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Economismo

Fuentes: Rebelión

Propongo una acepción para definir los augurios fallidos de los astrólogos de las finanzas; ¿por qué no llamar «economismo» a sus ciegas intentonas adivinatorias casi siempre interesadas, a sus jergas  intraducibles, como desfasadas recetas de médicos?; y de paso también, ¿por qué no rebajarles su graduación como economistas hasta considerarlos simples licenciados rasos en Economía?; […]

Propongo una acepción para definir los augurios fallidos de los astrólogos de las finanzas; ¿por qué no llamar «economismo» a sus ciegas intentonas adivinatorias casi siempre interesadas, a sus jergas  intraducibles, como desfasadas recetas de médicos?; y de paso también, ¿por qué no rebajarles su graduación como economistas hasta considerarlos simples licenciados rasos en Economía?; del mismo modo que existen licenciados en Periodismo y periodistas, aunque por fortuna se aúnen a veces ambas categorizaciones. De esta manera la economía quedaría para los que se dedican de verdad y con rigor a esta ciencia social -y subrayo este adjetivo-, dejando el economismo y sus profecías algebraicas para las gallinitas que cacarean sus letanías por interés, rutina o mera estupidez. Alejaríamos así la economía de los que la empequeñecen y desvirtúan sus objetivos, cuando la despojan de su vinculación con el ser humano y su servicio, destinada a procurar el bienestar y la felicidad de las mayorías sociales; todo aquello que en definitiva debería ser prioritario en la economía real de un país o comunidad; también para sus gobernantes.
 
Ninguno de los autocomplacientes augures de las finanzas predijo la crisis económica. La mayoría confiaba ciegamente en las bondades de la desregulación. El Premio Nobel Paul Krugman nos recuerda cómo antes de la crisis financiera y del estallido de la burbuja inmobiliaria muchos macro-economistas llegaron a calificar las recesiones como positivas y a asegurar que los mercados financieros por lo general lo hacían bien. La fe en la irrealidad de los mercados financieros eficientes cegó a la mayoría, concluye Krugman. Pero, como detalla el profesor de Economía Alberto Montero, desde hace diez años estudiantes y profesores de Economía vienen denunciando el distanciamiento entre la teoría económica y la realidad social; el uso incontrolado de las matemáticas convertidas en un fin en sí mismas; y el dogmatismo de los estudios de economía, como consecuencia de la ausencia de pluralismo en los enfoques. La economía autista.
 
Sin embargo, este dogmatismo ha sobrevivido vigoroso al descrédito del mundo financiero y al estallido de la burbuja. Seguimos escuchando las mismas cantinelas para salir de la crisis, en boca de los mismos ciegos que hasta ayer defendían «la eficiencia del mercado y la multiplicación del beneficio servido en barra libre»; los mismos economistas que dan fuelle a los mil y un informes de fundaciones, gabinetes y centros de estudio (la mayoría financiados por el sector empresarial), con simétricas conclusiones sobre la reforma laboral, que pasa por el omnipresente abaratamiento del despido y la contención salarial (aunque el sueldo medio en España sea la mitad que el británico y las rentas del trabajo continúen disminuyendo en porcentaje frente a las del capital, frenando el consumo); la reforma de las pensiones y el inquietante incremento en la edad de jubilación, en un sistema siempre al borde de una quimérica quiebra (pese al superávit de 8.000 millones de euros en 2009); o la siniestra obsesión por privatizar y reducir déficit y gasto público (aunque en España el gasto social sea de los más bajos de la UE). Pero hay algo que no entiendo: si en el peor de los casos los adivinos del «economismo» nos engañan por ser juez y parte; y en el mejor, se equivocan en sus nebulosas predicciones, ¿por qué tendríamos que secundar sus propuestas de caseta de feria?
 
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Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa de la autora, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.