La irrupción de la pandemia está teniendo muchas lecturas internacionales, aparte de las diferentes medidas para mitigar la crisis sanitaria. Una de claves se encuentra en la respuesta financiera de EEUU, así como el impacto de sus políticas monetarias y fiscales expansivas sobre los mercados más dolarizados, como el del petróleo. Para ello es necesario recapitular algunos antecedentes determinantes de la situación actual, buceando en algunos de los entresijos de este laberinto geopolítico.
La posición de primacía del dólar en Bretton Woods (1944) permitió que desde los años 60 la deuda de EEUU comenzara a incrementarse. Los paulatinos compromisos de gasto derivados de mantener un ejército global terminaron por provocar que en 1971, debido al déficit causado por la guerra de Vietnam, Nixon decidiera abandonar la obligación de cambiar dólares por oro. Sin embargo, el fin del patrón oro no significó la pérdida de la hegemonía del dólar. El alto nivel de integración y dependencia de las economías occidentales hicieron que este statu quo fuera incuestionable, a pesar de las caídas que experimentó su valor. La derogación de la convertibilidad del dólar en oro no trajo consigo consecuencias negativas para su geopolítica porque EEUU ya se había asegurado de que no hubiera una alternativa al dólar.
Desde entonces, la relación de dependencia del dólar con el petróleo ha sido muy estrecha, principalmente por el caudal monetario que mueven sus transacciones, imponiéndose como medio de pago y divisa de reserva. Esto fue posible gracias al sistema de alianzas y coerciones de EEUU con respecto a los principales países exportadores. Por esta razón, el abandono del patrón oro es el origen de prácticamente todas las frecuentes tensiones que han venido ocurriendo en Oriente Medio desde la nueva fase de economía fiduciaria. Uno de los hitos en el contexto de la crisis del petróleo (1973) lo representó el acuerdo por el que EEUU se comprometió a garantizar la seguridad de Arabia Saudita. Armamento a cambio de petróleo en dólares. Esta alianza petrodolarista entre EEUU y Arabia Saudita establecida en 1974 sigue siendo el pivote sobre el que se estructuran los equilibrios y conflictos geopolíticos con epicentro en Oriente Medio. Las pretensiones de salirse de este esquema por parte de algunos países díscolos han recibido unos castigos ejemplarizantes, como lo atestiguan Iraq e Irán, pero también Siria y Libia.
Más allá de las coartadas en torno a las ficticias armas de destrucción masiva, el hecho más determinante que desencadenó la invasión de Iraq en 2003 fue que Sadam Hussein hubiera convertido todas sus transacciones petroleras a euros tres años antes, medida que fue revertida nada más ser depuesto por los invasores. En cuanto a Irán, las tensiones sobre este asunto proceden de 2006 cuando el régimen de los ayatolás planteó abrir una bolsa de petróleo referenciada en euros que rompería el monopolio del petrodólar. Este peligro representaba sin duda una mayor amenaza para los intereses de EEUU que el hecho infundado de los riesgos que podía representar su programa de armamento nuclear, en fase todavía muy preliminar. Como respuesta al desafío persa, EEUU ha impuesto desde entonces una medida disciplinaria consistente en bloquear la economía del país y aplicar una asfixia comercial mediante unas políticas de sanciones draconianas. La deriva de este conflicto ha tenido su correlato en Siria, inflamando el yihadismo, aunque esta vez el desenlace no ha sido el mismo gracias al apoyo que Al Assad recibió de Rusia. La victoria sobre el Estado Islámico en la campaña de Palmira es para los halcones del Pentágono el pecado imperdonable de Putin porque significó el punto de inflexión en el devenir del conflicto sirio y el retroceso de los intereses militaristas de EEUU en la región.
Respecto a Libia, es preciso traer a colación que en 1986 Gadafi ya había propuesto la creación del dinar de oro, que estaría respaldado por las reservas de gas y petróleo de ese país y cuya función sería la de ir sustituyendo al dólar en las transacciones internacionales con los países africanos. En 2011 ese proyecto se relanzó contando con el apoyo de una mayoría de países africanos y también algunos árabes, a excepción de Sudáfrica y de la Liga Árabe. Ante esta osadía africana, la respuesta de EEUU junto con el gregarismo de sus aliados europeos, no se hizo esperar y la escalada de tensión motivó la intervención militar que acabó con el líder libio.
La misma suerte se corre actualmente en el “patio trasero” de EEUU. En México, la incapacidad de los últimos gobiernos para afrontar las constantes injerencias y la nueva competencia contra Pemex que representa el auge del fracking en sus inmediaciones ha provocado que haya ido cediendo de facto su soberanía económica sobre el Golfo de México a las directrices de Washington. En el caso de Venezuela, su criptodivisa petro fue un fiasco anunciado, aunque la idea de un activo monetario digital que se sustentara en sus reservas de petróleo no era ni mucho menos una idea mal traída conceptualmente. Queda por ver si Maduro conseguirá resistir o sucumbirá al golpe que quiere provocar el Pentágono. ¿Estarán Rusia y China dispuestas a defender Venezuela como táctica para minar la hegemonía del dólar?