A Adam Smith se le recuerda como el santo patrón del comercio no regulado, como el mayor profeta planetario de las ganancias monetarias. Un sinnúmero de economistas y políticos se han servido de su idea de la «mano invisible» para mantener que el capitalismo funciona, pese a sus excesos y desigualdades. Pero esta fantástica interpretación […]
A Adam Smith se le recuerda como el santo patrón del comercio no regulado, como el mayor profeta planetario de las ganancias monetarias. Un sinnúmero de economistas y políticos se han servido de su idea de la «mano invisible» para mantener que el capitalismo funciona, pese a sus excesos y desigualdades.
Pero esta fantástica interpretación de su pensamiento es incorrecta. De hecho, en sus escritos, Smith sueña con una sociedad más igualitaria, y criticó a los ricos por servir a sus propios intereses a expensas del público en general.
Como escribió en La riqueza de las naciones, «El establecimiento de una perfecta justicia, una perfecta libertad y una perfecta igualdad es el sencillísimo secreto que asegura de la manera más efectiva el mayor grado de prosperidad para las tres clases».
Hoy, el llamado de Smith a favor de una «perfecta igualdad» o se pasa por alto o se tergiversa deliberadamente. Sus más fervientes defensores echan mano de su obra para respaldar la idea de que los ricos son «creadores de riqueza» y, por tanto, irreprochables.
Pero ahora que el 1% de la población mundial posee la mitad de la riqueza del planeta, esta idea está siendo cuestionada de manera enérgica. Hay cada vez más llamados para que ya no haya multimillonarios y para eliminar los privilegios de estos, incluyendo los regímenes fiscales que los favorecen, subvenciones para las grandes empresas y exagerados salarios para los ejecutivos que a menudo son subsidiados por los contribuyentes.