Hay un viejo chiste digno de un predicador. Érase una vez una víctima de una inundación, el agua ya le llegaba a la cintura. Pasó una curiara y sus tripulantes la invitaron a escapar, pero alegó que Dios le protegería. Y así pasó una lancha, una balsa, un trasatlántico y finalmente un helicóptero le lanzó […]
Hay un viejo chiste digno de un predicador. Érase una vez una víctima de una inundación, el agua ya le llegaba a la cintura. Pasó una curiara y sus tripulantes la invitaron a escapar, pero alegó que Dios le protegería. Y así pasó una lancha, una balsa, un trasatlántico y finalmente un helicóptero le lanzó una escalera. Nada, Dios me protegerá.
Corte a un encendido altercado con Dios. El alma dolida reclama que así le pagó Dios por su devoción. El Dios de los Ejércitos le respondió:
-Te mandé una curiara, una lancha, una balsa, un trasatlántico y finalmente un helicóptero y tú nada.
Así veo a cierta oposición: tuvo mil señales durante años. Solo indicaré las más resplandecientes: el Caracazo, las rebeliones militares de 1992, el triunfo aplastante de Chávez, la rebelión del 13 de abril de 2002, la paliza del Referendo y ahora este 3 de diciembre de 2006. No reaccionan. Insisten en que Dios los protegerá, como ahora protege al virginal Nixon Moreno.
Es que no les interesa la gente. La pista más palmaria de esta actitud la dio Rosalio Cardenal Castillo Lara en la Feria de la Divina Pastora de 2005. La gente reclamaba misa y no aquella invectiva callejera contra el gobierno. Le advirtieron que la gente se estaba retirando de la iglesia a raudales por aquel abuso. El santo varón respondió: «¡Que se retiren! ¡No importa!». Es así, no cuentan con la gente. Cuentan con algún gorila residual que quede en el ejército, con un magnicidio, con los paramilitares colombianos, con un francotirador israelí, «como Dios manda» (Orlando Urdaneta dixit), con una invasión gringa. Con todo menos con la gente. Por eso les va como les va.
Estuve ha poco en un debate, promovido por la Red Tolerancia, con dos académicos a quienes no les gusta el gobierno. Les hice varios llamados a salir de su torre de marfil para escuchar a la gente, recorrer la Avenida Baralt, Catia, La Bombilla. No. Lo de ellos son las categorías abstractas de su ciencia y me dieron todas las excusas para negarse a ese diálogo imprescindible entre las élites y la nación, metidos en su «cocha académico-temerosa», como decía el Manifiesto de los estudiantes de la Escuela de Letras (UCV, 1969). La gente no les interesa. Por ese camino esa élite llevó a Venezuela al desastre del Caracazo, cuando la gente, como el 13 de Abril aquel, sin tesis doctorales, sin notas al pie, sin bibliografías, sin marcos teóricos, tuvo la lucidez de entender, para la humanidad toda, cuál era el entrevero exacto: la exacerbación del capitalismo.
Esa élite anodina llevó al país a la inflación del 103% bajo Teodoro Petkoff, que ahora nos da clases de economía. La acción de esa élite hizo perder al país unos veinte mil millones de dólares durante el Paro Patronal de 2002. Para eso sirve su magistral discurso académico.
El Manifiesto de Letras terminaba sus impecables palabras con esta frase: «Nos hemos escapado; ustedes no comprenden nada».