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Dos ideas para la izquierda ante la crisis financiera mundial

Fuentes: Rebelión

No estoy de acuerdo con el gran pope de la izquierda reconocida, Ignacio Ramonet, cuando asegura que una era del capitalismo ha fallecido. Lo hace el director de Le Monde Diplomatique en su último articulo ?La crisis del siglo? y dice textualmente: «Los terremotos que sacudieron las Bolsas durante el pasado «septiembre negro» han precipitado […]

No estoy de acuerdo con el gran pope de la izquierda reconocida, Ignacio Ramonet, cuando asegura que una era del capitalismo ha fallecido. Lo hace el director de Le Monde Diplomatique en su último articulo ?La crisis del siglo? y dice textualmente: «Los terremotos que sacudieron las Bolsas durante el pasado «septiembre negro» han precipitado el fin de una era del capitalismo. La arquitectura financiera internacional se ha tambaleado. Y el riesgo sistémico permanece. Nada volverá a ser como antes. Regresa el Estado».

No estoy de acuerdo porque creo que peca de ingenuidad. Perdón por el atrevimiento. Si bien su análisis es, a mi parecer acertado y riguroso, no coincido con las consecuencias finales que apunta. El neocapitalismo o tardocapitalismo sólo es capaz de superarse a sí mismo si reproduce nuevas contradicciones o explosiones internas que se reformateen en nuevos escenarios de explotación y consumo. Incluso sobre lo destruido y expoliado. Y eso está ocurriendo. No creo que el capitalismo esté tocando fondo. Creo más bien que está superando una gran prueba interna de gravísimas consecuencias. Pero de ahí a proclamar una nueva era, va un trecho. La tesis me suena a deseada profecía liberadora después de un desierto de satisfacciones para la izquierda mundial. Uno piensa que el tardocapitalismo ha agotado los escenarios de sangrado del mercado, que ha forzado al máximo la invisibilizada lucha de clases y que ha exprimido los espacios de producción y reproducción monetaria al límite de lo posible y lo imposible. Y han saltado todas las alarmas. Principalmente las del propio sistema. Pero éste no ha superado su propia línea de flotación. Quizá haya entrado en crisis el modelo financiero, esa «actividad parasitaria buscadora de rentas» (Doménech), pero no el sistema productivo ni las estrategias de mercado. Este tardocapitalismo en crisis ha reducido el gasto público hasta límites insospechados, ha desregularizado los mercados financieros hasta convertirlos en auténticas barras libres de la codicia y la avaricia capitalista de forma desmesurada, ha reducido las rentas de trabajo hasta la extenuación de las clases trabajadoras ? hoy más que nunca la polarización de rentas es insultante- y ha favorecido hasta el hartazgo a una casta financiera disfrazada de bienhechores de la humanidad que controla el mundo desde no más de seis despachos. En ellos, los bankgansters del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial , la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y la Organización Mundial del Comercio (OMC) han cuarteado las economías de mundo con el apoyo de las grandes corporaciones financieras y bancarias.

Cierto que el neocapitalismo ha entrado en crisis, pero no está en barrena. Porque la gran virtud de este poscapitalismo salvaje es reconstruirse desde la propia autodestrucción. Reconstruirse, además, de forma rápida expulsando las contradicciones y los efectos más perniciosos hacia la periferia. Y hacer de ello una posibilidad de negocio. De nuevas reapropiaciones. Y eso ya sabemos lo que significa: reducción del depauperado Estado de Bienestar, aumento de la xenofobia ya que los inmigrantes van a ser los más perjudicados por la crisis. Porque la carencia de empleos generará una bestial batalla por los trabajos que tratarán de ser monopolizados o reconquistados por los nativos que volverán a los trabajos que antes no quisieron o abandonaron. Es posible que se produzca un movimiento regulador de futuras condiciones laborales, que se potencie algún pacto estatal y europeo que regule futuras relaciones laborales que traten de abaratar costes laborales. Eso sí, se hará en beneficio del mercado, de la productividad y de la competencia. Aunque quienes más tendrán que perder serán las clases trabajadoras. Es posible que la crisis genere un recorte de las prestaciones sociales. Y ellas se justificarán desde irrebatibles estudios financieros. Así se evitará el aumento del gasto público para facilitar a los sectores privados, necesitados de activación, la intervención en espacios sociales de gran calado y trascendencia: tercera edad, formación, empleo y otros sectores relacionales. Las pensiones públicas serán, a medio plazo, cuestionadas. Más que nunca. Y aquí la izquierda deberá sacar todo su armamento. Porque poner en duda la Seguridad Social es poner en duda la capacidad del Estado para proteger a su ciudadanía.

Ante este panorama, ¿qué debe de hacer la izquierda política? Uno cree que, además de analizar, sistematizar, identificar y enmarcar en su justa medida la crisis económica, es preciso combatirla. Más allá del griterío convencional de las manifas al uso. Y esto no es fácil. Hace tiempo que la izquierda convive con el saldo en rojo de su credibilidad como opción de cambio. Hace tiempo que la izquierda también se ha refugiado en la impotencia. E incluso, su repliegue teórico ha venido a consolidar esa idea envenenada de que no hay alternativas al sistema capitalista. Aunque las haya. Porque hace tiempo que el tardocapitalismo se ha blindado como única opción de vida, de futuro y de desarrollo. Como si nada ni nadie pudiera con él. Por eso la batalla no puede instalarse en lo académico, lo reflexivo o lo puramente testimonial. La izquierda debe proponer soluciones. Y ser proactiva. Antes de que el tardocapitalismo reinterprete la crisis mundial y la reelabore en forma de nuevos productos ideológicos o estrategias de mercado y producción alternativas. Por eso la izquierda debe adelantarse, aprovechar su potencial crítico y reflexivo e implementar alternativas reales, creíbles y eficaces con los más desprotegidos de la tierra. Por eso la izquierda política y social radical debe aprovechar los dos grandes proyectos operativos de redistribución de la riqueza y la renta actualmente más conocidos y técnicamente viables que pueden maniobrar como correctores eficaces de la desigualdad de clases. Me estoy refiriendo a la Tasa Tobin y al macroproyecto económico-social de la Renta Básica de Ciudadanía.

La Tasa Tobin, anunciada ya en 1978 por el Dr. James Tobin, premio Nóbel de Economía en 1981, consiste en la imposición de un impuesto a cada una de las transacciones financieras que atraviesan las fronteras nacionales e internacionales. La tasa impositiva sería de solo 0.1%-0.25%, o sea, entre 10 y 25 centavos por cada 100 dólares en cada transacción. Imaginemos lo que esto supone sabiendo que diariamente unos 1.500 millardos de dólares realizan múltiples idas y venidas especulando sobre las variaciones en las cotizaciones de las divisas. Los resultados de esas recaudaciones impositivas podrían alcanzar cifras aproximadas a los 170.000 millones de dólares anuales. Esos 170.000 millones de dólares, representan dos veces más que la suma anual necesaria para erradicar la pobreza extremada en los próximos 10 años y podrían ser gestionados por entidades financieras redemocratizadas con objeto de corregir las desigualdades. Quien piense que esto es una utopía virginal e inmaculada, además de técnicamente inviable, está equivocado. Porque numerosos expertos han señalado que la puesta en práctica de esta tasa no presentaría ninguna dificultad técnica. Eso sí, seguramente su puesta en práctica derrumbaría la fragilidad argumental de aquellos que no dejan de objetar ante la falta de soluciones viables al sistema financiero actual. Como bien ha comentado Carlos Martínez García » la Tasa Tobin no es sino un inicio, pero significa una reapropiación democrática y una recuperación de poder de lo público y lo político sobre lo financiero, privado y mercantil, que esta haciendo caminar el mundo hacía su propia destrucción» Y porque si los impuestos «fueron la primera señal de ciudadanía, también pueden ser la primera señal de la consecución de la Igualdad»

Por otro lado, la Renta Básica de Ciudadanía, el otro gran proyecto sociopolítico de corte y raigambre republicanista y de una gran envergadura democrática real, se presenta como una propuesta correctora del desajuste socioeconómico provocado por el sistema financiero y redistributivo del capitalismo actual a través de una renta económica incondicional y universal establecida como derecho de ciudadanía. La RBC es una idea absolutamente revolucionaria que supone que el Estado paga un ingreso no embargable a cada miembro de pleno derecho de la sociedad o residente, incluso si no se quiere trabajar de forma remunerada, sin tomar en consideración si es rico o pobre, o dicho de otra manera, independiente de cuales puedan ser sus fuentes de renta. Por tanto, no es un subsidio, ni una subvención, ni una ayuda para pobres, ni un seguro condicionado. No hay que cumplir ningún requisito, ni demostrar que se es pobre, tampoco que se es rico, ni certificar con quien se vive, no hace falta estar en paro, ni estar buscando empleo. No hay que demostrar nada. No responde a ninguna contraprestación. Porque esta es una idea que trata de abordar la redistribución de la renta en sentido progresivo, una idea que busca la socialización de la riqueza sin que ello dinamite las conquistas sociales ya alcanzadas por el Estado de Bienestar. Esta es una propuesta republicana en la medida que se plantea como derecho universal de ciudadanía. Una propuesta que cuesta asimilarla. Porque requiere procesamiento ético y atrevimiento moral para digerirla. Una idea para estómagos fuertes, socialmente hablando. Porque se presta a múltiples preguntas que emergen de la racionalidad liberal, capitalista y clasista que domina nuestro pensamiento político y ético más íntimo.

Estos dos proyectos requieren unidad de acción. De la de antes. Y unidad de criterios operativos. La izquierda debe, no solo ser provocadora, sino eminentemente operativa. Estas dos ideas pueden referenciar de nuevo a una izquierda en bancarrota. Devolverle su perdido prestigio. La izquierda debe aprovechar el momento para operativizar en torno a ellas estrategias organizativas y, sobre todo, dinámicas prácticas de ejecución en torno a dos proyectos sobre los que descansar el cambio. Porque la izquierda tiene la obligación de recuperar la democracia perdida a manos del mercado. Sindicatos de clase, grupos de presión social, movimientos alternativos, asociaciones ciudadanas, partidos políticos, redes de solidaridad y colectivos de izquierda deben rearticularse en torno a ideas concretas. Más allá de la algarada lúdico festiva reivindicativa. Más allá del aletargamiento en la retaguardia. Más allá de la pura defensa a ultranza de los derechos existentes y la negación de la proactividad social y política radical. La izquierda debe traducir sus resistencias en proyectos reales. Ignoro si con el desarrollo de estas dos ideas el capitalismo será más llevadero. E incluso si estos dos proyectos solo regularán los propios excesos del tardocapitalismo. No lo sé. Lo que si creo es que la vida real sería más justa y equitativa. Sobre todo porque uno cree, como Martínez García, que las iniciativas sencillas, entendibles y alcanzables, a veces pueden ser las más revolucionarias.

Historiador y Trabajador Social