La segunda vuelta electoral en Brasil, prevista para el domingo 26 de octubre, es posiblemente uno de los momentos más decisivos que han enfrentado los gobiernos posneoliberales de la región en los últimos años. Si bien en las últimas dos décadas la polarización política en aquel país se dirime en la confrontación PT vs PSDB, […]
La segunda vuelta electoral en Brasil, prevista para el domingo 26 de octubre, es posiblemente uno de los momentos más decisivos que han enfrentado los gobiernos posneoliberales de la región en los últimos años. Si bien en las últimas dos décadas la polarización política en aquel país se dirime en la confrontación PT vs PSDB, esta elección presenta características singulares debido al fuerte papel que los medios hegemónicos -adversos en su mayoría al gobierno de Dilma Rousseuff- han jugado desde agosto, primero endulzando la candidatura de Marina Silva -la fugaz estrella-, luego «dejándola caer» al calor de las últimas encuestas previas a la primera vuelta, y resaltando finalmente la figura de Aécio Neves cuando ya se configuraba que este iba a ser el opositor que enfrente al PT en la segunda vuelta.
Nada mejor que analizar los recientes dichos de Fernando Henrique Cardoso para comprender la dimensión que tendrá la disputa del balotaje. Dijo el ex presidente brasileño, del PSDB, que «no es porque sean más pobres que votan al PT, es porque son menos informados». Estas declaraciones, desafortunadas y elitistas, tuvieron un rápido reflejo del tándem Lula-Dilma, que velozmente salió a confrontar, polarizando con las políticas sociales extendidas durante sus gobiernos.
«Esa historia de decir que nuestros votos son de personas ignorantes demuestra prejuicio y desconocimiento», fueron las primeras palabras de la candidata del PT, durante un acto en Salvador de Bahía en el relanzamiento de su campaña. «Como ellos no le dan importancia al pueblo, todo es destilar odio», afirmó Rousseuff, para luego pedir «votar a favor de la verdad, de la esperanza. Vamos a votar contra la mentira y el odio», de cara a la segunda vuelta con Aécio Neves.
Lula también polemizó con Cardoso, quien le puso la banda presidencial en 2002. «Es lamentable el preconcepto que tiene después de un proceso democrático tan importante», sentenció Lula, quien luego fue al grano, al decir que «hoy, el nordestino anda con la cabeza en alto, porque no es más tratado como un ciudadano de segunda categoría. De 20 millones de puestos de empleo creados en nuestros gobiernos, casi 20% fue en el nordeste».
La referencia de Lula tiene que ver con la amplia diferencia que el PT logró en el norte y nordeste del país, precisamente los votos a los que intentó hacer referencia Cardoso. ¿La amplia votación al PT, de 78% promedio en los 150 municipios más beneficiados con el Bolsa Familia, por ejemplo, puede ser tildada como «desinformación»? ¿Desconocen, al decir de Cardoso, los beneficios que han logrado durante los gobiernos del Partido de los Trabajadores o más bien lo contrario, y por ende esa inclinación masiva del voto?
Lo interesante de las palabras de Cardoso es que han desnudado una confrontación política, ideológica, y programática que, con Marina Silva, parecía más difusa para el PT. Además, traslucen dos modelos de gobierno que ya se han visto en la práctica: el de Cardoso, amoldado al ciclo neoliberal de mediados de los 90´, y los de Lula-Dilma, que han formado parte del conjunto de gobiernos posneoliberales que han intentando políticas de desarrollo autónomas. La disputa del 26 de octubre, por tanto, será vital no sólo para Brasil, sino para América Latina en su conjunto, que posarán sus ojos sobre el gigante latinoamericano para vislumbrar si hay una continuidad del proceso de cambios iniciado hace ya doce años, o bien el inicio de una restauración conservadora.
Juan Manuel Karg [@jmkarg] Politólogo UBA / Periodista / Analista internacional
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