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El año nuevo, la «ola asesina» y los condenados de la tierra

Fuentes: IAR Noticias

La cifra oficial de la catástrofe en Asia ha llegado -hasta ahora- a más de 1 45 .000 muertos, y los heridos suman 100.000. Más de un millón de personas se han quedado sin hogar , y pueblos enteros han desaparecido bajo las olas asesinas. Decenas de miles de personas revistan en condición de desaparecidos […]

La cifra oficial de la catástrofe en Asia ha llegado -hasta ahora- a más de 1 45 .000 muertos, y los heridos suman 100.000. Más de un millón de personas se han quedado sin hogar , y pueblos enteros han desaparecido bajo las olas asesinas. Decenas de miles de personas revistan en condición de desaparecidos . Mientras recuentan sus muertos, mientras lamen sus heridas y su desesperación, los supervivientes de las zonas más marginadas deben enfrentarse ahora a la falta de agua potable, de alimentos , al riesgo de epidemias , a lo que se les suma las nuevas amenazas del mar y la posibilidad de nuevas catástrofes.

La masacre natural demostró a que grado de imprevisión e irresponsabilidad llegan los gobiernos regionales, muchos de ellos paraísos financieros, tecnológicos y turísticos del capitalismo (caso de la India, Indonesia y Tailandia) que no han adquirido los sistemas de alerta que podían haber evitado o atenuado las consecuencias mortales del maremoto. Y pone en evidencia nuevamente que (ha pesar de la muerte de algunos cientos de turistas occidentales que disfrutaban de su habituales «vacaciones paradisíacas») son los marginados, los pobres, los que viven a diario el martirologio del hambre en países colmados de riqueza, los que están padeciendo los efectos «colaterales» de las olas asesinas. Cuando la ONU y otras organizaciones hablan de hambre, epidemias, pánico, desesperación, no se refieren a los turistas de alto poder adquisitivo o a las clases privilegiadas que fueron alcanzadas por la tragedia mientras disfrutaban del sol, de la arena, en esos paraísos naturales del ocio capitalista levantados en medio de la miseria. A esa casta se dirigía Jean Paul Sartre cuando en la década del setenta escribía: «Ustedes, tan liberales, tan humanos, que llevan al preciosismo el amor por la cultura, parecen olvidar que tienen colonias y que allí se asesina en su nombre». Esa porción de privilegiados ya se encuentra nuevamente apoltronad a en sus negocios, en sus empleos bien remunerados, en el confort de sus hogares, rodeados de informática y de símbolos suntuarios, melancólicos, aburridos, y mirando por televisión el resto de la «película de terror» que les tocó protagonizar en el planeta de los «bárbaros» .

Los que quedan en la zona de catástrofe, los que lloran y entierran en forma colectiva a sus muertos, los que padecen hambre, epidemias, pánico, son los «naturales de la zona», los no incluidos, los condenados de la tierra , los integrantes de esa mitad de la humanidad que no come , para alimentar de confort y de ocio a los ricos. Y para quienes, las «olas asesinas», la muerte que llega del mar, son apenas una réplica de las otras formas de muerte que padecen a diario sumidos en el abandono y la marginación social. Como gritaba a viva voz Franz Fanon en la trincheras de los setenta: «La ciudad del colonizado es una ciudad hambrienta, hambrienta de pan, hambrienta de carne, de zapatos, de carbón, de luz… La ciudad del colonizado es una ciudad agachada, una ciudad de rodillas, una ciudad revolcada en el fango. Es una ciudad de negros, una ciudad de bicots». Y el capitalismo, las potencias centrales, y el increíblemente «dolido» y conmovido por la tragedia asiática , George W Bush, harán asistencialismo y «buenas obras» con una parte, una ínfima parte, de las riquezas saqueadas por medios industriales, comerciales y financieros, a esos pueblos «extraños y bárbaros» que nadan en riqueza y vomitan pobreza. Y la ONU y otras instituciones caritativas , sucesores de los curas y de las iglesias en la era informática, seguirán repartiendo mendrugos en nombre de sus patrones hasta que las cámaras, los flashes fotográficos, los titulares catástrofes de las grandes cadenas internacionales, decidan ponerle fin a la «cobertura informativa».

Entonces (y como sucede habitualmente con las víctimas de las guerras de rapiña del Imperio) los pobres y marginales, los condenados de la tierra, los que hoy huyen aterrados de la «ola asesina» asiática, se convertirán en números anónimos en campamentos para refugiados. Serán, apenas, una ficha sin nombre, escuálidos y flacos de ambiciones personales , «hambrientos de pan, de carne, de carbón y de luz» y soñando con volver a sus pobres pertenencias terrestres expropiadas por la «ola asesina», no sólo del mar, sino del capitalismo salvaje y criminal que les robó hasta la humanidad. Y los poderosos, sus empleados y ejecutivos, los que disfrutan de las bondades de los mercados segmentados, los que se nutren cultural y filosóficamente de la revolución informática y del individualismo existencial , los incluidos del sistema, ésos que solamente han podido «convertirse en humanos fabricando esclavos y monstruos», ya olvidados de la tragedia por obra del psicólogo, volverán a sus antiguos paraísos vacacionales del sudeste asiático. Y es posible, grandes campañas mediáticas internacionales de por medio, que los gobiernos títeres de esas regiones, inviertan sumas fabulosas para protegerlos de nuevas irrupciones de la «ola asesina», o de otras plagas apocalípticas que surjan en el planeta enfermo y contaminado por las tendencias alcistas de las acciones bursátiles. Y los incluidos del sistema, los accionistas de Wall Street, los fabricantes de monstruos y de sometidos, los inventores del humanismo racista, los dueños del mundo y sus empleados, volverán a su rutina de costumbre . Y recordarán, como una pesadilla del pasado, que alguna vez, en una extraña paradoja de aguas y de olas gigantes asesinas, sus cuerpos se mezclaron en una sola masa aterrada con esa otra parte de la humanidad que nunca contabilizaron en sus activos y patrimonios: los pobres.

Fue solo un momento de expiación, de extremo sufrimiento y de aprendizaje severo. La inversión de grandes masas de dinero en tecnología informática, en científicos de última generación, en sistemas eficaces de alerta y prevención, les permitirá en el futuro huir a tiempo de cualquier contingencia de catástrofe que aceche sus vacaciones. De ahora en más, los únicos que estarán expuestos a la «ola asesina» serán los habitantes de la periferias marinas, los pobres, los olvidados, los condenados de la tierra, los que esperan la salvación del mismo sistema que los aplasta y deshumaniza , los que hoy huyen despavoridos hacia ninguna parte, y con el único bien comerciable que les queda en el mercado: la vida. Para ellos, el año nuevo capitalista nacerá viejo. Seguirán contando muertos y fantasmas, seguirán con sus entierros y tristezas colectivas, seguirán pidiéndoles compasión a sus verdugos, hasta que alguien, tal vez un Jesucristo informático, les toque despacito en el hombro y les diga la frase mágica de costumbre : levántate y anda. Y en vez de muertos empezarán a contar fusiles y guerras de liberación, aprenderán con letra de molde lo que decían Sartre, Franz Fanon y el Che Guevara:«la humanidad de un sometido es su fusil».

Y en vez de tristeza empezarán a acumular esperanzas, en vez de contabilizar ignorancia aprenderán el extraño arte de leer libros olvidados y conocer el sistema que los oprime, y en vez de pedirle la salvación a la ONU y a Kofi Annan, se salvarán a si mismos con estrategias sólidas de formación, organización y combate para tomar lo que les pertenece y les fue robado por la fuerza . «La humanidad de un sometido es su fusil» Si ese milagro sucediera, es posible que Bush y sus asociados capitalistas tengan que meterse el asistencialismo en el trasero, bien adentro y sin vaselina, y empezar a asumir su verdadera condición de genocidas y criminales sin máscaras. Y también es posible que la «ola asesina» cambie de curso y se dirija directamente a su blanco natural: el domicilio real de los que convirtieron al mundo en el paraíso de la desigualdad y la injusticia social . Y hay que concluir con Franz Fanon que la primera regla para que exista un sometido es la falsa sumisión al dominador: «Por eso sus sueños son sueños musculares. Sueños de acción, sueños agresivos. Sueño que salto, sueño que nado, que corro, que brinco. Sueño que río a carcajadas, que atravieso el río de un salto, que me persiguen muchos autos, que no me alcanzan jamás». Soñar no cuesta nada, y hay que empezar el 200 5 creyendo en los sueños . Ese es el deseo de IAR-Noticias para todos los que, llueva o haga frío, leen a diario nuestras páginas e indagan en nuestro universo editorial, tal vez por curiosidad, tal vez por puro masoquismo, o tal vez, porqué no, buscando una pista secreta de ese milagro que -todavía- puede alumbrar la inteligencia humana puesta al servicio de las causas nobles , liberadoras y justicieras. Y, como señalaba Fanon: «Es necesaria una nueva piel, desarrollar un nuevo pensamiento, tratar de alzar sobre sus pies al hombre nuevo». Por ese universo, sin descanso, a full las 24 horas, andamos tratando de encontrar y comunicarnos con ese Jesucristo informático al que todavía Bill Gates y Microsoft no consiguieron venderle ningún sistema operativo. El día que lo encontremos, nuestros lectores serán los primeros en enterarse.