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Entrevista con el cantautor cubano, Gerardo Alfonso (y II)

«El amor es lo que me motiva a crear y parto de él para enfocar cualquier tema, incluso los más sociales y políticos»

Fuentes: Rebelión

En este segundo tiempo de la charla, que empezara a publicarse en Rebelión el pasado domingo, el tono es más intimista y los temas se cocinan entre sentimientos profundos, confusiones y búsquedas….Gerardo Alfonso entra en ellos con desparpajo, sin temores ni deudas. Con sinceridad. Para la generación a la que tú perteneces, ir tras la […]

En este segundo tiempo de la charla, que empezara a publicarse en Rebelión el pasado domingo, el tono es más intimista y los temas se cocinan entre sentimientos profundos, confusiones y búsquedas….Gerardo Alfonso entra en ellos con desparpajo, sin temores ni deudas. Con sinceridad.

Para la generación a la que tú perteneces, ir tras la impronta y la huella de cantautores como Silvio Rodríguez o Pablo Milanés tiene que haber sido un reto duro para el trabajo de ustedes. ¿Cómo se dio ese tránsito entre la nueva y la novísima trova cubana?

La verdad es que yo creo que para Silvio y Pablo, los fundadores de la trova, fue una necesidad vital que nosotros existiéramos como relevo, porque si no, hubiera sido un movimiento estéril. La trova es un movimiento cultural surgido con la Revolución, con raíces en la trova tradicional, secular de Cuba, que tiene más de un siglo de vida y que se ancla también en un proceso nuevo, que se canta y que se cuenta.

Si ellos hubieran sido los únicos y nosotros no hubiéramos existido, entonces todo hubiera resultado falso. Sin embargo, por ser ellos los precursores; por ser, hasta cierto punto, las voces oficiales de la nueva trova, los embajadores de este movimiento en el mundo, crearon un árbol muy frondoso que nos daba sombra y que, al tiempo que nos protegía, nos ocultó de muchas posibilidades de ver el mundo y de que el mundo nos viera.

Lo que ocurre es que este hecho nunca fue alevoso, simplemente se fue dando de manera casual y nosotros tuvimos que aprender a nadar contra esa corriente. Por suerte la vida es dialéctica, la vida se mueve y la realidad que reflejaban los fundadores en sus canciones no es la misma que nosotros vivimos.

Cuando a nosotros nos tocó el momento de cantar con ese ímpetu que da la rebeldía juvenil, en Cuba se vivía otro momento al que los inspiró a ellos, se contaban las cosas de otra manera, con otras referencias, musicales, poéticas y también con otras referencias vitales en el entorno nacional. Nuestra obra, nuestras creaciones son necesariamente distintas a las de Silvio y Pablo y a esa obra le llegó su momento de florecer por el desarrollo de su propia vida. Te diría que fue algo casi físico.

En cuanto a las condiciones que se daban para ese desarrollo, es verdad que la década de los ochenta fue una época muy difícil para grabar. Había un solo estudio para los artistas de Cuba y nosotros teníamos que ponernos a la cola de los que esperaban. Yo, particularmente, estuve 10 años sin hacer un disco y eso es mucho tiempo para un autor.

Esto, como es lógico pensar no puede separarse de las circunstancias sociopolíticas y económicas de la realidad cubana de los ochenta y noventa. Entonces, Cuba y con ella los artistas, atravesamos un período de confusión y de oscuridad muy fuertes, en el que la sensación que imperaba era la de desamparo. Esta etapa nos dejó muchísimas heridas de las que aún nos estamos recuperando.

En esos momentos, la única solución fue recurrir a la esencia personal de cada uno, para que nos sirviera de guía y nos hiciera desarrollarnos con la coherencia que, a final de cuentas, es la que nos hace afianzarnos como seres humanos y como militantes.

Yo, ahora, estoy intentando rescatar canciones de esa época, que no han formado parte de ninguno de mis discos, pero que para mí son importantes sencillamente por el hecho de haberlas escrito.

Por otro lado, y aunque pueda ser subjetivo hablar del tema, las vanidades también impregnaron aquella etapa y pusieron traspiés en las trayectorias de algunos artistas. Con sinceridad, espero no convertirme nunca en un tipo que le ponga traspiés, por mi vanidad, a las generaciones posteriores.

Háblame de esas heridas que mencionaste.

Para responderte, lo más fácil es intentar que se visualice que, para nosotros, el campo socialista era indestructible y, más aún, inclaudicable. Desde ese balcón vimos que la perestroika y la galsnot revelaron que todo lo que siempre habíamos contemplado como nuestra realidad y nuestro paisaje se desdibujaba y desaparecía.

Al mismo tiempo, vimos cómo algunos de los símbolos personales de la Revolución (Ochoa, por ejemplo) habían actuado de forma abominable mientras un país entero creía en ellos y cómo 250 mil personas salieron de Cuba, a través del puerto del Mariel, en 1980. Todo esto, lo quieras o no, te daña; a los cubanos nos dañó mucho al menos y nos hizo desilusionarnos con una realidad, que luego entendimos que era más compleja de lo que pensábamos.

Nos dimos cuenta que construir una Revolución no es un paseo tranquilo por los Campos Elíseos o por una playa bonita, no. Es una batalla llena de dificultades y llena de contradicciones, que yo particularmente opino que deben darse a conocer como hechos lógicos, para que no se sobredimensionen y se lleguen a extremos indeseables.

Fue una época en la que la palabra traición adquirió una carácter tan cotidiano, que definitivamente no se correspondía con su gravedad. En Cuba, hubo que recomponer muchas cosas debido a las pasiones que ya se producían antes, pero que se recrudecieron en esa etapa.

Por ponerte un ejemplo, tildar de gusanos a todos los cubanos que se iban del país fue un error que se desbordó entonces y que la propia Revolución lo reconoció más tarde.

Vivir todo eso es lo que me lleva a afirmar, a repetir una y otra vez la necesidad de que la gente sepa que las Revoluciones no son perfectas, que se cometen errores y que, junto a ellas caminan procesos personales o vitales, que no son siempre el reflejo de traiciones, ni de actos contrarrevolucionarios.

Hasta tal punto hay que tener cuidado que, incluso, algunos de los cubanos emigrados a los Estados Unidos, ahora son personas muy activas en sus posiciones a favor de Cuba.

Lo que nos enseñó todo ese período terrible es que no podemos pararnos si de lo que hablamos es del mejoramiento de nuestra sociedad.

Al arte en general y a la música, que es tu territorio se les presupone una relación con la belleza, que no se vincula, puede que erróneamente, con la política. ¿Cómo se llega a esta conjunción en el trabajo de los artistas que hacen política con sus creaciones?, ¿se convierte, de alguna forma, el de ustedes en un arte más amargo, más duro de abordar?

Debo decirte que, en mi caso particular como artista, y aunque no puedo sustraerme de la política, yo tengo mi paso más poderoso en el amor. Casi siempre empiezo mis conciertos con una canción de amor y mi mayor repertorio gira en torno a ese sentimiento inabarcable, inmenso. El amor es lo que más me motiva a crear y parto de él para enfocar temas más sociales o, incluso políticos.

Soy un compositor bastante prolífico y bastante ecléctico en los temas que abordo y como artista, considero que una de las primeras condiciones que debe haber en cualquier creación es la belleza. Lo que ocurre es que esa belleza procuro vincularla a la realidad en la que vivo.

Mi obra se mueve en un espectro muy amplio, sobre todo de disfrute, que no es un disfrute vacío, sino reflexivo. La razón es que siempre tenido la seguridad de que al público que me viene a ver no le interesa el entretenimiento en sí mismo, que busca algo más, busca que le digan cosas, que le hagan pensar y que le abran caminos.

Es cierto que el arte no puede ser política; puede servirse de ella para expresarse, puede barnizar la política, suavizarla, pero nunca debe pretender suplantarla. Una vez dicho esto, yo estoy convencido de que no existe ninguna expresión del ser humano que no esté relacionada con la política. Hay quienes se dan cuenta y quienes no, pero esa es una realidad incuestionable. La política forma parte de la vida, es el timón de las sociedades y es la que hace que éstas se desarrollen de una forma equilibrada o de una manera horrible. Si somos concientes de esto, podemos relacionar política y belleza. La política tiene un aura alrededor que tiene que ver con esa relación.

En la interacción que estableces con la gente que va a tus conciertos o que te escucha en tus discos, ¿te planteas qué es lo que lo que ellos extraen de ti o, quizás, lo que tú quieres que conserven de tus canciones?

En realidad, yo no me dedico mucho a mí como persona. En la dualidad individuo-arte, siempre he puesto por delante al arte y es lo que yo espero, lo que exijo en lo que hago.

Quizás por eso, en las canciones me esmero bastante por transmitirle a la gente ideas bellas, interesantes, ideas sinceras y renovadas; que el mensaje sea el de hacerse mejores, el de enriquecerse en cada encuentro. Ese es mi propósito, aunque no siempre lo logre porque es muy difícil que una canción le guste a todo el mundo y que la visión de la vida o de la realidad que transmites coincida con la experiencia y con las perspectivas de los otros.

En definitiva, con mis canciones lo que persigo es que la gente se haga con la materia prima que los haga tener un espacio, en su mente y en su corazón, para pensar en hacer revoluciones o en hacer lo que quieran siempre que ese pensamiento sea mejor que el que tenían antes de escucharlas.

Espiritualmente, este hecho es tan difícil como una cirugía del corazón.

A lo largo de la conversación has hablado varias veces de lo malo que es seguir a una persona o a una idea, sin que detrás haya análisis o revisión crítica. Tú le compusiste en su día una canción al Ché Guevara, una figura que aglutina, como pocas, esa identificación, a veces mimética, que se hace de algunos símbolos revolucionarios. ¿Cuál es la vigencia del Ché?, ¿qué significa ahora?

La respuesta está en su propia vida, desde que cogió la moto aquella famosa, hasta La Higuera, en Bolivia. La coherencia entre pensamiento y acción que se traduce, incluso, en hechos no publicados en el mundo, pero que en Cuba sí se conocen, tenían en el Ché un trasfondo humano, unos valores tan inmensos, que necesariamente reencarnan en la vida de las personas. El Ché es un símbolo porque se subió en un pedestal tan alto de la condición humana y se enfrentó con tal agresividad a los pantanos de la sociedad, que su figura aún después de cuarenta años desde que lo asesinaran, no hace más que crecer. Y, además, crece para todos.

Yo siempre pongo un ejemplo, que casi nunca se publica y que me ocurrió en el Soho londinense, un antiguo barrio hippy que ahora es un lugar donde se reunen gays y lesbianas y donde hay todo tipo de tiendas especializadas para estos colectivos.

Un día, paseando por el Soho, vi en una de esas tiendas un afiche del Ché, exhibido con el máximo respeto, y eso me hizo pensar que el Ché era un símbolo de lucha, de todas las luchas humanas. Los gays y las lesbianas desarrollan una lucha muy dura, aún en las sociedades actuales, y aquel afiche afirmaba que había que luchar.

EL Ché es más que un sómbolo político, su huella pertenece al patrimonio de la humanidad, y por eso digo que crece. Él llevó los valores del ser humano a la expresión más alta que podían tener, a través de su entrega y su sensibilidad hacia los humildes. Por supuesto, su pensamiento y su actitud eran las de un revolucionario y no hay que olvidar que la Revolución, el cambio de las sociedades son dos condiciones que todas las personas en este planeta esperan y buscan.

Las burguesías y las oligarquías son una excepción en ese deseo de mejora; ellas sólo quieren dominar, ser el poder hegemónico, que se imponga sobre los humildes. El resto del mundo busca es mejorar, cambiar la injusticia, que nunca fue buena para el ser humano. La inspiración de esa búsqueda está en el Ché y por eso su estela se multiplica.

El Ché es la rebeldía. Por eso está vivo.