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Dilemas del G-20

Fuentes: La Jornada

Con expectativas diferentes arranca la reunión del Grupo de los 20. Aunque este conglomerado aporta 85 por ciento del PIB global, no representa el interés de decenas de países que no están presentes, como los africanos. El momento le da relevancia a la reunión: la crisis económica sigue su curso, pese a acciones concertadas entre […]

Con expectativas diferentes arranca la reunión del Grupo de los 20. Aunque este conglomerado aporta 85 por ciento del PIB global, no representa el interés de decenas de países que no están presentes, como los africanos. El momento le da relevancia a la reunión: la crisis económica sigue su curso, pese a acciones concertadas entre bancos centrales y gobiernos de países desarrollados, entre ellas las acordadas en Washington hace cuatro meses. La OCDE, por ejemplo, acaba de publicar que estima una reducción del comercio mundial este año de 13.2 por ciento, que refleja un deterioro creciente de la economía mundial.

Los jefes de gobierno de los países del G-20 deben proponerse medidas para estabilizar los mercados financieros, restablecer el crecimiento económico, reformar el sistema financiero y ayudar a los países con desafíos sociales mayores. La tarea es compleja ya que hay dilemas centrales. El primero es entre estímulos económicos de corto plazo y sus consecuencias a largo plazo. El gobierno estadunidense de Barack Obama ha insistido en que debe comprometerse un apoyo equivalente a 2 por ciento del PIB de cada país para detener la crisis y recuperar la capacidad de crecimiento, pero para muchas naciones los riesgos del crecimiento de la deuda a largo plazo pudieran ser mayores, ya que podría generar inflación y aumento de las tasas de interés.

El segundo dilema está entre una reforma regulatoria, indispensable y urgente, que se contrapone con los requerimientos para revitalizar el sistema financiero. Un tercer punto de tensión está entre el predominio de políticas nacionales contra la pertinencia de que exista una coordinación mundial para detener la recesión. El tema es particularmente espinoso ya que los políticos responden a sus electores, quienes están interesados prioritariamente en que se recupere su economía, aunque la economía mundial siga postrada.

El cuarto punto enfrenta la reforma del sistema financiero y de los organismos multilaterales con el requerimiento de que esos organismos sean los que operen los programas de asistencia. Un quinto tema de discusión es la propuesta china de crear una moneda de reserva internacional diferente a la moneda de algún país, para evitar que los objetivos de esa nación se contrapongan con las necesidades de la economía mundial. El planteo implica que el dólar deje de ser la moneda de reserva internacional, lo que significaría que el mundo ya no financiaría el déficit fiscal y el déficit en la cuenta corriente de esa economía.

La atención, sin embargo, no podrá limitarse a aspectos económicos. El riesgo de que la crisis desencadene conflictos políticos y sociales derivados del cierre de cientos de fábricas, de que se detengan construcciones por todo el mundo, de que los sitios turísticos estén vacíos, implicará que se pierdan muchísimos empleos, generando problemas nacionales que ya se han vivido.

Lo nuevo es que también provocará que millones de trabajadores migrantes, tanto internacionales como locales, regresen a sus lugares de origen: 200 mil trabajadores dejarán Singapur, 100 mil indonesios serán expulsados de Malasia, miles de birmanos dejarán Tailandia, 500 mil indios regresarán a Kerala, decenas de miles de mexicanos, salvadoreños, guatemaltecos, ecuatorianos, filipinos, y muchos más, no sólo ya no enviarán remesas a sus familias, sino que demandarán servicios y empleos en sus propios países. El colapso parece inevitable ya que las redes de protección social en las naciones en desarrollo carecen de instrumentos y capacidad para distribuir beneficios contra el desempleo, garantizar la seguridad social y los servicios de salud.

El G-20 deberá enterarse de que los sentimientos anti-estadunidenses han crecido en todo el mundo, de un modo que recuerda los tiempos de los movimientos de liberación nacional de las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado. Tendrá que reconocer que las crisis de gobernabilidad que ya se han dado en algunas naciones europeas pueden aparecer no sólo en la periferia, sino en los grandes países centrales, que la criminalidad toca ya las puertas del imperio, que las presiones de las poblaciones en el mundo desarrollado pudieran revertir la globalización. El G-20 deberá aceptar que aunque no representen al mundo tienen que actuar en su favor.

Si los resultados de esta reunión son tan pobres como los de noviembre pasado, sabremos ya que la crisis se profundizará. Ello querrá decir que esta crisis no marcaría el final de una época, sino quizá el de la civilización.