Era un perezoso vocacional que sin embargo trabajó mucho y con brío, un fumador empedernido, un fanático de los zapatos (sobre todo de los fabricados en Inglaterra, que coleccionaba por docenas en plan Imelda Marcos), un seductor incorregible, un apasionado de la buena comida, un adicto al teléfono, un tipo histriónico y al mismo tiempo […]
Era un perezoso vocacional que sin embargo trabajó mucho y con brío, un fumador empedernido, un fanático de los zapatos (sobre todo de los fabricados en Inglaterra, que coleccionaba por docenas en plan Imelda Marcos), un seductor incorregible, un apasionado de la buena comida, un adicto al teléfono, un tipo histriónico y al mismo tiempo tímido… Pero, por encima de todo, era y sigue siendo el más emblemático actor del cine italiano.
Para muchos era simplemente Marcello. Para Federico Fellini era Snaporaz, como el famoso personaje de su película La ciudad de las mujeres. Su nombre completo era Marcello Vincenzo Domenico Mastroianni y mañana se cumplirán 10 años de su muerte, provocada por un maldito cáncer. Italia recuerda durante toda esta semana, con infinidad de actos y homenajes, al hombre que durante más de medio siglo de carrera cinematográfica trabajó en cerca de 150 películas y a las órdenes de algunos de los más grandes directores de todos los tiempos: el gran Marcello Mastroianni.
Por supuesto, no faltan las exposiciones con fotografías de algunos de los momentos estelares de su carrera. Pero, por encima de todo, Mastroianni será homenajeado en las pantallas de cine y en los escenarios de los teatros, los dos medios artísticos que combinó con excepcional maestría. Mañana mismo, por ejemplo, en la Casa del Cine de Roma, se proyectará El general de la Armada Muerta, un filme dirigido en 1983 por Luciano Tovoli que saca a la luz lo absurdo y cruel de la guerra y que está protagonizado por Mastroianni y su amigo del alma Michel Piccoli. De hecho, cuando el actor falleció hace 10 años en su casa de París, junto a su cama se encontraba Piccoli, su ex compañera sentimental la actriz Catherine Deneuve y Chiara, la hija de ambos.
Y también mañana la cadena de televisión La 7 pasará en primicia nacional, antes de su desembarco en las pantallas grandes de Italia, Marcello, una dolce vita, el documental de Mario Canale y Annarosa Mori presentado en la pasada edición del Festival de Cannes y que, con la voz de Sergio Castellitto (considerado desde siempre como el heredero de Mastroianni) como narrador, incluye extractos de varias entrevistas con el actor y el testimonio de sus dos hijas: Chiara, nacida en 1972 de su relación con Catherine Deneuve, y Barbara, nacida en 1951 de su matrimonio con Flora Carabella, de la que nunca quiso divorciarse.
«Más que un padre para mí fue una especie de hermano mayor, el diálogo con él lo he descubierto mucho más tarde. Al colegio, por ejemplo, sólo acudió a recogerme una vez. Y la verdad es que yo encantada de que no viniera, porque me daba vergüenza aquel padre famoso», asegura Barbara, de 55 años. «Para mí aquel hombre que veía en la pantalla era una estrella, no mi padre. Y él tampoco ejercía mucho de padre en casa. Pero, con el tiempo, se convirtió para mí en un punto de referencia. Me ha dejado la sabiduría de mirar las cosas desde el lado positivo, de aceptar a quien está a tu lado sin la presunción de querer cambiarlo».
Chiara, de 34 años, recuerda un padre muy distinto. «A mí venía a recogerme al colegio con bastante frecuencia. Pero como era más viejo que todos los demás padres, siempre había alguien que me preguntaba si era mi abuelo. Así que yo le pedí que me esperara alejado algunos metros del colegio, porque me avergonzaba», asegura Chiara. «Era una persona con fantasía y alegría, pero también con momentos de gran tristeza. Muy humilde, sin ningún egocentrismo, con una capacidad de trabajo extraordinaria».
Abierto e indefenso
En cuanto al homenaje dramático, era el actor y director ruso Nikita Michalkov -que dirigió a Mastroianni en la inolvidable película Ojos negros y en el espectáculo teatral Partitura incompleta para pianola mecánica- el encargado el pasado jueves de rendirle pleitesía. Y lo hacía poniendo en pie en el teatro Valle de Roma una noche chejoviana en la que recordó la predilección de Mastroianni por ese autor y que culminó con la recitación del monólogo de Astrov (Tío Vania).
«Mastroianni era un hombre abierto e indefenso. Considero que en la historia del cine y del teatro italiano Mastroianni y Gassman eran los actores dotados del máximo diapasón de posibilidades artísticas», asegura Michalkov. «A Mastroianni no le daba miedo aparecer como un payaso, ridículo, humillado o feo. A diferencia de lo que les sucede a muchos actores famosos, distinguía entre su ego personal y el hecho de ser un intérprete. Acogía con espíritu infantil cualquier aspecto del ser humano. Su desarrollado sentido de autoironía le permitía sentirse en su salsa en cualquier ambiente».
Mastroianni y Michalkov se conocieron por intermediación de una amiga común, Silvia D’Amico. «Él acababa de regresar de Estados Unidos y sufría de jet lag. Me dijo nada más verme: ‘Te seré sincero: he visto tus cuatro películas y me he quedado dormido, así que no me preguntes qué me han parecido. Silvia dice que eres un buen director y una buena persona, así que estoy de acuerdo en que trabajemos juntos'».