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Duelo entre la codicia y la ideología

Fuentes: Clarín

Las firmas reciben dinero de sus clientes y a su vez pagan a su personal y a sus proveedores. Para salvar la brecha entre cobros y pagos recurren al crédito y, si éste no existe, los costos operativos se vuelven agujeros negros. Así empiezan los ceses de operación, los despidos y el resto del infierno tan temido.

Uno de los 226 representantes que condenaron ayer el proyecto de ley de rescate financiero, el republicano Darrel Issa, de California, explicó su oposición del siguiente modo: aprobar el Acta de Estabilización de la Emergencia Económica 2008 hubiese sido como «colocar un féretro encima del féretro de Ronald Reagan». Describió así uno de los costados ideológicos de la asombrosa puja que tiene lugar en Estados Unidos en un momento en que cierta etapa de desarrollo del capitalismo está agotándose.

Pero no conviene dejarse engañar por los principios y creer que lo representan todo. Lo que hay apenas debajo de la superficie del debate es otra lucha, feroz, de intereses concretos entre quienes han decidido que el cambio necesita ser conducido y quienes desean salvar lo más posible de una fase capitalista que desde hace casi tres décadas les ha permitido construir riqueza fabulosa muchas veces con la nada como sustento.

«Codicia» es un término que ahora se aplica con frecuencia al sistema financiero cuyo símbolo es la calle Wall Street en Nueva York. Pero una cosa es emplear la palabra de modo abstracto y otra verla en funcionamiento. Ayer los que operan con esa codicia como combustible no dudaron en presionar induciendo la baja más pronunciada en la historia de la Bolsa de Valores de EE.UU. (casi 778 puntos para el índice Dow Jones) que, en pocos días y a través de la sequía de crédito, puede hacer que hasta las empresas sólidas dejen de pagar a proveedores y hasta la nómina salarial.

Este efecto no es difícil de explicar. Las firmas reciben dinero de sus clientes y a su vez pagan a su personal y a sus proveedores. Para salvar la brecha entre cobros y pagos recurren al crédito y, si éste no existe, los costos operativos se vuelven agujeros negros. Así empiezan los ceses de operación, los despidos y el resto del infierno tan temido.

Mercados y mercaderes se abrazan a un sistema fracasado. Los fondos de cobertura («hedge funds») saben que se cierne sobre ellos una era de controles a la que no están acostumbrados y se miran en el espejo de las «bancas de inversión» (verbigracia Lehman Brothers) que han desaparecido y no pueden sino preguntarse si seguirán ese camino.

Lo de los controles es una opción inevitable. Se están produciendo cambios cuyos efectos aún no pueden mensurarse. Con la adquisición ayer por parte del Citigroup de las operaciones de la Corporación Wachovia, otra entidad financiera asolada por las pérdidas hipotecarias, se refuerza la idea de tres bancos hegemónicos: Citigroup, JP Morgan y Bank of America que controlarán más del 30% de los depósitos en Estados Unidos. El trío adquirirá así un poder enorme en el establecimiento de los precios de sus créditos y servicios.

Nadie sabe a ciencia cierta cuántas instituciones financieras deberán ser rescatadas. Los más pesimistas dicen que los resultados de esta crisis perdurarán hasta el 2015 y que 700.000 millones de dólares serán insuficientes. ¿Hasta dónde llegará? No parece haber rincón que se salve; ayer Inglaterra nacionalizó el segundo banco en un año, Bradford & Bingley.

En juego está también la protección de los ciudadanos endeudados más allá de su capacidad para pagar las hipotecas. La derecha principista ya logró eliminar del proyecto la facultad de los jueces para reformular los términos de las hipotecas impagas. Y también la compensación al Estado con acciones de las empresas a las que salve mediante la compra de lo que ya se llama «créditos tóxicos». Por lo pronto lograron que esas acciones no vayan acompañadas de derecho de voto en los directorios.

Los llamados «paracaídas dorados» -las compensaciones multimillonarias por despido a los ejecutivos culpables de este caos- están siendo defendidos por sus beneficiarios y aliados. El secretario del Tesoro, Henry Paulson, aseguró que algunos empresarios no incluirían a sus empresas en el rescate si las indemnizaciones fuesen suprimidas. Preferirían la quiebra y la evaporación del dinero de sus acreedores.

Los republicanos dijeron, después de la votación, que habían creído contar con 12 votos que fueron a la oposición al proyecto. Estos parecen haber sido los apóstoles de la codicia que se resiste a amainar.