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¿Renacimiento juvenil cimarrón en las barriadas negras?

Dos mil años y más de hip hop

Fuentes: Rebelión

El Negrito lindo de Portobelo El pasado 25 de diciembre (o en julio, junio, qué sé yo) se cumplieron como dos mil años del nacimiento del más famoso de los raperos (¡yeah!), a partir de él todos son oriundos de cualquier ghetto, a mucha honra; son descamisados casi siempre y poseen inteligencia verbal extraordinaria; tienen […]


El Negrito lindo de Portobelo

El pasado 25 de diciembre (o en julio, junio, qué sé yo) se cumplieron como dos mil años del nacimiento del más famoso de los raperos (¡yeah!), a partir de él todos son oriundos de cualquier ghetto, a mucha honra; son descamisados casi siempre y poseen inteligencia verbal extraordinaria; tienen el contrapunteo en la punta de la lengua y le tiran trova de la brava a los gobiernos; saben la historia del solar de memoria y del mal que se va podrir el sistema (Babilonia); son cimarrones anarquistas y saben que el barrio los perseguirá como una bendición toda su vida (pregúntenle a Calle 13); fashion desafiante y marimbeo andante para confirmar propiedad sobre la calle que pisan; las crónicas de sus batallas se publican en paredes y murallas y están en combate sin tregua con esa autoridad abusiva. Paredes y murallas son papeles de nobles canallas: «el héroe de tu oponente es el terrorista del presidente». El solfeo entrecomillado es del último prócer barriobajero, llamado René Pérez.

Aquel que nació hace un par de milenios podría haberse llamado, en estas calles y en este tiempo, Jesús X, Galileo Shakur o Tego Belem. Para Ismael Rivera, sonero mayor y tal, fue El Nazareno («Aquel Negrito lindo de Portobelo», según su versificación de brother). La pieza rapera más conocida, en esos grooves de amor y paz, fue El Sermón de la Montaña. Freestyle, por favor. Caramba, puro rithm and poetry y dicho a un pueblo que contrariaba esa filosofía y practicaba el despellejamiento implacable y sin postergación. Ese rap debió sonar como llegado de no sé sabía de qué ambiente underground .  

El flow de la montaña se suelta así: «ustedes son, hermanos de esta era, la sal de la tierra; pero si ocurriere que la sal se desvaneciere, pregunto en esta tonada, ¿con qué será salada? No sirve para más nada, sino para ser echada, y allá fuera, no te asombres, si es pisoteada por los hombres». Es una versión a cuatro manos: dos de El Nazareno y dos de este jazzman. ¡Yeah! El Man desautorizaría a tanto cobrador de diezmos en miles de barriadas latinoamericanas; cobran en su nombre, con su nombre y para dizque socializar a tanta humanidad su nombre. Fenicios de la fe. El Sermón de la Montaña es comerciado por metro y el ciudadano que se resista tiene amenaza de infierno, aunque ya lo viva de a de veras. Ricardo Arjona captó el swing muy bien y sentenció con trova implacable: «al Hombre de Nazaret le dan náuseas aquellos que hacen business con la fe«. No cualquier fe, de ninguna manera, se trata de la más cool, de aquella en la cual este primer Master of Ceremony apostó un apocalipsis: «Dale un chance a tu enemigo, aunque se disfrace de amigo, no gastes calorías, ni de noche ni de día, en los que maldicen tus buenas energías. Haz el bien sin mirar a quien».

Y el flow debió seguir hasta completar la densidad de las sombras: «no se enciende una luz y se pone debajo del almud, sino sobre el candelero y alumbre al último y al primero». ¡Yeah!

Repúblicas Compton

La muchachada de las áreas bajas y altas urbanas, es toda de allá abajo, por simple geografía social y política. En las conversaderas se mapea el planeta que de ahí hasta la «jevita de enfrente», el club deportivo sin ubicación fija y soñando con uniformes iguales a los del Manchester United, alguien reclama el número de 25 del Toño Valencia (el típico man con la autoridad del prestigio), el autoestima flaquea por las burlas. «El Toño es inalcanzable», tira uno de los más informados. Silencio, para verificar probabilidades deportivas y el llamado, que está ahí, a contribuir en la búsqueda de la ‘Madre de Dios’. De alguna casa, todas están pared con pared, sale un maleducado reggaetón, dos muchachos ensayan una cópula graficando la letra. Bromas y risas, pero la conversación se devuelve a las prioridades de la próxima navidad, fin de año o efeméride de la ciudad ajena. Bling-blineo proletario: tenis carísimas, t-shirt [1] con la imagen de Tupac Shakur (aunque sepa muy poco de su vida), genuino Versace de pulguero, metalería dorada y fiestas dementes con mucho lujo y caché. O la masterpiece se devalúa hasta el comentario sobre la final del campeonato nacional de fútbol, los días sin crossover y la politruquería de los políticos.

En las repúblicas Compton de Villa Fiorito (Buenos Aires), de Las Comunas (Medellín), del 23 de Enero (Caracas) o de Barrio Caliente (Esmeraldas) la vieja escuela prefiere escuchar a Bob Marley, sin cansancio, quieren identidad radical política, pero les falta justamente eso ‘escuela’. La otra identidad funciona por ahí, por las caras lindas o por melanina primordial: son negros y más nada. Por lecturas de oído, saben de racismo, escasez de oportunidades y que Dios es un anciano blanco, barbudo y vigila desde las nubes. A las plegarias se las manda con cometas o por encargo de rezanderas. B-Boys con brekendito [2] y «sin demandas de paternidad», por eso se ilustran en mañas amatorias y discuten la delgada línea roja de las relaciones de parejas.

La veteranía de ‘calle dura’ se adquiere a las pocas semanas de acabar el bachillerato, cuando la universidad (acortada como la ‘U’) es infinito «palo ensebado» y la Madre (con mayúscula) ve en él (o en ella) un apoyo para cimarronear con felicidad eso de «estómago lleno y corazón contento». Esos pocos meses o quizás ese año de mayoría de edad que lo distancia del colectivo, le otorgan autoridad porque «ahora sí, debe fajarse en serio». Las jams [3] no volverán a ser las de antes, todavía se saludan y se disparan chistes de risas explosivas, pero unos metros más allá están sus prioridades y sus peleas diferentes son de adulto recién estrenado. El reacomodo de sus prioridades está en ese difuso mandato de Mamita: «ser alguien».

Las barriadas negras de las ciudades de las Américas tienen el agravio asumido como valor inexorable de ser tercermundistas en la calificación malvada del eurocentrismo: necesidad y criminalidad. Sin decirlo, en sus informes bien presentados, suelen darle suficiente equivalencia para la represión o para la conmiseración. Los hip-hoperos, sin esa autodenominación, disparan sus rimas, sin afinidad categórica (izquierda o derecha, qué importa), contra la sociedad gobernante dueña del paisaje noticioso, el dembow [4] es iconoclastia despiadada de toda clase política. «¡Nadie es mejor!», sentencia sumarísima. El hip hop como autoafirmación colectiva o personal está en alguna esquina, de conversa y Grammy de buen comportamiento. No hay teorización al respecto, solo autenticidad gestual.

Tercermundismo con sus fariseísmos agravantes: clubes sociales repartiendo maná de sus celestiales dominios, con frases conmovedoras y cámaras de televisión. O el hardcor e directo y a la piel: fuerzas de la represión tumbando puertas, para arrestos de rigor. Repúblicas de las dádivas y repúblicas del sampling de heroicidades de palenkes, quilombos o cumbes; prédicas de profetas (o profetisas) negros irritados con el poder blanco. Dádivas, garrote y encojonamiento. Cero política, para levantar el fondo sin perder la esencia. ¿Habrá un renacimiento juvenil cimarrón en las barriadas negras? ¿O «los de atrás» se perdieron en el laberinto del bling bling consumista? ¿Es swing rebelde, ese que se ve en las esquinas o solo es el espejismo de una juventud que desconoce el Manifiesto o los otros manifiestos? Manifiesto y manifiestos, según el asere Marx, el ekobio Garvey o el carnal Malcolm X.

En las paredes de sus habitaciones hay retratos de raperos de antes, gana la old school, futbolistas y símbolos culturales locales. El imperio mediático ha logrado la trashumancia ideológica prevista por Marshall Mcluhan: «el medio es el mensaje». Una levedad de pesimismo político, visto desde mi ciudad (Esmeraldas, Ecuador) y absolutizando el dato, flota en las barriadas. «Lágrimas no tengo aunque me sobran motivos, los más queridos to’s se han ido. Esta canción se suponía, que fuera de alegría, otra vez más, to’a la culpa es mía» [5] . Tego Calderón narró cantando una multitud de vivencias concentradas como propias; esas tribulaciones juveniles aún están ahí. Y empeorando, desde luego.

La otra vez miré Blade Runner 2049 [6] , más con ánimo de lector que de espectador, diablos, se facilitaron comparaciones imperfectas, aun así estimulantes: la actual sociedad dominante sea imperial o nacional (hay relaciones de mayoral y plantador) tienen sus desventurados androides en países de porquerías (según aquel fulano de la White House) o en barriadas pobres. Keep it real [7] , podría ser una palabra indecorosa, cámbiela por ‘empobrecidas’. Los androides apenas son votantes, quizás electores desinteligenciados por el afán de estar (objeto perpetuo de sueños y deseos) y muy poco por ser (existencia por dentro y por fuera). ¡Yeah!

‘Escupiré sobre vuestra tumba’

Así es, el título corresponde a aquella novela del escritor francés Boris Vian, publicada por primera vez, en 1946. Sin ninguna duda, es la voluntad última de los warriors [8] del hip hop, sin tiempo fijo ni edad establecida, para tumbar al ancien régime. El escupitajo en la sepultura debería ser antes del festejo, porque toda renovación comunitaria acarrea su lírica combativa como único bien emocional indiscutible, su literatura testimonial expresada en dazibaos (sesenteros y de este siglo XXI), con mucho de agitacional (break dance con las piruetas que sean). A partir del día después de aquel mañana, empieza el envejecimiento cimarrón con los sagrados estorbos y las justificadas trivialidades del nuevo poder (o régimen), otras new thigs contrapuntean la exigente dialéctica de un perpetuum mobile. Un rhythm and poetry progresivo.

Ni mencionar la formación (los programas de estudio ministeriales son tzanzas [9] para niñez y juventud), las ukudanza aún son los pasos, carentes de marcialidad, de esas largas andaduras de otras juventudes guerreras parecidas. Dos mil años y más después, es decir por estos días, se proclama el fin y principio consagrará nuevas celebraciones populares, en pequeños grupos tribales y decididos y con historicidades acumuladas (temporalidades y cambios de la naturaleza cultural humana). En estos días se han festejado 100 años de la Revolución de Octubre. Se encendieron luces por los 227 de la Revolución Francesa y el progresismo mundial recordó los 25 años del desmoronamiento clamoroso de 4 siglos de dominación blanca (o de los blancos) en Sudáfrica. ¡Cuánta juventud consumida para lograr el salto cuántico!

Hubo otra revolución que no tiene efeméride, aunque es la continuación de tantas cosas cimarronas olvidadas o anónimas, no soportó liderazgos fijos e individuales, porque la gente se desvivió por no ser únicamente víctima de medio milenio de esa historia, sino ser ‘su’ protagonista cimarrón, en términos de viento y raíz. Un acierto total, porque es herencia cultural de los griots, de aquellos abuelos llamados «memoria institucional» de pueblos y naciones africanos, que por algún misterio fue asumido por juventudes sin aparente discurso político o al menos desconcertadas por el asesinato y encarcelamiento del liderazgo afroamericano radical.

En nuestras Américas, la minería escupiendo venenos en ríos, las plantaciones adaptadas al siglo XXI y nuestras barriadas de esperanzas palenqueras. Unas recordadas liberaciones sin coincidencias cronológicas con las proclamadas por los celebrados próceres blancos americanos o contrariando sus ganas de dominio infinito en los actuales, de terno y corbata. Bob Marley, Tupac Shakur, Celia Cruz, Ismael Rivera y hasta Boney M sustituyen a los próceres inventados por esos ministerios de educación Fahrenheit sietemesinos.

Las muchachadas impacientes, en los ghettos americanos, inventan retornos al cabildo junto a la hoguera, al canto responsorial y a la danza con fines variados. A esa estética de destrezas corporales -dibujaban en el aire los toques del tambor- cada vez más complicadas y sorprendentes, empezaron a llamarla hip hop. La calle era «una jungla de cemento» [10] , los barrios de la ciudad de Nueva York eran abandonados por la clase media anglosajona y ya eran ghettos negros y de emigrantes portorriqueños. El marimbeo del caderamen fue la señal de identidad, primero en las pampas urbanas neoyorkinas, luego en otras ciudades estadounidenses y poco después en los barrios de Latinoamérica. El internacionalismo juvenil del New Thing sin lugar sagrado de peregrinación, además de la esquina y la disco. Los b boys o break boys ocuparon territorialmente las esquinas y cuando las perdieron se adueñaron de la calle. Otras juventudes pretenden inventar el know how renovador de todos los poderes, sin el marketing cultural de los sesenta o setenta, pero con praxis de Smartphones.

El hip hop fue (¿o es aún?) revolución quebradora de dogmas y recobró ceremonias comunitarias para cohesionar al grupo. El babalawo institucional fue el DJ (o disck jockey), que inflamaba el ánimo regulando el proceso musical. Después el MC (master of ceremony) amplió el proceso social. Con grafitos expresaron gozo o rencor filosóficos y su cátedra de análisis político fue el rap. El hip hop es cimarronería intrínsecamente cultural como quizás no ha habido otra en el continente, se inspiró en el legado personal de Malcolm X, por su teoría de by all the necessary means (por todos los medios necesarios). ¡Yeah!

Notas:


[1] Camiseta.

[2] De break que significa ‘descanso’.

[3] Fiesta hip hopera.

[4] Ritmo de origen jamaiquino, de base regguetonera, pero más acelerado e incorpora percusión. Es una fusión de rap y reggae.

[5] De Chillin, de Tego Calderón.

[6] Director Denis Villeneuve, 2017.

[7] Textualmente: mantenlo auténtico. No todo aquel o aquella que presume de ser de la nación hip-hopera lo es; un nacionalismo verificado por quienes tienen la medida ideológica de la autenticidad. Para otros el hip hop es ese ‘algo que está justo ahí’ y no requiere mucha explicación.

[8] Guerreros.

[9] ‘Reducción de cabezas’, en idioma shuar.

[10] Verso de la canción Juanito Alimaña, escrita por Catalino Tite Curet Alonso (1926-2003).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.