La teoría económica convencional explica que la economía de nuestros días conforma una amalgama de mercados. Hay un mercado de la vivienda, un mercado de valores, un mercado del cerdo, un mercado de automóviles, un mercado de mediados de comunicación, un mercado de libros,…, y también hay un mercado de trabajo. En este último mercado […]
La teoría económica convencional explica que la economía de nuestros días conforma una amalgama de mercados. Hay un mercado de la vivienda, un mercado de valores, un mercado del cerdo, un mercado de automóviles, un mercado de mediados de comunicación, un mercado de libros,…, y también hay un mercado de trabajo.
En este último mercado es donde van a parar las personas con edad y necesidad de trabajar después de recibir la formación necesaria para maximizar sus habilidades a la hora de producir los bienes y servicios que los miembros de la sociedad necesitan y desean. De este modo su trabajo contribuirá a crear riqueza y se los premiará con una remuneración de tipo salarial y con una serie de prestaciones sociales asociadas.
Esto es el que se enseña. Pero no es lo que pasa.
Muy a menudo, los problemas empiezan con el acceso a la educación que los futuros o actuales trabajadores necesitan. En este terreno no todo el mundo tiene las mismas oportunidades ni la misma información.
Después hay el problema de la demanda, sobre todo, en los momentos de recesión. Si la demanda de trabajadores se bloquea, entonces el mercado de trabajo se satura y no hay manera de hacerlo arrancar.
Pero para muchos trabajadores el problema de la demanda no se limita a la recesión. También tienen problemas en los momentos de expansión. Esta ha sido la razón principal por la cual los salarios reales se han estancado o incluso han retrocedido durante décadas mientras que mucha gente se veía en la necesidad de aceptar contratos precarios. ¿Recuerdan cuál era la realidad laboral en épocas de burbuja inmobiliaria?
El supuesto del modelo original es que a los trabajadores se los remunera en función de su contribución a la producción a cambio de la cual, como ya hemos dicho, se les paga un salario. Pero esto se desmiente inmediatamente cuando el mismo modelo afirma que los salarios dependen directamente de la ley de la oferta y la demanda.
Esta ley es uno de los dioses de la economía convencional y ciertamente la ley, a pesar de no ser divina, existe y funciona en la vida real, y lo hace día tras día.
Pero en el llamado mercado de trabajo esta ley está mediatizada, y no por la regulación laboral como dice el modelo oficial, sino todo lo contrario: por la actuación de los empresarios y del Estado.
Me explicaré:
Los empresarios tienen entre sus facultades, la de despedir a los trabajadores y esto últimamente aún lo tienen más fácil. Por otro lado, gracias al progreso técnico que los propios empresarios gobiernan, la oferta de fuerza de trabajo aumenta más rápidamente que su demanda. Se produce así una «superpoblación relativa» de trabajadores.
Esta «superpoblación» incluso se ha llegado a teorizar a través de un teorema sobre la tasa de paro de equilibrio que ha formulado la economía neoliberal.
La idea del teorema es que hay que garantizar una tasa de paro notable por debajo de la cual no se puede bajar sin desencadenar un exceso de inflación.
Esta tasa de paro de referencia, que se ha bautizado con el nombre de NAIRU (non accelerating inflation rate of Unemployment), para los neoliberales tiene la virtud de llamar al orden a los trabajadores.
De la aplicación de este teorema perverso se derivan, precisamente, las políticas para garantizar que la creación de nuevos puestos de trabajo no suponga una disminución demasiado pronunciada del paro gestionando «adecuadamente» la temporalidad, la rotación laboral y la entrada de extranjeros.
Entonces, ¿si la política económica ha de asegurar que la oferta de trabajo supere de manera eterna la demanda, no estarán los trabajadores condenados indefinidamente a rebajar sus condiciones laborales?
Por lo tanto, los capitalistas pueden operar tanto sobre la oferta como sobre la demanda y pretenden que el Estado se limite a hacer el mismo.
Dado que los capitalistas conocen la fuerza que les da esta situación privilegiada, tanto ellos como los economistas a su servicio, reclaman que los salarios y otros aspectos de la relación laboral, se regulen únicamente por la negociación individual. Presionan para que la intervención del Estado se limite a actuar sobre la oferta de mano de obra, garantizando que sea abundante, sana, calificada y capaz de responder de manera rápida a todas las demandas del capital.
Un tercer supuesto del modelo original es que a los trabajadores se les paga por su contribución a la productividad marginal. Pero la experiencia nos demuestra que los incrementos de productividad a menudo acaban convirtiéndose en un problema para estos trabajadores. Esto precisamente fue lo que en el siglo XIX condujo a la desesperación a buena parte de los operarios cuando aparecieron las primeras máquinas industriales. Durante los últimos años, por ejemplo, el paro se ha multiplicado y los salarios han retrocedido mientras que la productividad ha seguido aumentando, incluso (o sobre todo) en momentos de crisis.
Así que la cadena de acontecimientos que según el modelo académico supone que generan un mercado laboral saludable se ha roto en tres puntos clave: el acceso insuficiente a la educación, sobre todo por las personas con una situación económica más débil, la carencia de demanda de mano de obra suficiente, y los beneficios del crecimiento de la productividad que no se comparten equitativamente sino que se los apropia el capital.
¿Cómo se puede arreglar este desaguisado? ¿Qué iniciativas políticas pueden poner las bases para que la cadena funcione?
Las soluciones son muy conocidas y se derivan de los diagnósticos:
- un mejor acceso y mejor calidad en todos los niveles de la educaci ó n / formaci ó n ,
- pol í t icas de demanda basadas en el pleno empleo,
- negociaci ó n colectiva potente y garantizada a trav é s de un marco s ó l ido de relaciones laborales.
Pero hoy, las cosas, gobernadas a través de las políticas neoliberales, van precisamente en la dirección opuesta. Entonces, ¿qué salida les queda a los trabajadores?
Yo sé que ahora, a pesar de que los medios lo esconden, ya hay mucha gente que está luchando. Lo hacen los maestros y los profesores, los trabajadores de la sanidad y así sucesivamente.
De hecho los trabajadores son superiores en número y de aquí viene su fuerza, pero no en recursos y en posición social. Los medios de comunicación hablan constantemente de los empresarios como los grandes generadores de empelo, olvidando que quienes verdaderamente generan riqueza son los trabajadores.
El mercado laboral necesita reparaciones serias, pero ahora la gente más poderosa y con más recursos tiene en exclusiva el derecho de decir que tenemos que arreglar y que no tenemos que arreglar y su mensaje tiene un gran impacto. Mientras, el bipartidismo oficial no ha hecho más que dar forma legal a este mensaje a través de sucesivas reformas laborales.
Así que si usted quiere ayudar a las personas en paro y a las que a pesar de tener trabajo se ven en la necesidad de trabajar en precario, deberían preguntarse: ¿ hay alguna otra salida que no sea la lucha y la unidad de los propios trabajadores? ¿Tal como están las cosas ahora, no deberíamos saldar cuentas con los grandes partidos que han dado lugar al actual sistema político bipartidista imperfecto y se han encargado de hacer prosperar reformas laborales precaritzadoras?
Pero yo, incluso me atrevería a formular una pregunta más osada: ¿puede tener éxito la lucha, si finalmente no toma un talante claramente anticapitalista y si no se articula una formación política unitaria capaz de dar consistencia política a todo ello?
http://apuigsole.blogspot.com.
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