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Economía, lenguaje y votos

Fuentes: Economistas frente a la crisis

Michael Sandel y Thomas Piketty acaban de publicar un libro altamente recomendable (Igualdad, Debate, Madrid 2025). Un diálogo profundo entre un filósofo eminente de Harvard, cuyas clases on line son un éxito de asistencia; y un historiador económico y social (así se autodefine el economista Piketty), con un sólido bagaje de investigación sobre la desigualdad. En ese encuentro didáctico, una pregunta se plantea de manera subliminal durante la conversación: ¿por qué la clase trabajadora vota a las opciones de ultraderecha? Los ejemplos son abundantes, en buena parte en Europa –desde Alemania hasta Portugal, pasando por Francia, entre otras naciones–, sin descuidar la situación en España. En paralelo, las formaciones socialdemócratas han ido perdiendo apoyos electorales desde la década de 1980.

Cabe decir que las casuísticas de cada país son particulares. Las posiciones ultras se presentan como solucionadoras de un llamemos “olvido”, así considerado por los votantes en relación con las fuerzas de izquierdas. Prometer resultados rápidos y sencillos a problemas complicados, y hacerlo con hábiles estrategias comunicativas, constituye la guía de trabajo de las formaciones ultraconservadoras. Con éxito. Esas premisas, además, han ido fagocitando los idearios de las derechas convencionales, hasta el punto de que a veces son indistinguibles de sus correligionarios extremistas. En Estados Unidos, prometer la reindustrialización en los estados del “cinturón del óxido”, con fábricas de automóviles desvencijadas, constituyó una punta de lanza muy resolutiva para Trump. Armar los aranceles ha sido un frontispicio sobre el que edificar toda una estrategia económica que, sin embargo, es errónea, si atendemos a los datos macroeconómicos disponibles sobre la economía estadounidense y su retroceso en el PIB. Pero el relato funciona a nivel de esa franja de la geografía desindustrializada: la búsqueda del paraíso industrial perdido.

¿Qué ha podido fallar para que un importante contingente de personas de clase trabajadora apoye unas tendencias ideológicas que tienen agendas ocultas y ejemplos muy negativos, o que, en el caso de Estados Unidos, se expliciten con toda crudeza antes de los comicios pero, no obstante, tengan seguidores? Sandel y Piketty tratan de aportar respuestas. Un primer elemento a considerar es este: la pérdida de lo que podríamos denominar lenguaje “de clase”, adoptado desde la Tercera Vía –Blair, Clinton, Schroeder, bajo la batuta teórica de Anthony Giddens– ha supuesto desconexiones llamativas entre las izquierdas y una parte significativa de la población. La adopción, por parte de la socialdemocracia europea y del Partido Demócrata en Estados Unidos, de bases programáticas del neoliberalismo con principios de austeridad expansiva, conforman hechos concretos que no difieren de las opciones originales. Aquí, las políticas aplicadas a raíz de la Gran Recesión rubricaron esa deriva: reducción del gasto público, obsesión por el equilibrio presupuestario –al margen de cualquier coyuntura económica–, enaltecimiento acrítico de un mercado que se presume de competencia perfecta, etc. Los indicadores económicos y sociales son demoledores, muy negativos, tras la aplicación de esas recetas. Las estadísticas al respecto son contundentes, y pueden consultarse en bases de datos de toda fiabilidad y solvencia (Eurostat, FMI, entre otras).

Aunque estemos en sociedades tercerizadas, con menos clase obrera tradicional adscrita a la industria, la existencia de amplias capas de trabajadores inscritos en servicios muy heterogéneos –y que buena parte sufren de salarios limitados, poco acceso a la vivienda y condiciones de vida paupérrimas en ocasiones– impone la consecución de una narrativa directa, inteligible, concreta, que vaya más allá de una retórica con poco contenido. Porque, sean trabajadores de servicios u obreros industriales, la explotación está bien presente: horas que no se pagan, jornadas largas y duras, condiciones de trabajo difíciles. Sandel explica esto en otro libro de referencia (La tiranía del mérito, Debate, Madrid 2020). La tesis meritocrática conduce a una pérdida de conexión con los segmentos más populares y vulnerables, con la emisión de mensajes equívocos: “ustedes son pobres –se indica desde muchos ámbitos políticos y sociológicos– porque se esfuerzan poco, mientras aquellos que tienen formación superior avanzan porque se han consagrado mucho más al trabajo”. La idea es de un simplismo aberrante, desprovista de los contextos socioeconómicos y familiares (en definitiva, de los orígenes de clase de las personas), y se divulga en redes sociales con dirección preminente a los jóvenes. Pero no únicamente a ellos. De hecho, la inter-relación entre esa idea y el desprecio a los intelectuales y profesores fue expuesta por el equipo de Trump, conocedor de que las élites urbanas de Estados Unidos –con mayor formación– se decantaban por el Partido Demócrata. Pero esa estrategia de cuidar a los amplios sectores de los trabajadores manuales y de servicios estaba operando en un terreno que había sido abandonado por los líderes demócratas –y también por la socialdemocracia–, y que ahora trata de recuperar con enorme esfuerzo Bernie Sanders y Alexandra Ocasio-Cortez para Estados Unidos.

Tal planteamiento, muy sencillo en su formulación (“la culpa de lo que os pasa la tienen los representantes de unas izquierdas que no se han preocupado de vosotros”) se ha explotado en Francia, Alemania, Italia, Gran Bretaña, Portugal, por parte de los émulos trumpistas de extrema derecha. Con los resultados que ya conocemos, que prefiguran lo que algunos han denominado cambio de ciclo en la Unión Europea.

Pero, además, un segundo elemento debe invocarse: la inversión pública que, en la Europa comunitaria, por ejemplo, se relajó antes de la eclosión de la pandemia, con gobiernos impregnados de aquellos principios de la economía neoliberal. Principios que fueron transgredidos coyunturalmente a raíz de la explosión vírica, al activarse los programas del Next Generation. Pero que algunos países –los llamados “frugales”, una denominación poco afortunada– han tratado de revertir al advertirse tenues signos de recuperación. De nuevo, reaparece la ortodoxia neoclásica. Y esta preconiza y avala, una vez más, los recortes presupuestarios en campos determinantes que atañen los servicios sociales, la sanidad y la educación; pero no el gasto de defensa. Esto es lo que, desde los años 1980 y en las fases de mayor profundización de los preceptos neoliberales que hemos descrito, ha impactado con fuerza sobre una amplia población que se ha sentido abandonada tras falsas promesas de mantenimiento y potenciación de los resortes del Estado del Bienestar. Lenguaje y acción: un díptico que no debería desdeñarse. No queremos decir que sea un diagnóstico totalmente certero; pero tal vez contribuya a entender algo de lo que está pasando.

En tal sentido, es ilustrativo que Mark Carney –que no es un izquierdista, sorpresivamente ganador de las elecciones en Canadá, haya entendido con claridad todo esto, planteando, entre otras vías, una esencial: el despliegue de la inversión pública, cualificada como “de calidad”. En un reciente trabajo de Mario Draghi (“Europe has a new economic orthodoxy”, un importante texto que se sintetizó en el Financial Times, on.ft.com/45slEoO) se persevera en esa trayectoria, que ya se expuso en un texto anterior por parte del italiano, en el que señalaba la necesidad de realizar en la Unión Europea inversiones plurianuales del orden de ochocientos mil millones de euros, para atajar los desequilibrios tecnológicos con Estados Unidos y China, y encarar las consecuencias del cambio climático y la transición energética. En paralelo, a voces que predican un retorno a la austeridad, o que defienden una versión anarcocapitalista –del estilo de Milei en Argentina: tenemos en España defensores a ultranza de esto tanto en el PP como en Vox– desarmadora de la economía pública y proclive a mayores privatizaciones, existen otras posiciones autorizadas, que provienen de una economía liberal democrática, que están remarcando algo fundamental: la herramienta esencial de la inversión pública.

Recuperación de un lenguaje que comunique proximidad a los sectores más vulnerables, desfavorecidos o con graves problemas laborales y sociales; apartarse de la visión que culpabiliza a esas capas demográficas y que las enfrenta a unas élites bien estantes; e invocar programas creíbles, efectivos, concretos, de inversiones y asignaciones de recursos específicos que beneficien a esos segmentos poblacionales, pueden constituir sendas columnas que se opongan frontalmente a los mensajes de las derechas. Estas han sabido adoptar el lenguaje, y se han presentado en las áreas más deprimidas de las ciudades con conceptos que recuerdan poderosamente a las izquierdas, captando la atención y seduciendo con promesas de resolución fácil a problemas de enorme complejidad. La socialdemocracia debe desprenderse de los resabios de la doctrina neoliberal que la intoxicó. Porque repensar la economía, entendida en clave de buena administración en el sentido aristotélico, no debe arrinconar nunca a quienes pueden quedar atrás: a ese cuerpo sociológico que debería tener argumentos y pruebas para volver a confiar en quienes, desde formaciones de gobiernos progresistas, han implementado los cambios sociales, los avances culturales, los positivos desempeños económicos.

Carles Manera. Catedrático de Historia e Instituciones Económicas, en el departamento de Economía Aplicada de la Universitat de les Illes Balears. Doctor en Historia por la Universitat de les Illes Balears y doctor en Ciencias Económicas por la Universitat de Barcelona. Consejero del Banco de España. Consejero de Economía, Hacienda e Innovación (desde julio de 2007 hasta septiembre de 2009); y Consejero de Economía y Hacienda (desde septiembre de 2009 hasta junio de 2011), del Govern de les Illes Balears. Presidente del Consejo Económico y Social de Baleares. Miembro de Economistas Frente a la Crisis Blog: http://carlesmanera.com

Fuente: https://economistasfrentealacrisis.com/economia-lenguaje-y-votos/