Traducido para Rebelión por Reinon Muñoz
Dicen que en la vida nada es gratis. Tampoco deben de serlo los votos. Tras haber depositado sus papeletas en las recientes elecciones presidenciales, para el pueblo norteamericano quizás haya llegado la hora de pagar el precio de las decisiones de sus políticos. La víspera de las elecciones, independientemente de quien fuera a resultar ganador, existía un sentimiento generalizado en los mercados que dudaba de la capacidad de cualquiera de los dos candidatos para revitalizar la languideciente economía de los Estados Unidos en el 2005. Según los analistas, los más afectados serían los norteamericanos de ingresos medios. Parece ahora que esta premisa pueda estar convirtiéndose en un hecho.
La Reserva Federal es el banco central de los Estados Unidos. Su presidente, Alan Greenspan, ha sido el principal artífice de una política monetaria encaminada a reducir drásticamente el tipo de interés y abaratar el crédito, a la vez que se recortaban los impuestos. Uno de los efectos de esta política ha sido la generación de una enorme deuda. Se trataba de introducir «caja» o «liquidez» en la economía tras el colapso del mercado de valores entre el 2000 y el 2002.
La actual administración ha subido su «techo de deuda» a 8 billones 184.000 millones de dólares. En diciembre del 2004, la deuda nacional de los EE.UU llegó a un record mensual de 60.000 millones de dólares. Bajo la administración Bush, la deuda nacional norteamericana ha batido todas las marcas. Los intereses que se pagan a acreedores europeos y japones superan ahora el PIB de esos países. En otras palabras: Los Estados Unidos están pagando a otros países tanto como dichos países ganan por medio del trabajo. La política de dinero barato, recortes fiscales y fácil acceso al crédito estimuló el sector inmobiliario, con el consiguiente aumento de los precios de bienes inmuebles. Sin embargo, al no producirse un aumento del valor de los salarios, los consumidores estadounidenses (y los de otros muchos países industrializados) han incurrido en niveles de deuda aún mayores. Los trabajadores de menor salario y los consumidores temerarios se han arriesgado aún más, alentados psicológicamente por el aumento del precio de sus viviendas. El gasto inducido por deuda es increíblemente grande ahora mismo en los Estados Unidos. Los estadounidenses gastaron 57.800 millones de dólares más de lo que ganaron en el tercer cuarto del 2004. Los que carecen de activos han sido simplemente desterrados al desierto económico.
La confianza de los inversores tiene aún que recuperarse tras la última gran crisis bursátil pero desde junio, la Reserva Federal ha comenzado a aumentar el tipo de interés, actualmente del 2,25%. Peor aún, por primera vez en años, se ha anunciado pública y llanamente que se preparan subidas más severas. Stephen Roach, de Morgan Stanley de Nueva York dice que «se anuncian tiempos difíciles para la dependiente economía estadounidense. Sobre todo en lo que respecta al consumidor medio, generalmente corto de ingresos y de ahorro».
Los analistas que han jaleado las acciones de la Reserva Federal señalan los «históricamente bajos» niveles de los tipos de interés, que llegaron al 1% en junio del 2004, el interés más bajo de los últimos 46 años. Otros dicen que se le ha tomado el pelo a la gente. Si el tipo de interés sube del 1% al 3%, el interés seguirá siendo «históricamente bajo», lo que no impedirá que el valor de devolución del crédito se haya triplicado. Y en el caso de los Estados Unidos, se trata de particulares que se encuentran ya, en su mayor parte, endeudados. «A falta del poder de compra generado por ingresos salariales, los hogares estadounidenses han confiado en una mezcla de reducción de impuestos y extracción de fondos de sus ahora sobrevalorados hogares para sostener una ilimitada prodigalidad», afirma Stephen Roach. «Estas dos fuentes de confianza parecen destinadas a secarse. Las probabilidades de un estímulo fiscal adicional son bajas». Y estamos hablando de una economía en la que el gasto de los consumidores en el tercer cuarto del 2004 supone un pasmoso 89,2% del total del Producto Interior Bruto.
Así pues, con el fin de mantener los márgenes de beneficio, las bajadas del interés estaban a la orden del día hasta el pasado junio. Estas bajadas espolearon el gasto de los consumidores y los créditos empresariales. Junto a esto, la administración Bush ha seguido la política de permitir al «mercado» establecer el tipo de cambio del dólar, lo que ha provocado una caída dramática, a pesar de la última ligera remontada. Se pensaba que esta caída del dólar sería beneficiosa para estimular la economía de los EE. UU., abaratando las exportaciones y encareciendo las importaciones. Sin embargo, las manufacturas estadounidenses se han contraído a causa del aumento de los costes y de la feroz competencia global. Como resultado, la importación de bienes no se ha reducido. En lugar de ello, las importaciones, ahora más caras, se han mantenido en los mismos niveles. Esto ha creado presiones inflacionistas, dañando a poderosos intereses económicos, especialmente a aquellos que operan con pocos márgenes y mucho volumen de ventas, como K-Mart o Wal-Mart. En segundo lugar, el yuan chino ha sido «colgado» al dólar por el gobierno chino. Como resultado, las importaciones chinas no han sido afectadas por la caída del dólar. De hecho, la depreciación del dólar ha estimulado la inversión en capacidad manufacturera y empleos, pero en China, no en los Estados Unidos. Cualquier reducción del consumo estadounidense puede suponer el final del exceso de demanda manufacturera en Asia. Europa también se vería afectada por la reducción de sus exportaciones hacia los EE.UU.
El último problema ha sido el aumento de los precios del petróleo por encima de los 40$ por barril. Los analistas se asustaron al comprobar la estrechez del suministro contra demanda. Previamente, alrededor del 4% del suministro excedía del petróleo que efectivamente se necesitaba. Este porcentaje se ha reducido a 0,5% en la actualidad, lo que significa que no hay suficiente margen de maniobra ante hipotéticos cortes en el suministro. La guerra de Irak también ha asustado a muchos analistas que ven en ella el deseo de los EE.UU de imponer la «seguridad energética» por la fuerza. Junto a esto ha surgido el tema del agotamiento del petróleo, frecuentemente sacado a la luz mediática bajo el título de «el pico del petróleo», es decir, de la controversia sobre cuando la producción mundial alcanzará el máximo antes de comenzar su declive. Esto ha contribuido al aumento del coste del petróleo que ha a su vez repercutido en un mayor aumento de los precios de la comida y los bienes de consumo, la mayor parte del cual está empezando a producirse sólo ahora. El resultado es una ciudadanía crecientemente endeudada que se enfrenta a un mayor y no menor coste de la vida. El aumento del precio del petróleo, de los bienes de consumo y del mercado inmobiliario, significan que la Reserva Federal se verá probablemente forzada a aumentar el tipo de interés, y rápido. Como dice Stephen Roach, «un severo aumento de los tipos de interés supone el fin de un mercado inmobiliario ahora demasiado expandido. Es hora de terminar con los excesos de la economía financiera antes de que sea demasiado tarde».
En la primera semana del 2005, la deuda nacional de los Estados Unidos fue de 40.000 millones de dólares, sobrepasando en mucho las previsiones de 600.000 millones de dólares para todo el 2005″.