«Hay que dinamitar los paraísos fiscales», ha dicho recientemente ( ABC, 18/02/09 ) el Director Gerente del Fondo Monetario Internacional, D. Strauss-Kahn, poco sospechoso de militar en las filas de los denostados antiglobalización o antisistema. ¿Por qué? ¿Por qué si hasta ayer mismo como quién dice, antes del estallido de la crisis financiera, a nadie […]
«Hay que dinamitar los paraísos fiscales», ha dicho recientemente ( ABC, 18/02/09 ) el Director Gerente del Fondo Monetario Internacional, D. Strauss-Kahn, poco sospechoso de militar en las filas de los denostados antiglobalización o antisistema. ¿Por qué? ¿Por qué si hasta ayer mismo como quién dice, antes del estallido de la crisis financiera, a nadie en su sano juicio neoliberal se le ocurría cuestionar la existencia de esas lavanderías de dinero sucio, ahora se las quiere dinamitar? ¿Por qué razón que nada tiene que ver con la ética es ahora indispensable suprimirlas?
No es por razones morales, generalmente reñidas con las siempre triunfantes razones pragmáticas. Luego si no es por razones morales, que siempre estuvieron claras aunque fueran ignoradas y aún despreciadas olímpicamente por la razón neoliberal, tendrá que ser por algún motivo que los inesperados dinamiteros consideren esencial. Y el motivo, aunque no lo confiesen abiertamente, es que los paraísos fiscales se han convertido ahora en un obstáculo para la refundación del sistema financiero internacional, porque con ellos escapa del sistema una parte considerable de la riqueza que es absolutamente incontrolable.
Esa situación resultaba tolerable y de hecho era permitida por los Estados durante el auge de la globalización neoliberal, pero ahora cuando la crisis golpea cada día con mayor fuerza al sistema y quiebran las empresas y crece el desempleo y el Estado no puede seguir mirando hacia otra parte como hacía hasta ahora, también ha llegado la hora de que los Estados, en una situación de emergencia del sistema, obliguen a los capitales fugados, evadidos, escondidos en las indecentes madrigueras fiscales a aflorar. Y si no es por las buenas, con benevolentes amnistías fiscales, por las malas, usando la dinamita de la presión política y económica que siempre tuvieron y nunca quisieron emplear.
En definitiva, los paraísos fiscales son una licencia, un lujo que hoy el sistema no se puede permitir. Cuando la falta de liquidez del enloquecido sistema financiero neoliberal agrava lo que ya se ha convertido en una crisis productiva, es necesario rescatar la riqueza que permanece oculta en los paraísos fiscales.
Es indispensable si se quiere instaurar un modelo de arquitectura financiera regulada sin excepciones. Es indispensable si los Estados quieren recuperar unos recursos sin los que difícilmente podrán tratar de reanimar la decaída actividad productiva. Es indispensable si se quiere contener la rabia, la cólera creciente de quienes desempleados, empobrecidos contemplan con indignación la insolidaridad de aquellos que cobijan sus inconfesables fortunas en los santuarios consentidos de los paraísos fiscales.