La Revolución Cultural china planteó una serie de cuestiones sobre la construcción del socialismo e intentó (aunque con limitado éxito) resolverlas. Por esa razón su legado sigue siendo relevante en el presente. Alain Badiou ha afirmado que todavía somos contemporáneos de 1968. Ciertamente las cuestiones planteadas entonces sobre cómo construir una sociedad igualitaria –principalmente en China– siguen siendo relevantes. Están a la orden del día, la izquierda no puede esquivarlas y cualquier proyecto socialista de la actualidad necesita retomarlas, regresando implícitamente a ese momento turbulento. Por supuesto que hacerlo significa ir contracorriente, pues la mayor parte de la gente acepta la idea de que la Revolución Cultural no solo fracasó, sino que no tuvo ningún sentido y por tanto no merece la pena estudiarla.
Una lección relevante de la experiencia revolucionaria china que condujo a la Revolución Cultural es que la construcción de una sociedad socialista no puede dejarse en manos de algún tipo de lógica automática (ya sea el ingenio de la historia, la necesaria progresión de las etapas históricas o la correspondencia entre las crecientes fuerzas productivas y las relaciones productivas superiores que supuestamente le suceden). La proclamación de la Revolución Cultural, con su audaz llamamiento a la rebelión popular contra el poder establecido, supuso el reconocimiento de que no puede confiarse en que el curso automático de la historia o cualquier otro tipo de mano visible o invisible vayan a conducirnos al socialismo. En su lugar se precisa una experimentación y una agitación continuas. Eso es el equivalente práctico de lo que Alessandro Russo llama el materialismo de la excepción de Mao, que se basa en la “invención subjetiva” e implica saltar de la teoría a la práctica y viceversa, una y otra vez.
Esto nos lleva a Venezuela. El difunto Hugo Chávez fue un decidido experimentador, llegando al punto de resultar molesto. Estaba comprometido con el fomento de nuevas formas de efervescencia popular y decidido a modificar continuamente las reglas de un juego en el que el desarrollo integral de las masas era tanto un medio como un fin. Chávez se detenía con frecuencia en sus discursos para decir: se me ocurre que deberíamos intentar esto. Muchas veces lo hacía en sus intervenciones televisivas, cuando el presidente lanzaba la idea de que debería existir esta organización comunitaria, o que deberíamos intentar construir esta nueva institución o aquella. Muchas personas, incluso las de izquierda, le criticaban por su falta de constancia en este aspecto. Sentían que debería haber mantenido sus proyectos iniciales, consolidar lo que había empezado antes de pasar a otra cosa. ¿Por qué no consolidar los consejos comunales antes de pasar a las comunas y a las ciudades comunales? ¿Por qué no perfeccionar el funcionamiento de la Universidad Bolivariana de Venezuela para conseguir una educación de calidad antes de iniciar la Misión Sucre (el enorme programa de difusión educativo de nivel universitario que inauguró inmediatamente después del anterior)?
Romper las reglas
Para el desconcierto de muchos de nosotros, Chávez parecía estar siempre haciendo borrón y cuenta nueva. Algunas personas pensaban que era un improvisador sin remedio y unas pocas incluso insinuaban que su impaciencia formaba parte de un extraño rasgo de su personalidad. Dejando eso a un lado, y con el beneficio que proporciona ver las cosas en perspectiva, creo que Chávez comprendió que la construcción del socialismo exige una presión constante desde abajo. Aunque ni Chávez ni Mao pueden considerarse en justicia “señores del desgobierno”, ambos eran conscientes de que la lógica que tiende a consolidarse si se deja que las cosas se estanquen es siempre una lógica procapitalista. Esa es la razón por la que debe permitirse e incluso fomentarse que el pueblo se movilice una y otra vez. Mao escribió en una ocasión que la lógica del pueblo es “luchar, fracasar, volver a luchar, volver a fracasar, volver a luchar… hasta lograr la victoria”. El equivalente de esta afirmación fue su sorprendente admisión de que el socialismo probablemente sería derrotado en China. Ante una probable derrota y sin ninguna garantía de éxito, el pueblo necesita luchar siempre: “¡Nunca olviden la lucha de clases!” fue uno de los principales lemas de Mao desde 1962.
Lo que es cierto para los proyectos socialistas en China o en cualquier otro lugar también lo es para el socialismo en Venezuela. El proyecto socialista en Venezuela probablemente será derrotado (tanto por razones internas como externas). ¿Qué implica el reconocimiento de esa probable derrota para aquellos que creen en la construcción del socialismo en este país? Yo diría que reconocer nuestra probable derrota significa que no hay lugar para la complacencia, no hay lugar para vanagloriarse de triunfos pasados y hay poco margen para el espíritu de la “consolidación”. Si no avanzamos, si no removemos las cosas desde abajo, el socialismo será inevitablemente enterrado por la dinámica espontánea de la historia (la dinámica de la historia en un mundo capitalista). Esa lógica espontánea supone cada vez más privatizaciones, más mercantilización y un giro general hacia situaciones que favorecen a la burguesía local (la emergente y la antigua) y al capital internacional.
En Venezuela pueden verse todos estos fenómenos a gran escala, aunque la mayor parte lleguen sin previo aviso. Algunas personas de la izquierda lo consideran una contrarrevolución descarada, una prueba de una restauración capitalista sin cuartel. Por el contrario, yo creo que sería más correcto adoptar una perspectiva histórica amplia y considerar que podríamos estar ante un[a Reacción de] Thermidor. Como sostenía Samir Amin, un Thermidor no es lo mismo que una contrarrevolución, sino más bien una retirada radical de las aspiraciones revolucionarias que no pueden conseguirse de forma inmediata. En Venezuela se ha producido un retroceso de los objetivos más ambiciosos que Chávez planteó en la primera década del siglo XXI. No hay duda de que esto viene condicionado por las tremendas presiones que ejercen las sanciones y otras agresiones externas. Entre los objetivos anteriores que han sido radicalmente aparcados están el socialismo, la democracia participativa y el Estado comunal.
La recuperación del terreno perdido
Podemos mantener la esperanza de que esta marcha atrás sea solo una retirada táctica puesta en marcha con la intención de mantener vivos los objetivos a largo plazo del proceso. En Venezuela, muchos nos preguntamos: ¿Estos objetivos solo se están posponiendo en el Thermidor que atravesamos o se ha producido un giro irreversible hacia la derecha? Se trata de una pregunta casi inevitable ante la aparente ausencia de un horizonte socialista, algo francamente exasperante para la izquierda. No obstante, plantear la pregunta de este modo es problemático. Es plantear un falso sujeto de la “historia” o imaginar un partido o un liderazgo gubernamental capaz de agarrar el timón y reconducir la nave rumbo al socialismo. En mi opinión, el debate anterior debería mostrar la falsedad de ambas perspectivas. Sobre la cuestión del liderazgo, recordemos que, aunque a Mao se le llamó muchas veces el “Gran Timonel”, en realidad la única manera en que podía intentar reconducir el proyecto revolucionario chino hacia el socialismo era agitando a las masas y animándolas a rebelarse, como hizo de modo más sorprendente con la Revolución Cultural.
Entonces ¿cuál es el camino para aquellos comprometidos con el socialismo en Venezuela? Cuando se aproximaba el fin de su vida, Chávez empezó a plantear una pregunta inusitada en relación con los diferentes proyectos en marcha en Venezuela. Y lo hizo en repetidas ocasiones. Cuando estaba de visita en algún proyecto concreto se giraba hacia los allí presentes, entre los que se encontraban por lo general algunos de sus cuadros, y les cuestionaba: “¿Dónde está aquí el socialismo? Creo que con esa pregunta Chávez reconocía que solo si se encontraban esos puntos concretos de rebelión contra el orden existente podría el socialismo avanzar en Venezuela. Recordemos que Chávez ya había tratado de decretar el socialismo mediante la reforma constitucional de 2007, que supuso su primera y única derrota electoral. Presumiblemente esa derrota le llevó a darse cuenta de que el socialismo solo puede construirse promoviendo reiteradamente experimentos concretos al nivel de base. El socialismo no se edificaría mediante decreto, sino solo mediante la práctica y la lucha desde las bases.
En la actualidad, frente a casi una década de Thermidor en Venezuela, creo que deberíamos hacernos esa misma pregunta: ¿Dónde está el socialismo? Desde luego tiene poca presencia en los principales planes y programas del gobierno, que representan como mucho un desalentador realismo y el espíritu del pragmatismo. En Venezuela, el socialismo deberíamos buscarlo en esos puntos de rebelión contra el orden capitalista existente: en las escasas y siempre acosadas comunas, en los campesinos que continúan ocupando tierras, en el movimiento de pobladores que fomenta los proyectos autoorganizados de vivienda e intenta reconcebir y reconfigurar la vida urbana más allá de la lógica del capital.
Resulta preocupante que la mayor parte de las personas comprometidas con el proyecto bolivariano desde el exterior no parezcan interesados por saber dónde está el socialismo en el país o de si podrá recuperarse. Tal vez nunca les interesó verdaderamente el socialismo, o simplemente piensan confían en que alguna mano invisible pueda llevarnos allí, o sientan que el socialismo venezolano es un fenómeno meramente local que a ellos, como extranjeros, no les involucra. Este último punto de vista es manifiestamente falso pues el socialismo, más que cualquier otro proyecto político, es una empresa compartida e internacional. Adaptando la pregunta de Chávez y combinándola con el requerimiento de Mao de recordar la lucha de clases, creo que deberíamos preguntarnos: “¿Dónde está la rebelión popular contra el orden capitalista en Venezuela?”. Solo planteándonos este tipo de cuestiones podremos empezar a identificar los focos que necesitan ser visibilizados y estimulados en el proyecto venezolano actual.
Chris Gilbert es profesor de ciencias políticas en la Universidad Bolivariana de Venezuela
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