A medida que en los últimos meses la situación económica, social y política parece cada vez más desbocada, han emergido en España voces que de una forma orquestada reclaman un Gobierno de concentración como único flotador al cual podernos agarrar ante el naufragio de la nave. La campaña está tomando cuerpo en diferentes personajes, si […]
A medida que en los últimos meses la situación económica, social y política parece cada vez más desbocada, han emergido en España voces que de una forma orquestada reclaman un Gobierno de concentración como único flotador al cual podernos agarrar ante el naufragio de la nave. La campaña está tomando cuerpo en diferentes personajes, si bien, es el diario El País el medio que está empleándose a fondo en ello, junto a los economistas de FEDEA (Fundación de Estudios de Economía Aplicada), quienes están dando el soporte ideológico y académico. Posiblemente el artículo de opinión publicado el viernes 1 de junio en El País: «No queremos volver a la España de los 50. Jesús Fernández Villaverde, Luis Garicano y Tono Santos, a toda pagina, supone, no solo, el pistoletazo de salida de esta estrategia, sino uno de los artículos políticamente más perversos, involucionistas y dañinos que se ha publicado en este medio, por lo que conviene analizar algunos de los argumentos intelectuales y políticos defendidos por los sacerdotes FEDEA.
FEDEA: epicentro del pensamiento neoliberal
Para empezar, hay que destacar que FEDEA se ha configurado como uno de los centros académicos de pensamiento económico neoliberal más importante de España. Sus investigaciones y estudios tienen una orientación nítida e inequívoca, tan precisa como la lista de sus patrocinadores (Banco Sabadell, Abertis, Iberdrola, Abengoa, Banco Popular, Caja Madrid, Banco Español de Crédito, Banco de Santander, Repsol-YPF, Coorporación Financiera ALBA, S.A., Banco Bilbao Vizcaya Argentaria, Banco de España, Fundación Ramón Areces, La Caixa y Telefónica). Llama la atención, por ello, que afirmen ser un centro económico «creado para generar análisis económico de calidad con objetividad e independencia de criterio«. Sin embargo, un simple vistazo a los temas que centran sus preocupaciones, incluso a la naturaleza de sus propuestas, desmienten con rotundidad esta afirmación.
Por el contrario, FEDEA, ha venido suministrando la munición académica envuelta en abundante metralla ideológica destinada a transformar el Estado y la sociedad desde ejes nítidamente neoliberales en línea con las demandas del capitalismo global, multinacionales y entidades financieras. Hasta tal punto que buena parte de las reformas más importantes y regresivas que se han llevado a cabo en los últimos años en España (las reformas laborales de este y del anterior Gobierno, la reforma de pensiones, la reforma de la Constitución, privatizaciones, reducción de servicios públicos, políticas de consolidación fiscal como las que se están llevando a cabo, etc, etc) han salido de sus cocinas, las han apoyado o las han estimulado de una u otra forma. Pero los economistas de FEDEA siempre han pedido más, mucho más: más liberalización del mercado de trabajo, más dificultades para el acceso a las pensiones, más privatizaciones, más reducción de servicios públicos; aunque eso sí, aderezado todo ello con justificaciones económicas de todo tipo sin demostración empírica sólida, más allá de razonamientos esencialmente ideológicos en línea con las demandas del capital. Las ideas de FEDEA fueron capaces de infiltrarse hasta la médula en el anterior Gobierno socialista de Zapatero, que les recibió solemnemente en varias ocasiones en La Moncloa y que llegó a nombrar como Secretario de Estado de Economía a José Manuel Campa, una persona de su órbita, firmante del famoso «manifiesto de los 100» que solicitaba una reforma laboral en línea con la que aplicó finalmente Zapatero, que fue rechazada por el llamado «manifiesto de los 800», respaldado por un amplio grupo de académicos, universitarios y organizaciones sociales.
La responsabilidad ideológica en las políticas económicas aplicadas
FEDEA y sus economistas han venido reclamando de forma insistente un proceso de reformas y liberalización mucho más profundo del Estado que pudiera llevar a un mayor adelgazamiento del mismo y a ceder a la iniciativa privada partes sustanciales de sus competencias, junto a medidas drásticas y radicales que permitan reducir el déficit público a través de una reducción sustancial del gasto del Estado, especialmente en educación, sanidad, pensiones y funcionarios. Flexibilidad extrema, liberalismo económico, reducción del Estado y disminución del gasto público son los ingredientes que una y otra vez se repiten en sus informes como un mantra, da igual si es para el empleo o para los mercados financieros, para la educación o para la sanidad.
Sin embargo, a medida que la implantación de estas políticas de ajuste acompañadas de sus rigurosos programas de consolidación fiscal han profundizado la recesión económica y el colapso social, de la mano de las medidas quirúrgicas de austeridad extrema aplicadas en España y en diferentes gobiernos europeos, tratan de desmarcarse de todo ello, criticando a los gobiernos europeos por la profundidad de sus políticas de consolidación fiscal y recorte que son las que han venido defendiendo, sin llegar a reconocer un solo ápice de error en los venenosos manifiestos y estudios que han venido realizando en los últimos años, en los que se recogían con claridad todas estas políticas económicas tan destructivas. Para este grupo de economistas, los culpables son los gobiernos y sus responsables políticos, ellos no fallan nunca. Rescatar algunos de sus manifiestos, por ejemplo el que elaboraron sobre la reforma del mercado de trabajo, y someterlo a una análisis empírico tras dos años de su aplicación permitiría comprobar la irresponsabilidad de muchas de sus afirmaciones ofrecidos como dogmas irrefutables de fe.
Soporte académico para la involución política
Ahora bien, el artículo publicado en El País el viernes 1 de junio supone, a mi entender, cruzar una línea muy peligrosa, como es el tratar de subordinar sin miramientos la democracia misma a su lógica económica perversa; y digo perversa porque una vez más, encubren las finalidades últimas de sus argumentos, que pasan por acceder al poder político y doblegarlo al servicio de su ideología económica.
Un poder económico globalizado capaz de generar procesos tan devastadores como los que atravesamos necesita, posiblemente más que nunca, de marcos, referencias, normas, y especialmente límites democráticos como expresión de la voluntad de las poblaciones y los ciudadanos. Y en todo ello, la política se coloca como un instrumento imprescindible para reordenar este enorme marasmo en el que vivimos; aunque efectivamente, los cauces y las instituciones políticas actuales han demostrado también limitaciones y agotamientos que no podemos ignorar.
En las primeras fases de la crisis, desde los poderes económicos se ha jugado a despolitizar la democracia para justificar reformar, ajustes y decisiones que invadían el plano de la representatividad política e institucional (las reformas constitucionales son buen ejemplo). Todo ello ha buscado despolitizar el gobierno de la economía para evitar que las decisiones y responsabilidades económicas fueran orientadas por preferencias sociales y decisiones democráticas. La anestesia social era así una de las bazas esenciales para reorganizar el poder económico, eludiendo así las responsabilidades al tiempo que se transferían recursos ilimitados hacia los poderes financieros, sin que todo ello se hiciera bajo el estricto control, supervisión y auditoría política y democrática.
Pero a medida que la crisis profundizaba en sus efectos, agravaba la dimensión de los problemas, exigiendo más y más recursos para las instituciones bancarias en medio de una marea de indignación y rechazo social, se ha dado un salto cualitativo importante. Sectores relevantes del capitalismo mundial apuestan por tomar directamente el control de los gobiernos por medio de tecnócratas que paradójicamente han pasado por instituciones financieras con responsabilidades muy claras en el origen de este gigantesco colapso, como las agencias de calificación (así ha sucedido en Italia, Grecia, Portugal…) y ahora se pretende trasladar a España, aunque con una diferencia importante, al pedirse un Gobierno de concentración (PP y PSOE) con la presencia de tecnócratas; es decir, la apariencia de legalidad democrática la da la supuesta concentración de partidos mayoritarios mientras que el gobierno se pone en manos de lo que responsables de FEDEA llaman «técnicos intachables». Es muy llamativa la perversión a la que llegan estos economistas, al otorgar a los políticos todo tipo de desmanes y corruptelas, mientras que los «técnicos» (economistas de FEDEA, se supone, naturalmente) son «intachables». Esta frase por sí misma es de una perversión moral gigantesca al destilar un llamativo desprecio hacia la política, cuando precisamente muchos de estos economistas son responsables de haber empujado el barco hacia las rocas proporcionando a los políticos cartas de navegación equivocadas. ¿Por qué no empiezan por reconocer el enorme daño de muchas de sus recetas revestidas de pensamiento científico?
Economistas que piden un gobierno al margen de los mecanismos democráticos
Cuando se presentan las decisiones económicas como inexorables, fruto de leyes contra las que no se puede luchar, como ha venido haciendo FEDEA y sus economistas, se avanza hacia los totalitarismos, y es ni más ni menos el momento que estamos viviendo, con todos los matices que queramos, al pedir un Gobierno de concentración al margen de los mecanismos democráticos. Porque además, muchos de estos economistas de relumbrón han venido inyectando justificaciones técnicas para adoptar decisiones políticas de una extrema gravedad que han demostrado una y otra vez su fracaso. Y si la política está fracasando, no lo es menos la economía, y especialmente la economía neoliberal de FEDEA. Así, en el artículo de Villaverde, Garicano y Santos que comentamos se realizan afirmaciones tan dañinas como la siguiente: «Ninguna de las reformas acometidas han alterado sustancialmente un Estado insostenible«. Afirmar así, sin más y con ese trazo grueso, que «el Estado es insostenible» es falso, equívoco, provocador y absolutamente perverso. Los Estados tendrán problemas de financiación, incluso para avanzar hacia equilibrios presupuestarios derivados precisamente de aplicar políticas neoliberales como las suyas que pasan por políticas fiscales extremadamente injustas que gravan las rentas del trabajo y a las clases medias, reduciendo impuestos a las rentas del capital, empresarios y grandes fortunas. Sin embargo, si algo ha fracasado de forma inequívoca no es el Estado, sino el mercado, con el agravante de que el mercado, sin Estado, no puede existir, algo que curiosamente siempre olvidan estos economistas. No es cierto que estos economistas no quieran Estado o intervención pública, como afirman una y otra vez, lo que no quieren es que su actuación se haga a favor de los intereses de las mayorías, de los desposeídos, porque a la hora de reclamar ayudas y recursos públicos fabulosos para entidades privadas paradigmáticas, como la banca, siempre han encontrado argumentos para defenderlo.
Jugar a dañar gratuitamente al Estado, a arrojar dudas sobre el mismo e incluso sobre su propia necesidad, es arrojar a los ciudadanos a la intemperie cuando precisamente el Estado debe tratar, precisamente en estos momentos, de socorrer los gigantescos daños sociales causados por el capital económico y financiero junto a sus políticas negligentes en la sociedad. No es casual así que estos economistas nunca hablen de personas, sino de variables económicas, de magnitudes, de procesos económicos y factores de producción. Las personas son un subproducto, el carbón que alimenta la caldera de la economía, y mientras la caldera caliente, no importa la cantidad de carbón que consumamos, en forma de parados, marginados, excluidos, jóvenes sin futuro, emigrantes, desahuciados, personas viviendo de la caridad, de los comedores sociales o de los contenedores de basura. Esto es algo que nunca aparece en los estudios de FEDEA, de Garicano y sus compañeros economistas, y que tampoco les importa.
Fascismo posmoderno disfrazado de tecnicismo económico
En toda Europa, la llegada de la derecha al poder ha sido consecuencia de la ausencia de discursos y alternativas políticas desde la izquierda a las políticas neoliberales que se vienen aplicando de forma creciente en occidente desde la década de los 80; consecuencia lógica de hacer políticas de derecha sin perfiles, alternativas ni medidas diferenciadas y claramente de izquierdas. Si la izquierda (con los adjetivos que queramos) acaba haciendo lo que según Zapatero decía y ahora repite Rajoy una y otra vez, «lo que tiene que hacer», lo único, lo inexorable, el mandato de los mercados y de las grandes corporaciones económicas y financieras, pues la gente preferirá el original; es algo estudiado en los manuales de ciencia política. A muchos no nos agrada un Gobierno del PP y trabajaremos para cambiarlo, pero nadie puede negar su legitimidad democrática. Y estados constitucionales como el nuestro permiten también la exigencia de responsabilidades, sociales, políticas y judiciales, aunque éstas se estrechen cada vez más y traten de limitarse, incluso con la represión policial.
Como decía Polanyi, «cuando el poder económico se impone al poder político, el fascismo acaba llegando, de una u otra forma«. Y lo que FEDEA y sus chicos proponen en este artículo es esto, fascismo posmoderno disfrazado de tecnicismo económico, con todos los matices que queramos, en un momento en el que habría que hacer justamente lo contrario, reforzar el papel de las instituciones democráticas facilitando el control social de sus decisiones, permitir mecanismos de decisión más horizontales sobre temas y problemas que afectan a sectores muy vulnerables. Pero nada de esto les importa a FEDEA y a sus economistas; todo lo contrario. En artículos como el mencionado se infiere con claridad que los ciudadanos son idiotas y no deben decidir, pero los técnicos (tecnócratas) son «intachables», dotados de una sabiduríaa de tal calibre que les permite eludir los mecanismos democráticos para acceder al gobierno. Qué suerte tiene FEDEA y sus economistas de estar siempre en el lado correcto de las ideas, de los patrocinadores, del dinero y del poder. Está claro que son listos, porque poder y dinero nunca les falta.
Por todo ello, se puede decir que estamos ante un artículo enormemente dañino que solicita abiertamente por vez primera en España que determinados sectores económicos ultraliberales con ansias de tomar el poder político por vías no democráticas, puedan hacerlo, por encima de los mecanismos constitucionales previstos. Y es curioso, porque eso es precisamente lo que ocurrió en España en los años del franquismo que FEDEA dice no querer repetir. Y posiblemente, en lugar de Laureano López Rodó, FEDEA quiera ahora repetir esta etapa con Luis Garicano.
Carlos Gómez Gil es Doctor en Sociología, profesor en el Departamento de Análisis Económico Aplicado de la Universidad de Alicante y Director del Máster Interuniversitario en Cooperación al Desarrollo de esta Universidad. ([email protected])
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