En la política, como en la vida, pueden tomarse dos puntos de partida: los límites o las potencialidades. Instalarse en los primeros supone ganar en certezas y a partir de ellas trabajar en la «acumulación de fuerzas» para superarlos. El riesgo es el inmovilismo. Partir de las potencias implica movilizar los recursos disponibles, y tal […]
En la política, como en la vida, pueden tomarse dos puntos de partida: los límites o las potencialidades. Instalarse en los primeros supone ganar en certezas y a partir de ellas trabajar en la «acumulación de fuerzas» para superarlos. El riesgo es el inmovilismo. Partir de las potencias implica movilizar los recursos disponibles, y tal vez encontrar otros imprevistos, para ir siempre más allá. El riesgo es el aventurerismo.
La crisis política por la que atraviesa estos días el gobierno de Luiz Inacio Lula da Silva amenaza erosionar el proyecto petista y pone en duda la relección. El gobierno y la cúpula del PT han hecho su apuesta hace tiempo: la «herencia» recibida de los anteriores gobiernos y la «correlación de fuerzas en el parlamento, la sociedad y dentro del gobierno» son las responsables de la política económica conservadora, aseguró José Dirceu, el más importante ministro del gobierno de Lula. Sus afirmaciones respondían las críticas de amplios sectores del PT en el seminario que celebró los 25 años del partido.
Dirceu fue más lejos: reconoció que la política económica elegida supone pagar anualmente hasta 125 mil millones de dólares en intereses, lo que «significa el mayor proceso de concentración de renta que puede existir en una sociedad». Con esas afirmaciones salió al paso de quienes acusan al gobierno de estar jugando a favor del sistema financiero y en contra de la inmensa mayoría de los brasileños. En los hechos lo que se critica al gobierno es que utiliza los límites -reales, objetivos- para realizar una política que, más allá de su voluntad, fortalece a los grupos dominantes. Dirceu se instala en los límites cuando argumenta que el PT cuenta con apenas 91 de los 513 diputados y esa situación lo fuerza a establecer alianzas que se traducen en una política económica conservadora. Imposible romper el círculo de hierro.
Sin embargo, el movimiento Sin Tierra hace otra lectura de la realidad. Del 2 al 17 de mayo 12 mil campesinos sin tierra recorrieron 230 kilómetros hasta la capital, Brasilia, para instalar la reforma agraria en el escenario político nacional y presionar al gobierno para que entregue tierras. Muy lejos de la meta de asentar 430 mil familias en cuatro años, en los dos primeros (2003-2004) apenas se llegó a las 38 mil (dice Brasil de Fato del 28 de abril), mientras el avance del agronegocio sigue expulsando campesinos y devorando tierras. La marcha fue un éxito. Según Joao Pedro Stédile, coordinador del movimiento, «demostró que existen energías en la sociedad brasileña que pueden ser usadas para construir un proyecto de desarrollo para el país» (Correio Braziliense, 23/5/05). Para poner en marcha esas energías falta una sola cosa: «coraje», dice Stédile.
Cada vez que los sin tierra se movilizan ponen en marcha fuerzas sociales que hasta ese momento parecía imposible movilizar: obispos y sectores del episcopado, profesionales, artistas, capas medias y sectores urbanos que se suman a la demanda de reforma agraria. Y consiguen forzar al gobierno a flexibilizar la rígida política monetaria. Al finalizar la marcha, presionado por la movilización, el gobierno se comprometió a acelerar los asentamientos, reforzar el instituto de reforma agraria con mil 300 nuevos funcionarios y liberar más créditos para los asentados. ¿Poco o mucho? Apenas lo que la movilización pudo arrancar. Dirceu ve las cosas de otra manera. «Es necesario que los asentamientos se emancipen. No pueden estar eternamente dependiendo del Tesoro Nacional», dijo. Podría haber dicho que, pese a cierta dependencia del Estado, 5 mil asentamientos están produciendo su comida, y hacer un llamado a que produzcan más y mejor. Pero optó por poner los límites por delante.
Los hechos demuestran que seguir partiendo de los límites favorece al poder instituido. El 26 de mayo el parlamento instaló una comisión investigadora de la corrupción en el Correo, que afecta a un importante aliado de Lula, el PTB (Partido Trabalhista), y que puede convertirse en una tribuna de la oposición para lanzar duros ataques al gobierno y poner en peligro la relección de Lula en las elecciones de octubre de 2006. Lo más curioso es que la oposición consiguió las firmas necesarias gracias a la división del PT: 11 diputados apoyaron la formación de la comisión, alentando a los de otros partidos aliados del gobierno a hacer lo mismo. La base aliada del PT es un desmadre, desde que ni las propias filas del oficialismo operan unidas. Dirceu salió a pegar duro, amenazó con sanciones y consiguió que unos pocos dieran marcha atrás, pero la inmensa mayoría se quedó en su lugar: hay que investigar la corrupción para salvar el patrimonio ético del PT, dijo Eduardo Suplicy, un histórico del partido, toda vez que el otro patrimonio petista, el del cambio, ha sido dilapidado. El argumento de Dirceu suena demasiado conocido: una comisión investigadora puede poner en riesgo la buena marcha de la economía y hasta la gobernabilidad.
Estos días serán decisivos para el futuro de Lula. Si sigue optando por los límites, hará más y más concesiones a los partidos aliados (aun a costa de desmoralizar a sus bases) y seguirá aplicando sin fisuras una política económica que divide a sus amigos y fortalece a sus enemigos. Puede, también, apostar a las potencias del pueblo brasileño. Reacio a congelar las cosas en definiciones, el filósofo Gilles Deleuze en sus clases sobre Spinoza solía decir que «las cosas se definen por lo que pueden». Y agregaba: «La cosa sólo tiene el límite de su potencia o de su acción». Desplegar la acción implica apostar a lo que un pueblo puede, y eso no se sabe a priori. Pero la acción es incierta, imprevisible. Algo que horroriza a los burócratas del poder, amigos de las certezas. La propia historia del movimiento Sin Tierra, una de las fuentes del PT, habla por sí sola acerca de las potencialidades de un movimiento: en 1978, en la primera ocupación eran apenas 30 familias. Hoy es uno de los movimientos más potentes del mundo.