La economía cubana transita hoy por la ruta del crecimiento en la construcción de un modelo distinto, ajeno al consumismo y fuera de los dictados del Fondo Monetario Internacional (FMI). El anuncio hecho por el ministro de Economía y Planificación, José Luis Rodríguez, de que el Producto Interno Bruto de la isla podría crecer en […]
La economía cubana transita hoy por la ruta del crecimiento en la construcción de un modelo distinto, ajeno al consumismo y fuera de los dictados del Fondo Monetario Internacional (FMI).
El anuncio hecho por el ministro de Economía y Planificación, José Luis Rodríguez, de que el Producto Interno Bruto de la isla podría crecer en el 2005 en más de un nueve por ciento, confirma la tendencia de los últimos años.
La década final del pasado siglo fue en extremo dura para Cuba, que se vio privada, de pronto, de sus nexos con el campo socialista y en particular la Unión Soviética (URSS), con los que mantenía un comercio donde primaban precios justos acordes a las asimetrías.
De esa manera, al país caribeño dejaron de llegar los suministros de combustibles soviéticos, que para el año 1991, cuando se desintegró la URSS, estaban fijados en 14 millones de toneladas.
En aquellos difíciles días la isla apenas producía 500 mil toneladas del crudo, que por su alto grado de azufre era destinado básicamente a la generación de electricidad.
Se inició así el llamado período especial, mucho más duro por el reforzamiento de las leyes y prohibiciones del bloqueo mantenido hasta hoy por Estados Unidos.
Si en 1991 la economía nacional retrocedió en el 11,6 por ciento, para el año 1993 la tasa negativa se hundió hasta el 14,9, lo que marcó el fondo de aquellos años recesivos.
Un modesto 0,7 por ciento positivo en 1994 fue visto con esperanza por los cubanos, cuando en Miami y Washington ya se venían desinflando las esperanzas de quienes tenían las maletas preparadas para volver a controlar el vecino archipiélago.
Con la derrota del socialismo en Europa del Este y la URSS, hubo hasta quien decretó el fin de la historia, condenando el desarrollo humano al modelo capitalista, ahora en su fase neoliberal.
Bajo la hegemonía del consenso de Washington como única alternativa a los problemas del mundo, no faltaron desde los pensadores que se llamaban progresistas hasta otros supuestos revolucionarios que no daban un céntimo por el futuro cubano.
A pesar de todo, La Habana se decidió a resistir la coyuntura adversa y preservar el objetivo primario de impulsar un modelo económico y social con el hombre y su bienestar como primer objetivo.
De tal manera, y pese a limitaciones severas, las medidas que obligaron las circunstancias resultaron fruto del consenso y la aprobación popular, en asambleas populares ajenas a las políticas de choque impuestas por estos años en otras latitudes.
Hubo que cerrar industrias y centros laborales, pero los trabajadores no quedaron abandonados. El país se abrió al capital extranjero, pero sin privatizaciones y con regulaciones en defensa del patrimonio nacional.
Fueron años de privaciones, carencias y largos apagones, aunque también sirvieron para reorientar la economía y aprender lecciones de sobreviviencia que siguen siendo válidas para llevar adelante la recuperación.
Tales circunstancias se vieron agravadas por la presión recrudecida del bloqueo norteamericano, lo cual obligó a establecer prioridades cotidianas sobre la utilización de los limitados recursos materiales, con una visión global y una base de justicia social.
El país no sólo pasó lo peor, sino que avanzó en los últimos años a pesar de los efectos destructivos de sucesivos huracanes y de una obstinada sequía con secuelas negativas en la agricultura.
Pero en este camino difícil se multiplicaron errores y deformaciones que, por estos días, concentran una batalla rectificadora con implicaciones económicas, sociales y morales.
Entretanto, Cuba reforzó sus vínculos con Venezuela y China, pero también dio un salto en el desarrollo del sector de servicios, que alcanzó el 57,6 por ciento del total de ingresos de la balanza comercial del país del 2004.
Resulta la recogida de frutos de una política que desde enero de 1959 tuvo como premisa priorizar el avance del mejor capital nacional: el humano.
El tema tiene mucha tela por donde cortar, pero si algo queda claro para los cubanos es que caminos ya trillados por otros habrían hecho imposible la sobreviviencia de la Revolución.
Así, sin los préstamos y recetas del FMI, y pese al férreo cerco de Estados Unidos, los cubanos dan sustentatiblidad a un modelo económico-social distinto que pasó la prueba de la sobrevivencia y encontró las luces al final del túnel.