en la historia del crimen ha tolerado tanto como yo, que he tolerado infamias y calumnias, pruebas prefabricadas, testigos falsos, persecuciones, editoriales insultantes… Y todo para que venga ahora ese matachín de escaparate, conocido terrorista de la CIA, a llevarse el reconocimiento que a mi me corresponde. A mí, que nunca toleré ser parte de mafias criminales, que nunca toleré ser numerario de bandas de asesinos, que actué solo, sin amparos ni ayudas, sin esconderme tras el oficio de «escritor», arriesgando mi vida en cada crimen y consciente de que si me atrapaban no quedaría impune, a mí es que me debían haber dado el Premio a la Tolerancia.

Valga como consuelo no tener que padecer el aliento de la Esperanza en la entrega del premio.

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