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¿Dónde está la revolución en Venezuela?

Fuentes: Rebelión

En un artículo publicado a comienzos de este mes, Atilio Boron intenta responder a la pregunta ¿hay una revolución en Venezuela? Situándola en las coordenadas de un debate con la izquierda europea que, aparentemente incapaz de entender su complejidad, no ve en los procesos latinoamericanos una revolución en el sentido estricto del término. Sin embargo, […]

En un artículo publicado a comienzos de este mes, Atilio Boron intenta responder a la pregunta ¿hay una revolución en Venezuela? Situándola en las coordenadas de un debate con la izquierda europea que, aparentemente incapaz de entender su complejidad, no ve en los procesos latinoamericanos una revolución en el sentido estricto del término. Sin embargo, esta respuesta colectiva se elabora desde Venezuela porque entendemos que la pregunta por la existencia de una revolución no se establece solo rebatir los prejuicios de una izquierda eurocéntrica. Más bien, hay que examinar la dinámica interna del proceso de cambio.

Antes de desarrollar el contenido afirmativo de su respuesta, Borón intenta aclarar el concepto de revolución, suponiendo que la confusión sobre el carácter revolucionario o no de los proyectos políticos se centra en una visión equivocada de la revolución en sí misma. Al respecto dirá que las revoluciones «siempre son procesos, nunca actos que se consuman de una vez y para siempre». En general compartimos esa idea, las revoluciones no son sucesos instantáneos, expresan el desarrollo de un conflicto y se dan en el transcurso del tiempo como un movimiento constante de flujo y reflujo. Sin embargo, utilizaremos aquellos términos en un sentido diferente para ilustrar algunas consecuencias del desarrollo de esa misma idea. Un proceso político puede tener momentos revolucionarios, de avance cualitativo de las fuerzas sociales que pujan por una transformación de la sociedad en un sentido distinto al capitalismo, a través de la aplicación de políticas que contribuyan en ese sentido y que fundamentalmente tengan un profundo contenido de clase y un carácter popular. En ese sentido, el mismo proceso político puede tener momentos contrarrevolucionarios, cuando la correlación de fuerzas en su interior no permite el avance de los sectores revolucionarios y la dirección del proyecto toma un rumbo distinto a la superación del capitalismo, cambio que se expresa en políticas con un componente de clases antipopulares. Esto ocurre precisamente porque las revoluciones no son instantáneas sino que representan una construcción que transcurre en el tiempo. Exactamente porque es así, la pregunta sobre la existencia o no de una revolución en esos procesos no solo es pertinente sino imprescindible. Si las revoluciones no son definitivas y lo que fue una revolución puede dejar de serlo, o al menos cambiar radicalmente sus condiciones, la respuesta a esa pregunta no puede ser despachada fácilmente con frases como «la dirección del movimiento histórico», que no dista mucho de la «astucia de la historia».

Dado que las revoluciones «son acelerados procesos de cambio en la estructura y también, no olvidar esto, en la superestructura cultural y política de las sociedades», la cuestión debería indagar cuál es el estatus de esos procesos de cambio en la estructura y la superestructura de las sociedades. Este asunto no lo toca Atilio, al menos no en su artículo. A esta idea sobre la revolución como construcción en el tiempo y no cambio instantáneo se debe agregar que tampoco es procesos en el que un bloque de clase monolítico hace la política o toma el poder, sino que supone (en el caso latinoamericano esta particularidad es profunda) una dinámica compleja dentro del bloque histórico, donde algunos elementos cambian de posición sin salirse de él y otros representan desde un comienzo intereses distintos a los de las clases populares. Esta condición permite la escisión entre los intereses de clase de la dirección política y los de la base social dentro de un proceso. Esa contradicción tiene múltiples expresiones históricas constatables y representa un dilema para la izquierda que no puede ser secundario. Es por ello aunque es completamente cierto que las revoluciones suponen una «singular brutalidad» por parte de quienes defienden el viejo orden, ocurre con frecuencia que en determinados momentos de los procesos esa defensa se hace, también de manera violenta, desde sectores internos, algunos de los cuales pueden llegar a consolidar el control hegemónico del proyecto.

La lucha de clases es transversal a la dinámica de las sociedades en las que las clases mismas existen, por lo tanto es anterior y posterior al desencadenamiento de un proceso revolucionario. No basta con que exista la contrarrevolución, en lo que basa Atilio su argumentación, para que exista un proceso revolucionario, razón de esto es que existe la contrarrevolución ahí donde existe la lucha de clases, en Francia con los sectores radicales representados por Marine Le Pen, en el Estado español con Vox o en Chile en los grupos pinochetistas. Claro que Atilio Boron parece entender esto y dice que la existencia de la contrarrevolución basta para hablar de una revolución de acuerdo con los lugares que ocupen, si la revolución está en el gobierno y la contrarrevolución en la subversión violenta para derrocarlo. Sin embargo, bastaría decir que en Honduras la contrarrevolución derrocó a Manuel Zelaya sin que este representara necesariamente y en ese momento una revolución en el gobierno.

Luego, la identidad entre la acción del imperialismo, la contrarrevolución y la confirmación de la existencia de gobiernos revolucionarios no explica la agresión imperialista en Irán, Siria o Irak, donde están claras las dimensiones del esfuerzo por derrocar a esos gobiernos sin que representen un proyecto revolucionario que apunte a la superación del capitalismo. La práctica geopolítica mundial y el conflicto actual no pueden entenderse a la luz del discurso de la guerra fría, principalmente porque ninguna de las potencias en la contienda apalanca un proyecto mundial anticapitalista. Es por esto que la agresión del imperialismo estadounidense de ninguna manera puede representar por sí sola una prueba irrefutable de la existencia de gobiernos revolucionarios. Si esta agresión se debe al petróleo, como el propio Atilio Boron reconoce, puede fácilmente no tener absolutamente nada que ver con la existencia de gobiernos revolucionarios, sencillamente porque, a la luz de los intereses de las potencias, representar intereses distintos a los estadounidenses no basta como indicio de revolución.

Entonces, ¿hay una revolución en Venezuela? Creemos que en el proceso político venezolano desencadenado por Hugo Chávez ha existido una intención clara para avanzar hacia la construcción del socialismo, surgiendo semillas de transformación colectiva. Sin embargo, como hemos dicho, con demasiada frecuencia ocurre un desplazamiento a lo interno de las direcciones políticas de los procesos, por ello las revoluciones no se dan siempre en el mismo espacio-tiempo. Es por ello que es necesario preguntarse por el contenido de clase (aquí y ahora) en las políticas que se aplican y fundamentalmente ¿dónde está la revolución? Para ubicar las experiencias de transformación colectiva que apuntan a la superación del capitalismo, por más pequeño que sea el ámbito. Una vez ubicadas toca mirar qué relación tienen con sus gobiernos, especialmente si aquellos se asumen revolucionarios. Como no basta con la existencia del imperialismo ni de la contrarrevolución, salir de la zona de confort supone indagar donde no está todo claro, sin temor a abrir viejas heridas.

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