Que Michael Moore ha pegado fuerte con su Fahrenheit 9/11 ya se sabe, lo inimaginable era que se creara un Festival de cine en el que la imagen del voluminoso cineasta fuera uno de los intereses centrales, no para aplaudir, sino para tomarlo como tiro al blanco. Cuatro palabras introducen a las raíces de este […]
Que Michael Moore ha pegado fuerte con su Fahrenheit 9/11 ya se sabe, lo inimaginable era que se creara un Festival de cine en el que la imagen del voluminoso cineasta fuera uno de los intereses centrales, no para aplaudir, sino para tomarlo como tiro al blanco.
Cuatro palabras introducen a las raíces de este American Film Renaissance, en Dallas: «Rescatar valores tradicionales estadounidenses». Al calificar las 21 obras presentes en el Festival, dos palabras más, precisadas por los organizadores, sacan a flote, hacen flamear sin pudor alguno, la naturaleza de esa raíz: se trata en todos los casos de películas «conservadoras y patrióticas».
Sin aclarar de dónde proviene el dinero para celebrar este aquelarre neoconservador, unas semanas antes de las elecciones presidenciales y cuando Michael Moore realiza gestiones para exhibir Fahrenheit 9/11 en la televisión, justo un día antes de la votación, Jim Hubbard, cabeza visible del comité organizador del Festival, declara que las películas mostrarán «orgullo, humildad, apreciación por nuestra gran nación», atributos todos que desde los tiempos de El nacimiento de una nación, de Griffith, han recubierto la piel de lo más rancio y ultraconservador del celuloide estadounidense.
Pero Jim Hubbard, y todos los que detrás de él se mueven, están ofendidos por filmes como Fahrenheit 9/11, El cerebro de Bush y otros más que en los últimos tiempos han demostrado que gobernar un país poderoso no es asunto de suplir luces de la inteligencia pateando puertas: «Por mucho tiempo -opina un airado Hubbard- la industria ha utilizado su influencia para crear películas que muestran una visión del mundo que se burla del patriotismo, la fe y los valores estadounidenses tradicionales».
Y para no dejar duda del objetivo del American Film Renaissance, dispara una bala de cañón contra el blanco más conocido: «¡Estados Unidos es un hogar y no una nación de idiotas, como asegura Michael Moore!».
Entre los filmes que se proponen evidenciar las aviesas intenciones de los cineastas críticos del sistema y de su Presidente, se encuentran Michael Moore odia a Estados Unidos (Michael Moore hates America) y Michael y yo (Michael and me). El primero pretende contestar a Fahrenheit 9/11, no desmintiendo evidencias, algo que le sería difícil, sino más bien yendo contra la mente «perversa» y «antipatriótica» del realizador, al tiempo que defiende moralmente «la guerra contra el terrorismo» desatada por Bush.
En cuanto a Michael y yo, remedo titular del filme de Moore, Roger y yo, vuelve sobre un viejo pretexto: la Segunda Enmienda de la Constitución estadounidense, que establece el derecho a poseer armas y que la poderosa Asociación Nacional del Rifle, contra la cual arremetió Bolos en Columbine, interpreta como mejor le parece en su afán de negociar con la violencia y la muerte. (Desde este lunes, sacudida una molesta impedimenta legal, estarían a la venta en tiendas norteamericanas las más atractivas armas de asalto -armas semiautomáticas- para cualquier ciudadano necesitado de defenderse, lo que ha hecho afilar el lápiz a los periodistas ocupados de la crónica roja).
Es de imaginar los aplausos, entre banderitas y hojuelas de maíz, de los espectadores que apoyen este denominado Festival del Renacimiento de Dallas, interesado en reafirmar, desde sombras financieras, valores guerreristas, machistas, racistas y patrioteros.
Lo difícil de imaginar es que ellos imaginen el valor ético que para los lúcidos puede tener el aplauso de la ofensa.