En los últimos treinta años hemos visto el abandono por parte de gran número de partidos pertenecientes a la tradición socialdemócrata (que es, en teoría, la tradición política comprometida en desarrollar el socialismo a través de la vía democrática) del principio redistributivo de la riqueza del país como medida central de su proyecto político. Otras […]
En los últimos treinta años hemos visto el abandono por parte de gran número de partidos pertenecientes a la tradición socialdemócrata (que es, en teoría, la tradición política comprometida en desarrollar el socialismo a través de la vía democrática) del principio redistributivo de la riqueza del país como medida central de su proyecto político. Otras tradiciones políticas han influenciado este cambio. Una variación, derivada de la democracia cristiana, ha sido sustituir las intervenciones públicas encaminadas a desarrollar derechos sociales para toda la ciudadanía (programas universales) por políticas asistenciales, como los programas antipobreza, y otros, destinados a prevenir y evitar la exclusión social. Como señaló Tony Blair, una figura emblemática de la Tercera Vía (que fue muy influyente en los cambios en la socialdemocracia europea), «no me importa que los ricos sean cada vez más ricos. Lo que me importa es que los pobres dejen de ser pobres». De ahí que muchos partidos socialdemócratas se hayan centrado en la prevención de la pobreza y de la exclusión social más que en el desarrollo y promoción de derechos sociales para toda la población. Consecuencia de ello es que las desigualdades en la sociedad y la concentración de la riqueza en los países gobernados por estos partidos (que en un momento determinado eran la mayoría en la Unión Europea) han aumentado.
Una de las causas del abandono de las medidas redistributivas por parte de la socialdemocracia fue la incorporación en su ideario de otro principio, éste derivado de la tradición liberal, que asume que la eficiencia económica requiere la existencia de desigualdades, contraponiendo la eficiencia a la equidad. De este principio tales partidos derivaban -tal como también asumen los partidos liberales- que las medidas correctoras de la desigualdad afectaban negativamente la eficiencia de la economía, dificultando indirectamente la corrección y reducción de la pobreza. La concentración de la riqueza se percibía como una condición para que la economía creciera y se resolviera la pobreza. Como indicó el mismo Tony Blair a un grupo de militantes del Partido Laborista, «tenéis que daros cuenta que vuestras peticiones de que distribuyamos la riqueza están dificultando resolver el problema de la pobreza. Os preocupáis demasiado de los que están arriba -los ricos- y no os dais cuenta de que, con ello, estáis perjudicando a los de abajo -los pobres-«. Esta postura liberal (en realidad neoliberal) dentro de la socialdemocracia aparece también en la tan utilizada expresión de que «para distribuir, hay que antes crecer», asumiendo, de nuevo, que hay un conflicto entre eficiencia y equidad, y que ésta última debe sacrificarse en aras de la primera.
De esta manera la desigualdad como categoría de análisis y de intervención ha prácticamente desaparecido de la narrativa socialdemócrata. Y puesto que ni la democracia cristiana ni los partidos liberales nunca consideraron la corrección de las desigualdades como objetivo de sus políticas públicas, el abandono de tales políticas por parte de la socialdemocracia significó la desaparición de tal preocupación y medidas correctivas de los forums nacionales e internacionales. Como bien señala Robert Wade en su artículo «Global Trends in income inequalities» (Challenge, Sep/Oct. 2011), incluso la palabra «desigualdad» dejó de utilizarse en documentos de las Naciones Unidas. En la conferencia internacional Millennium Developments Goals de las Naciones Unidas, presentada como la conferencia que tenía que analizar objetivos sociales del desarrollo económico, realizada en 2005, se indicó que el objetivo central de los países debería ser eliminar la pobreza sin nunca citar la necesidad de redistribuir la riqueza, asumiendo erróneamente que se podía conseguir lo primero sin incidir en lo segundo. Sólo más tarde, en el informe Equidad y Desarrollo (2006), abordaba el tema de una manera tímida y moderada, como lo hizo también la socialdemocracia, introduciendo el concepto de «igualdad de oportunidades», que se limitaba a garantizar educación para todos sin referirse, en cambio, a las medidas redistributivas de la riqueza y la renta, asumiendo erróneamente que la igualdad de oportunidades podría alcanzarse sin que se realizaran previamente profundas medidas redistributivas.
Resultado de ello es que las desigualdades de renta han alcanzado unos niveles nunca conocidos en los últimos cien años. Tenemos que remontarnos al periodo pre Gran Depresión, para ver niveles de desigualdad tan acentuados como ahora. Las rentas de los ejecutivos de las grandes empresas, incluyendo las financieras, en la Gran Bretaña del Sr. Tony Blair, eran 1.128 veces más grandes que el salario medio de aquel país. Y la pobreza alcanzó durante su mandato el mayor porcentaje que haya existido en la Gran Bretaña en los últimos cincuenta años. Lo mismo ha ocurrido en EE.UU. y en la mayoría de países de la UE.
En realidad, tal concentración de la riqueza ha sido la causa de la disminución de la capacidad adquisitiva de la mayoría de la ciudadanía, del crecimiento de su endeudamiento, del descenso de la demanda doméstica y del comportamiento especulativo de la banca. Y también por cierto del enorme crecimiento de la pobreza (ver mi artículo en Sistema «Cómo las políticas neoliberales serán responsables de la II Gran Depresión y como ésta podría prevenirse», 28.10.11 en mi blog www.vnavarro.org). Es más, tal concentración de la riqueza ha limitado enormemente la expresión democrática en los países que se autodefinen como democráticos a los dos lados del Atlántico Norte. La enorme concentración de la riqueza ha dado un enorme poder económico y financiero a tales sectores minoritarios, que a través de su abusiva y desorbitada influencia sobre las instituciones políticas, están imponiendo medidas muy impopulares que están dañando a las clases populares, políticas cuyo único objetivo es el de optimizar su riqueza y concentrarla, todavía más, en sus manos. Éste ha sido el resultado de que la socialdemocracia abandonara las políticas redistributivas.
El posible futuro en España
Una última observación. Las encuestas, no siempre creíbles y frecuentemente manipuladas, muestran una posible victoria del Partido Popular, cuya orientación económica es claramente neoliberal. Independientemente de lo que su programa electoral contenga, es fácil de predecir que sus políticas fiscales y económicas acentuarán todavía más las desigualdades de renta y de propiedad existentes en España, las más altas existentes en la UE-15. Tales políticas tendrán un impacto devastador para el bienestar de las clases populares. Lo que está ocurriendo en la Gran Bretaña es un buen indicador de lo que ocurrirá en España, donde la popularidad del gobierno ha descendido espectacularmente como resultado de tales políticas.
Lo que es preocupante es que este descenso de popularidad no va acompañado de un crecimiento paralelo de popularidad de la alternativa laborista. Y lo mismo podría ocurrir también en España en los próximos años, a no ser que el partido socialista haga una autocrítica profunda de sus recientes políticas fiscales y económicas con propuestas distintas -y en ocasiones opuestas- a las que ha estado haciendo durante su mandato, recuperando su compromiso en reducir las desigualdades. Sin tales cambios tal partido permanecerá en la oposición por muchos años.
La creencia extendida entre sus dirigentes de que el electorado no quiere ni hablar de redistribución es empíricamente incorrecta. Todas las encuestas muestran que la gran mayoría de la ciudadanía (en la mayoría de países de la OCDE) cree que las desigualdades han crecido demasiado y el gobierno debería hacer algo para corregirlas (ver mi artículo en Público «Desigualdades y explotación», 27.10.11 en mi blog www.vnavarro.org). Incluso en EEUU, el 62% de la población cree que no es aceptable que la sociedad sea tan desigual.
La concentración de las rentas y de la propiedad han alcanzado unos niveles tan elevados, que las políticas redistributivas deberían estar encaminadas a disminuir tal concentración, transfiriendo recursos de una minoría a la gran mayoría de la población, revirtiendo el flujo de recursos que ha ido en dirección contraria -de la mayoría a la minoría- durante estos últimos años de dominio neoliberal. La minoría se refiere a estas medidas redistributivas como una llamada a la «lucha de clases», deliberadamente ignorando que ellos han protagonizado una lucha de clases que, como bien dijo recientemente Warren Buffet, uno de los ricos más superricos del mundo, han ganado en bases diarias durante estos años. Como señala Noam Chomsky en su introducción al libro que Juan Torres, Alberto Garzón y yo hemos escrito (Hay alternativas) la plutocracia que dirige la vida económica y financiera de los países nunca habla de lucha de clases. En realidad, odia este término. Solo cuando la mayoría se rebela contra la minoría, ésta última habla de lucha de clases, quejándose de que esta lucha deje de ser unilateral y se convierta en bilateral, cuando la mayoría se rebela frente a tal dominio y sus consecuencias.
A no ser que la socialdemocracia recupere sus raíces, comprometiéndose a defender los intereses de las mayorías frente a los intereses de las minorías, la socialdemocracia pasará a ser partidos minoritarios lo cual será una enorme pérdida para el desarrollo de una Europa más justa, más solidaria, y más democrática de lo que es ahora.
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