Para un profesional del destripamiento, como es mi caso, que siempre di sobradas muestras de un incomparable virtuosismo en el oficio, nada más artero y vil que la infamia. A pesar del tiempo transcurrido todavía me indigna la injustificable fama de misógeno que me crearan a partir de la falsa acusación de haber degollado a […]
Para un profesional del destripamiento, como es mi caso, que siempre di sobradas muestras de un incomparable virtuosismo en el oficio, nada más artero y vil que la infamia.
A pesar del tiempo transcurrido todavía me indigna la injustificable fama de misógeno que me crearan a partir de la falsa acusación de haber degollado a casi una veintena de mujeres.
Pueden o no creerme pero jamás he levantado la mano o el cuchillo contra mujer o infante, así fuera ella prostituta o insoportable el maldito niño.
Scotland Yard, incapaz de poner freno a la violencia sexista que asolaba mi Londres natal, resolvió achacarme los numerosos asesinatos de mujeres a manos de sus esposos, amantes o ex maridos, porque para la patriarcal sociedad inglesa era preferible centrar todo ese horror en una sola persona que aceptar que detrás de cada cuchillo feminicida siempre hay más de una mano, y que ningún crimen es más compartido que el que le cuesta la vida a una mujer.
A mi me convirtieron en el asesino en serie que descargara de culpa a toda la sociedad para que nadie tuviera nada que cuestionarse o de lo que arrepentirse. Al fin y al cabo, toda la violencia sexista, gracias a Scotland Yard, ya era exclusiva responsabilidad de un solo hombre, de un único criminal: Jack el Destripador.
Cierto era que, para entonces, yo me había ganado una sólida reputación como degollador al por mayor pero, doy fe, que únicamente apliqué mis buenos oficios frente a violadores, proxenetas, pederastas y abogados.
Sea como fuere, es mi esperanza que, el descrédito en que han pretendido confundir mi recto proceder, que las ignominias con que han tratado de encubrir mis piadosas acciones, no empañen más mi buen nombre y mejor fama.
Y así será, no sólo por la amnesia social que se extiende como la verdolaga por el país, por esa común memoria que todo lo extravía, sino por nuestra portentosa facultad para rehabilitar políticos sinvergüenzas, para reelegir presidentes ineptos, para restituir honras indecentes y festejar atropellos y canallas.