Del 27 de octubre al 8 de enero del 2005 está programada en el Centro Cultural donostiarra ‘Koldo Mitxelena’ una indispensable exposición acerca de la movida vasca transicional en sus variantes poemáticas, fanzines, revistas contraculturales, obra plástica, literaria, gráfica, cinematográfica y cantautoral; ‘happening’, poesía visual y demás erupciones e ideaciones –transversales a las ideologías– que […]
Del 27 de octubre al 8 de enero del 2005 está programada en el Centro Cultural donostiarra ‘Koldo Mitxelena’ una indispensable exposición acerca de la movida vasca transicional en sus variantes poemáticas, fanzines, revistas contraculturales, obra plástica, literaria, gráfica, cinematográfica y cantautoral; ‘happening’, poesía visual y demás erupciones e ideaciones –transversales a las ideologías– que tuvieron lugar en un clima enrarecido y convulso. Emerge en los 1970 un ímpetu de hartazgo existencial vasco y de regeneración inventiva de toda índole que fumiga un ambiente pródigo en naftalina en lo que a inspiración intelectual se refiere. Se añade a los olores acres a bote de humo, algarada urbana y griterío de consignas otra clandestinidad simultánea, imposibilista, de líneas de poesía, cuerdas de guitarra, formas escultóricas, trazos abstractos, celuloide ácido. Se forzaba a las inflexibles autoridades (in)competentes, desconcertadas frente al hecho del activismo creacional, a transigir ante lo extravagante, lo enigmático y la abstracción jeroglífica. No siempre se lograba, conste. Fue una pugna contra la desautorización sistemática y cautelar propia de aquellos días de decadencia del Régimen y comienzo de una era impredecible. Tan lejos y tan cerca, como define a los 1970 el comisario de este tan necesario montaje, Fernando Golvano.
«Ez dok amairu»
Ejemplos de toda esta compleja trayectoria, tangible e intangible, se contemplan, homenaje pendiente, en «Disidencias-Otras», cuyo largo aunque imperativo subtítulo es «Poéticas y acciones artísticas en la transición política vasca: l972-1982». Forzoso telegrama y llamada de atención hacia el germen de lo que actualmente resulta chic y cotidiano. Son las raíces, en su pujante y arriesgada agitación contra el pancismo, endémico en aquellas fechas, de la sofisticada cultura institucional y de las tendencias artísticas que hoy en día proliferan libres. Podría retrotraerse esa radicalidad meníngea de lo vasco al surgimiento en el 1970 de un movimiento interdisciplinario (e indisciplinado) cuyo lema ‘provo’ para cantantes, pintores, escultores, poetas, novelistas y gráficos fue ‘Ez dok amairu’. Literalmente: ‘No somos trece’. En sentido exacto: somos un montón: ojo.
Encuentros en Pamplona
En los 1960 y 1970 la cultura en el País Vasco se reducía a un vigilado Festival de Cine, a controladísimos ateneos, exposiciones líricas, el Orfeón Donostiarra, grupos de teatro tan audaces como el contexto común permitía y conferencias plúmbeas. El policía Melitón Manzanas disuelve drásticamente la «Academia Errante» de Jaka Legorburu, que organizaba almuerzos dominicales con charla tras el postre y a los que acudían, sirvan de ejemplo, Martín Santos o Joxemiel de Barandiaran. El propio ejercicio tolerado y comedido del euskara en la radio se sometía a férreo control (como el resto de sus contenidos se sujetaba a una présbita censura). Permanece la anécdota de que en cierta emisora, cuando se admitió a trámite la retransmisión de actuaciones en directo de ‘bertsolaris’, improvisadores de coplas, se exigió desde un Gobierno Civil el previo examen y traducción de las mismas para autorizarlas. El poder analizaba hasta lo etéreo; pero se insistía en colar el desacato, con el oído pegado a las emisiones rojas ultrapirenaicas y el rumor cada vez más estentóreo de la decrepitud del Caudillo. Hasta que en 1972, con las movidas plásticas corrosivas en irrupción irreprimible, se producen en el Museo de Navarra los «Encuentros de Arte Vasco Actual», que incluyen al «Equipo Crónica», la «Cúpula neumática, propuestas, realizaciones y montajes sonoros» y la colectiva de, entre otros muchos, Balerdi, Baquedano, Basterrechea, Bonifacio, Eduardo y Gonzalo Chillida, Larrea, Mendiburu, Mirantes, Ortiz de Elguea, Zumeta o Sistiaga. En la sombra del complot, Oteiza, cuyos 14 apóstoles para el Santuario de Aranzazu suscitaron una severa y surrealista polémica con el episcopado y terminaron, temporalmente, en las cunetas de Oñate. Surge la Escuela de Arte de Deba; Ibarrola traza sus huestes obreras en síntesis de lucha y puños en alto. No cabe aquí toda la rebelión plástica, condensada en «DISIDENCIAS.OTRAS», que desterró el habitual lienzo para calendarios y los paisajes de caseríos con vacas que, hasta entonces, constituían la norma. Ésta fue rota por Amable Arias, con escándalo social, al presentar marcos vacíos en una sala donostiarra. La otra insurrección, escrita, con apoyo gráfico, se enfrentaba a un articulismo como mucho paraexistencialista.
Condición limítrofe
No debe desdeñarse como ventaja geofísica la condición limítrofe con Europa del País Vasco, situación que favoreció el contrabando discográfico y de libros o revistas alternativos; ni las osadas fugas para aprender, aplicar y explicar, a otras latitudes donde las vanguardias predominaban sobre la mentalidad laxa y convencional. Balerdi y Zumeta llegaron hasta Suecia en «Vespa», odisea que Mendiburu resumía: «Hay que ser como el salmón, concebir lejos y desovar aquí». Con mixturas folklóricas y endoculturales de Euskadi, entiéndase. En cuanto a Oteiza, regresaba de su periplo sudamericano y de ganar en Sao Paulo (1957) una Bienal. Hizo de lazarillo. Lo cual no excluye la rara espontaneidad colectiva, improvisada, multípara y poco a poco contagiosa de las inquietudes profanas, neorrupestres, de las artes vascas propiamente dichas. Cantan entretanto, pronto coreadas por las cuadrillas, baladas crípticas y sospechosas Xavier Lete, Benito Lertxundi, Mikel Laboa, entre otros. Y las graban. En cuanto al cine, en la Bienale-76 italiana se presentan «Amalur», de Néstor Basterretxea y Fernando Larrukert; y Sistiaga exhibe su vertiginoso filme pintado a mano fotograma a fotograma «…ere erera baleibu icic subua aruaren». En actos paralelos «Ortzi» historiza en conferencia pro-amnistía la realidad vasca y Laboa repite su «Ikimilikiliklik» acompañado en ‘txalaparta’ por los hermanos Artze. Etcétera.
«Kantil», «Euskadi Sioux», «Cloc»
Reconoce Golvano, el ya aludido coordinador de esta obligatoria muestra de disidencias culturales (inmiscuidas en las otras rebeldías históricamente más destacadas, las políticas, con su puzzle de siglas antifranquistas) que «todo corte histórico-temporal no deja de ser una elección arbitraria, así sean lustros, décadas u otros periodos». Pero ha sabido conjuntar ese dúctil decenio de los 70-80 en vitrinas, paredes y pantalla digital con un enfoque tan heteróclito como, paradójicamente, unívoco en las grafías, poemarios, insurrecciones ideogramáticas, iconologías iconoclastas, intentos e inventivas rupturistas de unos años agitados y barbudos, de leotardos y pana, en los que se trabaja rebañando subvenciones de cajas de ahorro, o pagando a escote tiradas a ciclostil; o empeñándose con imprentas y rotativas de periódicos y editoriales para que surjan «Kurpil», luego «Kantil», revista de poesía, cuento y crítica; «Euskadi Sioux», «Araba Saudita», «Caballo Canalla a la Calle», «Susa», cuna de Bernardo Atxaga, y el indómito «Cloc», folleto tosco de forma, de gran hondura y sensibilidad psicológicas cuyos intentos de autodefinirse como carente de definición no pudo esconder, como en el caso de ‘dadá’, que propendía al surrealismo no sólo en sus páginas, sino en diversos ‘happenings’ hostiles al sistema. Como la presentación a un concurso de poemas de un plagio de Neruda que ganó el segundo premio, o la invención de un inexistente vate antifascista en el exilio, para cuya imagen apócrifa escogieron la foto del padre de uno de sus miembros, y cuya apología fue publicada en «La Voz de España». O la profanación del busto de un prócer reaccionario e incluso del propio Peine de los Vientos de Chillida, al cual, con gran riesgo y nocturnidad, impusieron un ‘pijama’ de rayas color fosforito.
«Cloc» era un comando cultural desenfrenado, joven, nacido en el seno del riguroso «Kantil». En la muestra del «Koldo Mitxelena» pueden leerse las reacciones de la prensa a sus pintadas y provocaciones en una sociedad muy centrada en la política, la amnistía, el agónico e inacabable furor fascista, y que precisaba de oxigenación. De ello se encargó la breve pero intensa trayectoria de «Euskadi Sioux», la primera, única, discutida y explosiva revista de humor vasca que acogió en su seno a facciones culturales y cáusticas de los diversos (y a veces adversos entre sí) partidos que la excarcelación, la repatriación y la relativa pasividad censorial de la era Suárez permitió expresarse. El fenómeno se inició con los conjuros simbólicos del «Baga, biga, higa, ikimilikiliklik» y aquel inconformismo tenaz del «Ez dok amairu». Resulta complicado resumir y reseñar todas las circunvoluciones y revoluciones en el ingenio vasco durante la llamada transición de los 1970-80. Hay que acudir al «Koldo Mitxelena» y, con detenimiento, libar sus esencias.