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Diez días que estremecieron al mundo y la Revolución Bolivariana

Fuentes: Venezuela Cantaclaro

¿Qué revolución es esa a la cual Hugo Chávez invita hoy a rendirle tributo? Sábado 10 de noviembre de 2007. Ha culminado la Cumbre Iberoamericana de Gobiernos, y en el Estadio Nacional de Chile se congregan partidarios de izquierda; a mitad de su discurso el Presidente de Venezuela, con su voz algo ronca, exclama: «¡Vamos […]

¿Qué revolución es esa a la cual Hugo Chávez invita hoy a rendirle tributo?

Sábado 10 de noviembre de 2007. Ha culminado la Cumbre Iberoamericana de Gobiernos, y en el Estadio Nacional de Chile se congregan partidarios de izquierda; a mitad de su discurso el Presidente de Venezuela, con su voz algo ronca, exclama: «¡Vamos a rendirle tributo a la revolución rusa, a los bolcheviques y a su gran líder, Lenin; que hace 90 años hicieron esa hazaña!».

El surgimiento de la primera revolución socialista del mundo lo narra el periodista estadounidense John Silas Reed, en su libro Diez días que estremecieron al mundo. Ese libro tiene un valor literario, histórico y político apasionante; aún para los originalistas de «inventamos todo o erramos» o para los contrarios al socialismo.

Escrito por un egresado en literatura de la Universidad de Harvard, que vivió la agitación y el desarrollo inicial de la llamada Revolución Socialista de Octubre; relata, con una visión general, la cotidianidad de cómo los Consejos de Obreros, Campesinos y Soldados alcanzaron el poder en Rusia el 7 de noviembre de 1917, bajo la dirección política y militar de los comunistas. ¡Sí, los comunistas!

Algunos pasajes del libro pudieran servir de referencia para comprender mejor la Revolución Bolivariana en Venezuela y los acontecimientos que hace 90 años antecedieron al llamado Socialismo del Siglo XXI; tan auténtico como lo es cada país, cada tiempo histórico y cada correlación de fuerzas en pugna. Aunque siempre hay «inventos» que ya están patentados por la historia, a favor y en contra de una revolución socialista o que pretenda serlo, sin importar que se acceda al poder por la vía pacífica o armada.

La Constituyente de 1917, la Constitución del 1999

En su prefacio de Diez días que estremecieron al mundo, John Reed incita a la lectura con algunas preguntas. Entre éstas, por qué los bolcheviques, que defendieron la Asamblea Constituyente de 1917, ahora, al calor de una inminente revolución socialista, la disolvieron. Y por qué la burguesía, hostil a la Asamblea Constituyente de 1917 hasta la aparición del peligro bolchevique, ahora la defendía.

Hoy la pregunta es similar ante el debate sobre la reforma constitucional en Venezuela; por qué los revolucionarios, que defendieron la Constitución de 1999, ahora, al calor de una inminente revolución socialista, la reforman. Y por qué la burguesía, hostil a la Constitución de 1999 hasta la aparición del peligro socialista, ahora la defiende.

La respuesta a la esencia la aporta allí mismo John Reed:

«Las clases poseedoras querían una revolución solamente política que, arrancando el poder al zar, se lo entregara a ellas. Querían hacer de Rusia una república constitucional (…). Ahora bien, las masas populares querían una verdadera democracia obrera y campesina».

Cualquier parecido…

«Muchos autores han justificado su hostilidad al Gobierno soviético pretextando que la última fase de la revolución no fue otra cosa que una lucha defensiva de los elementos civilizados de la sociedad contra la brutalidad de los ataques de los bolcheviques (resaltado nuestro).

«Ahora bien, fueron precisamente esos elementos, las clases poseedoras, quienes, viendo crecer el poderío de las organizaciones revolucionarias de las masas, decidieron destruirlas, costase lo que costase, y poner una barrera a la revolución.

«Dispuestos a alcanzar sus objetivos, recurrieron a maniobras desesperadas. Para derribar el ministerio Kerenski y aniquilar a los Soviets, desorganizaron los transportes y provocaron perturbaciones interiores; para reducir a los comités de fábrica, cerraron las fábricas e hicieron desaparecer el combustible y las materias primas; para acabar con los comités del ejército restablecieron la pena de muerte y trataron de provocar la derrota militar», continúa Reed.

Bien vale la pena preguntarse 90 años después: ¿Es diferente u original la conducta de las clases poseedoras ante la posibilidad de una revolución socialista?

Alguien pudiera escribir hoy, parafraseando al autor del libro:

Muchos autores y dueños de medios de difusión masiva han justificado su hostilidad al Gobierno Bolivariano pretextando que la última fase de la revolución no fue otra cosa que una lucha defensiva de los elementos de la sociedad civil contra la brutalidad de los ataques de los ‘chavistas’.

Y así por el estilo, cada quien puede hacer su ejercicio literario. Cambiemos el nombre del país y el tiempo histórico, y tendremos la misma conducta de la burguesía y sus aliados: sabotaje económico, golpe de estado, lucha «no violenta», acaparamiento y otros «inventos» aplicados y por aplicar contra la Revolución Bolivariana, cuando se evidenció que era algo más que una revolución política.

Podemos, Baduel y otros hace 90 años

Entre la burguesía y los bolcheviques -explica el periodista estadounidense- «se encontraban los llamados socialistas ‘moderados’, que incluían a los mencheviques, a los socialrevolucionarios y algunas fracciones de menor importancia. Todos estos partidos estaban igualmente expuestos a los ataques de las clases poseedoras, pero su fuerza de resistencia se hallaba quebrantada por sus mismas teorías».

«Los mencheviques y los socialrevolucionarios consideraban que Rusia no estaba madura para la revolución social y que sólo era posible una revolución política.

«Y finalmente, cuando los bolcheviques echaron abajo todo ese hueco edificio de compromisos, mencheviques y socialrevolucionarios se encontraron en la lucha al lado de las clases poseedoras. En todos los países del mundo, poco más o menos, vemos producirse hoy el mismo fenómeno».

Está reseñando a las fuerzas políticas existentes en la Rusia de 1917, en apenas el prefacio del libro, firmado en Nueva York, el 1º de enero de 1919. Lo mejor viene después, en doce capítulos interesantes, en género de crónica literaria.

Antes que la revolución, el caos

En el Capitulo I, «Los orígenes», relata como un alto dirigente de un partido de la burguesía liberal prefería la destrucción económica del país, antes que la revolución:

«Me declaró que el hundimiento económico formaba parte de una campaña destinada a desacreditar la revolución. Un diplomático aliado, cuyo nombre he prometido callar, me confirmó el hecho. Sé también que cerca de Jarkov, los propietarios de unas minas las incendiaron e inundaron; que en Moscú, ingenieros textiles, antes de abandonar las fábricas, inutilizaron las máquinas, y que unos obreros sorprendieron a ciertos funcionarios de los ferrocarriles en flagrante delito de sabotaje a las locomotoras» (resaltado nuestro).

También se pudiera escribir ahora, algo así:

En diciembre del año 2002, que en Venezuela, ingenieros petroleros, antes de abandonar las fábricas, inutilizaron las máquinas, y que unos obreros sorprendieron a ciertos funcionarios de PDVSA en flagrante delito de sabotaje a las computadoras.

«Los especuladores -continúa explicando el primer capítulo- se aprovechaban del desorden general para amasar fortunas que dilapidaban en orgías fantásticas o en pagar a los funcionarios. Acaparaban stocks de víveres o de combustibles y los exportaban clandestinamente a Suecia. Durante los cuatro primeros meses de la revolución, las reservas de víveres de los grandes almacenes municipales de Petrogrado fueron saqueadas casi a la vista de todos, hasta el punto de que la reserva de trigo para dos años resultó casi insuficiente a las necesidades de un mes. Según el informe oficial del último ministro de Abastecimientos del Gobierno provisional, el café se compraba al por mayor en Vladivostok a dos rublos la libra, y el consumidor lo pagaba a trece en Petrogrado».

Cambian los tiempos y el espacio, no la esencia de la lucha de clases.

Una revolución sin azúcar y sin leche

Los empresarios para evitar la revolución de los comunistas, acaparaban o destruían su propia producción de alimentos básicos.

En un párrafo digno de ser remitido al Indecu y al Seniat, narra John Reed:

«Se tenía derecho a dos libras de azúcar mensuales, pero era casi imposible encontrarla. Una tableta de chocolate o una libra de caramelos insípidos costaban de siete a diez rublos, más o menos un dólar. Sólo había leche para menos de la mitad de los niños de la ciudad; la mayor parte de los hoteles y de las casas particulares no la veían desde hacía meses. En plena temporada de frutas, las manzanas y las peras se vendían en las esquinas de las calles a poco menos de un rublo cada una. Para conseguir leche, pan, azúcar o tabaco era preciso hacer cola durante horas bajo la lluvia glacial».

No olvidemos que hablamos de Rusia, año 1917.

Que nos invadan, pero camarada jamás

La mentalidad burguesa y pequeñoburguesa se resistía en medio del fragor de la revolución de los obreros, campesinos y soldados. Preferían la invasión de una potencia extranjera, antes que el triunfo de la revolución.

«Las mujeres de los funcionarios se reunían por las tardes a tomar el té, llevando cada una en su manguito una cajita con azúcar, de oro o plata, ornada de brillantes, y media hogaza de pan. Estas damas suspiraban por la vuelta del zar, por la llegada de los alemanes y, en fin, por todo aquello que pudiera resolver la crisis del servicio doméstico. La hija de un amigo mío sufrió un día un ataque de histeria, porque la cobradora de un tranvía la había llamado camarada».

Hasta los mesoneros se alzaron

En Diez días que estremecieron al mundo, se describe la nueva situación de sectores marginados. La autoestima y la dignidad humana por primera vez llenaban en masa los corazones y las mentes de los más excluidos.

«Las criadas, a quienes antes se trataba como a bestias y apenas se les ‘pagaba’, estaban emancipándose (…) Los camareros de los hoteles y restaurantes estaban también organizados y se negaban a recibir propinas. En las paredes de los restaurantes había inscripciones como ésta: ‘No se admiten propinas’. Como esta otra: ‘Porque un hombre esté obligado a ganarse la vida sirviendo a otros en la mesa, no es necesario insultarlo ofreciéndole una propina».

La primera Misión Cultura

«Rusia entera aprendía a leer: leía asuntos de política, de economía, de historia, porque el pueblo tenía necesidad de saber (…) La sed de instrucción, tan largo tiempo refrenada, se convirtió con la revolución en un verdadero delirio. Sólo del Instituto Smolny salieron cada día, durante los seis primeros meses, toneladas de literatura, que, ya en carros, ya en vagones, iban a saturar el país. Rusia absorbía, insaciable, como la arena caliente absorbe el agua. Y no grotescas novelas, historia falsificada, religión diluida o esa literatura barata que pervierte, sino teorías económicas y sociales, filosofía, las obras de Tolstoi, de Gogol, de Gorki».

Seguidamente John Reed ilustra esta dramática escena:

«Visitamos el frente del 12º ejército, detrás de Riga. Pálidos, descalzos, los hombres se consumían sobre el lodo eterno de las trincheras. Enderezándose a nuestro lado, los rostros contraídos, la piel azulada por el frío asomando por entre los desgarrones de la ropa, nos preguntaron ávidamente: ‘¿Ha traído usted alguna cosa para leer?».

Para finalizar, Lenin se puso en pie

Vale la pena leer o releer Diez días que estremecieron al mundo, sin complejos, y tomar nota de las similitudes y diferencias, de lo general y de lo particular de cada proceso histórico.

Porque una revolución verdadera es una hazaña permanente en un espacio y tiempo concreto, que se nutre de un acumulado histórico y de la creación heroica diaria. Tan similar y tan distinta a la vez, como lo es el ADN de cada ser humano. Digo esto -que a veces suena necio decirlo-, cómo si fuese posible de otra forma.

John Reed nos revela el surgimiento de la primera revolución socialista del mundo, como testigo que vivió dentro de ella, Así, en el Capítulo V nos relata como en medio del acalorado debate sobre el curso de los acontecimientos, un día después de la insurrección revolucionaria del 7 de noviembre de 1917, en el Congreso de los Soviets se escuchaban los discursos y las dudas de los más diversos oradores; mientras en las calles contiguas los fusiles y ametralladoras todavía gritaban.

Ante esta escena, John Reed agrega, con su narrativa categórica:

«Finalmente, Lenin se puso en pie. Manteniéndose en el borde de la tribuna, paseó sobre los asistentes sus ojillos semicerrados, aparentemente insensible a la inmensa ovación, que se prolongó durante varios minutos. Cuando ésta hubo terminado, dijo simplemente: -Ahora procederemos a la edificación del orden socialista».-