Dicen los políticos de sí mismos que los corruptos entre ellos son una minoría y que no se habla del trabajo honrado de los miles que no lo son. Parece, pues, que ser político honrado es un mérito y no una obligación. Sería fácil apuntar que sencillamente a muchos no los han pillado todavía, aunque […]
Dicen los políticos de sí mismos que los corruptos entre ellos son una minoría y que no se habla del trabajo honrado de los miles que no lo son. Parece, pues, que ser político honrado es un mérito y no una obligación.
Sería fácil apuntar que sencillamente a muchos no los han pillado todavía, aunque lo que de verdad cuenta es el daño que hacen, sobre todo el moral. ¿Quién va a pedir al fontanero que añada el IVA a la factura cuando acude a casa a reparar el grifo? ¿Quién está dispuesto a pagar todos sus impuestos si cree que va a eludir al fisco sin castigo? ¿Quién puede sentirse inclinado a pensar en el bien común, sus allegados y vecinos incluidos, en lugar de exclusivamente en su beneficio? ¿Quién puede creer sin dudar que vivimos en un Estado democrático, social y de derecho, en lugar de en uno dirigido por abusones, engañabobos y aprovechados que se consideran los padres de la patria? ¿Qué solidaridad cabe encontrar en una sociedad donde la desconfianza y la sospecha señorean?
A la par andan los empresarios, con el escarnecedor ejemplo de su jefe, cuyas empresas van a pique por una pésima gestión y probablemente por conductas que son materia de estudio para jueces en lugar de estudiantes de ciencias empresariales.
Así ha sido con otros en multitud de casos, los cuales apenas salen en los medios ya que para que ocurra esto tiene que caerse un edificio o una grúa que cause la muerte de los obreros, tiene que quemarse una discoteca con jóvenes dentro, tiene que descubrirse una partida de alimentos en mal estado que ha hecho enfermar o fallecer a unos ciudadanos, etc., etc.
Muchos empresarios, sin embargo, aventajan en habilidad a los políticos pues a diferencia de éstos lo que trincan a costillas de los trabajadores es legal aunque sea ilegítimo gracias a los buenos oficios de los legisladores, que dicen representar al pueblo aunque se sientan lejos de él y cerca de la elite.
Por eso es legal en este país que un desempleado pague hasta con años de cárcel la venta callejera al por menor sin licencia de música para poder comer él y dar de comer a sus hijos y también lo es que un empresario millonario declare que su empresa tiene pérdidas para llevársela a otro país que desprecie aún más los derechos de los trabajadores, como pasa en los del Sur, mientras por el camino deja en la calle a cientos e incluso miles de trabajadores -y a sus familias en aprietos- con el fin de aumentar sus beneficios aún más.
También es legal que los dueños y administradores del capital, o sea, los que más tienen, paguen menos impuestos que los que solamente cuentan con el sueldo que les da la fuerza de sus brazos, o sea, los que menos tienen.
Al mismo tiempo no hay medidas apropiadas contra el fraude fiscal y la fuga de capitales, pero es una propuesta política realizada por voces autorizadas que a los trabajadores se les pueda despedir gratis, o casi, supuestamente a causa de la crisis, se les recorten las prestaciones sociales y las pensiones y que si quieren que sus hijos obtengan un título universitario para competir en el mercado laboral, se pongan a ahorrar o, si no pueden, que se conformen con proporcionarles uno de bachiller antes de enviarles al servicio de un capitalismo basado en la construcción, el turismo y el comercio.
Los que ni siquiera terminan bien la enseñanza obligatoria tienen abiertas de par en par las puertas del ejército para ir a redimir, también legalmente aunque sea un contradiós, a musulmanes a Afganistán de momento y dentro de poco a Somalia e Irán, en cuanto los ejércitos imperialistas acaben del todo con aquél como acabaron con Iraq.
A diferencia de lo que ocurre con las clases populares en el Levante árabe, igualmente exprimidas por sus propias elites, las de aquí no pueden volverse hacia la religión. No sólo porque su opio ha pasado a ser el fútbol, la play y otros pasatiempos de evasión, sino porque aquí sacerdotes, obispos y otros que visten sotana, se dedican a meter mano a los hijos del pueblo, a quienes han hecho creer que practicar el sexo es malo siempre y cuando no lo hagan los curas con ellos.
En el Evangelio se habla mal de los ricos y bien de los pobres. El sexo ni se menciona. Sin embargo, parece que a la Iglesia hoy no le quita el sueño que los ricos j***n a los pobres, pero mucho que éstos j***n entre sí si no es con su bendición y sus condiciones.
No debido al amor de la gente llana, sino a su miedo, el cura, el alcalde y el terrateniente fueron los próceres de cada pueblo y ciudad en este país durante siglos y hasta el anterior.
Hoy la mayor parte de la gente no les presta atención -claro que esto es en perjuicio de ellos mismos. A cambio de dejarles hacer sólo les piden que no pare la liga de fútbol, que les pongan televisión a todas horas y que les mantengan las vacaciones de Navidad, Semana Santa y las patronales en verano, a ser posible en puente.
Es la nueva forma de dominio de los tres grupos sobre sus paisanos de abajo. O se acaba con esto o sálvese quien pueda.
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