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Dos lecturas para un fracaso imprevisto

Fuentes: Alai-amlatina

Que Luiz Inacio Lula da Silva no haya sido reelecto en la primera vuelta de las elecciones brasileñas, significa un fracaso del gobierno que preside y del Partido de los Trabajadores (PT). Cualquier presidente que se presente a la reelección cuenta a su favor con el control del aparato estatal, lo que le da una […]

Que Luiz Inacio Lula da Silva no haya sido reelecto en la primera vuelta de las elecciones brasileñas, significa un fracaso del gobierno que preside y del Partido de los Trabajadores (PT). Cualquier presidente que se presente a la reelección cuenta a su favor con el control del aparato estatal, lo que le da una enorme ventaja respecto a los demás candidatos, al punto que la mayoría de los presidentes que optan por la reelección suelen triunfar.

En suma, el fracaso es inocultable, con el agravante que la candidatura Lula viene cayendo mientras la de Geraldo Alckmin, neoliberal ferviente, ha sobrepasado el 41% de los votos, sorprendiendo a todo el país. En el mes que resta hasta la segunda vuelta, a celebrarse el 29 de octubre, la incertidumbre será la reina. En ese escenario -propicio para nuevas ofensivas de la derecha y «juegos» desestabilizadores del gran capital- puede suceder cualquier cosa, y ahora no es descartable un triunfo de la derecha, algo que parecía imposible hasta la última semana de la campaña electoral.

A la hora de dar cuenta de lo ocurrido, aparecen dos tipos de análisis: los que hacen hincapié en la potente ofensiva de la derecha y los medios, y quienes mencionan los errores del gobierno y del propio Lula.

Es evidente que la derecha desató una campaña furiosa para impedir el triunfo de Lula. Una campaña asentada en los medios masivos, pero muy en particular en los electrónicos, que llevaron a algunos miembros del gobierno a hablar de una suerte de «golpe blanco» contra el presidente: medias verdades y mentiras descaradas para fabricar un escenario irreal pero funcional a sus intereses. Nada nuevo pero grave. El uso y abuso de los medios privados de comunicación por la derecha y las elites, creó un clima de cruzada contra Lula, fabricando un ambiente de extrema polarización y de linchamiento mediático del candidato del PT. A la luz de lo sucedido en Venezuela y México, esta estrategia sigue siendo tremendamente efectiva. Incluso el argumento tomado como base de esa campaña, la pretensión de miembros del comité de campaña de Lula de comprar un «dossier» con información que podría perjudicar a sus contrincantes, parece demasiado oscuro y hasta surgió la sospecha de que pudo haber sido orquestado por servicios de inteligencia vinculados a la derecha.

El segundo argumento que suele usarse, hace referencia a los errores del gobierno. Algunos extreman este discurso mencionando una supuesta «traición» de Lula. Demasiado sencillo. Lula no es un «traidor», argumento que no explica nada y pretende -a través de un discurso simplista- pasar por alto las complejidades de una situación y las razones de fondo por las que el presidente de Brasil decidió tomar un camino determinado, que se puede sintetizar en un modelo neoliberal con «rostro humano».

Pero el argumento de los errores es igualmente simplista. La corrupción no es un error, y el gobierno de Lula ha estado sacudido por casos de corrupción que se llevaron por delante a algunos de sus mejores cuadros, desde José Dirceu (jefe de la Casa Civil) hasta Silvio Pereira (secretario general del PT), pasando por varios ministros como Antonio Palocci (Economía) y Luiz Gushiken (Comunicación). Sobornar a decenas de diputados no es un error, es una política. De lo que se trata, es de desentrañar los ejes de esa política, sus motivos profundos, cómo se fue armando y qué objetivos persigue. Parte de ese trabajo lo realizó el sociólogo Francisco Chico de Oliveira, al analizar cómo las cúpulas sindicales, en los últimos veinte años, han gestado sólidos lazos con el capital financiero a través de la cogestión -con empresarios y Estado- de los fondos de pensiones que son, de hecho, los mecanismos más poderosos de acumulación de capital en el sistema actual.

A través de la gestión de esos recursos en el Fondo de Amparo al Trabajador (FAT), creado por la dictadura militar, los sindicalistas estrecharon vínculos con grandes empresarios y con el sector financiero. La actual alianza del gobierno de Lula con el capital financiero, al que se le transfirieron miles de millones de dólares por las políticas de elevadas tasas de interés, no es una táctica ni un «error», sino una política consolidada que ha ido cobrando forma a lo largo de dos décadas. Abarca desde las políticas focalizadas hacia la pobreza (recordemos, diseñadas por el Banco Mundial) hasta las altas tasas de interés que ahogan la producción y el mercado interno.

Hablar de «errores» (como aún se sigue haciendo en referencia al estalinisno) supone despolitizar el debate y alentar la falsa esperanza de un cambio de rumbo en un hipotético (pero deseable) segundo gobierno de Lula. Fue un error que Lula no acudiera al último debate televisivo. Pero sobornar, desviar dinero de las empresas públicas para el partido, aunque no haya enriquecimiento personal, es una política que consiste en utilizar el aparato estatal para convertir al partido en «partido de Estado». Tampoco esto es nuevo, pero la ausencia de debate en el seno de las izquierdas alienta la repetición acrítica de las peores experiencias.

Finalmente, lo del PT duele. Perdió 8 diputados, perdió en los principales estados (San Pablo, Minas Gerais, Rio de Janeiro) y sólo ganó un estado importante, Bahía, arrebatado a la derecha. Los partidos que apoyan al gobierno perdieron 26 diputados, haciendo más difícil la actuación de Lula en caso de que vuelva a ganar. Pero duele, además, porque se trata de «una oportunidad desperdiciada», como señaló recientemente Leonardo Boff. Y en un doble sentido. Para todos los que en Brasil luchan por un mundo mejor, como los sin tierra, el gobierno Lula podría haber creado una situación más favorable para los movimientos. Para toda América Latina, pese a todas sus limitaciones, el gobierno Lula representó en estos cuatro años la posibilidad de construir alternativas al dominio unilateral de Estados Unidos. Puede parecer poco, pero si la derecha-derecha llegara a ganar, vamos a echar en falta al mediocre gobierno de Lula.

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