En esta economía turbulenta, Christie’s y Sotheby’s llevan negocios que van viento en popa. La cuenta de resultados de Christie’s a final de año arrojó beneficios de 3.000 millones de libras esterlinas, una subida del 9%. El porcentaje de aumento en ventas de arte contemporáneo fue incluso mejor, del 22%. Sotheby’s no anuncia la totalidad […]
En esta economía turbulenta, Christie’s y Sotheby’s llevan negocios que van viento en popa. La cuenta de resultados de Christie’s a final de año arrojó beneficios de 3.000 millones de libras esterlinas, una subida del 9%. El porcentaje de aumento en ventas de arte contemporáneo fue incluso mejor, del 22%. Sotheby’s no anuncia la totalidad de sus resultados hasta finales de febrero, pero el total de ventas en subasta se incrementó en un 14,5% y el arte contemporáneo experimentó una significativa subida del 34%.
Desafiando a la gravedad, el repentino aumento de este segmento del mundo del arte resulta sorprendente, pero sólo a primera vista. El grueso de los ingresos proviene de individuos con «elevadísimos ingresos», muchos de los cuales operan en una dimensión muy por encima de las economías nacionales. Hasta quienes han aguantado embates en años recientes siguen siendo superricos. Si poseían activos por valor de 3.000 millones de libras esterlinas en 2007, ahora acaso valgan éstos 2.000 millones. No es que estén pasando estrecheces precisamente.
La carga que sobrellevan los asquerosamente ricos consiste en saber qué hacer con su dinero. Y en la actualidad no tienen interés en poseerlo en metálico, así que no pueden dejarlo en el banco. El mercado inmobiliario está casi paralizado y para estos trotamundos la pega que tienen los inmuebles es que están ligados a determinadas divisas. Un apartamento en Mayfair [carísimo barrio bien de Londres] se vende en libras, pero una pintura de Francis Bacon colgada en una de sus paredes se podría vender en dólares de Hong Kong y fijar su residencia en yate en el Pacífico Sur. Al igual que los diamantes históricos o extra-grandes, las obras de artistas reconocidos internacionalmente son un muro frente a las volátiles fluctuaciones de las divisas.
Hace quince años, los asesores financieros no tenían la costumbre de recomendar a los ricos que diversificaran sus carteras de inversión comprando arte. Hoy en día constituye la norma. Mientras que comprar arte emergente supone un riesgo elevado, la inversión especulativa, al adquirir obras maestras con un valor ya establecido, se entiende como lo contrario, respaldo en tiempos difíciles. Si va todo mal en el mundo, si la eurozona se deshace, estalla Oriente Medio a causa de la guerra y un maremoto golpea Manhattan, esa Marilyn de 1964, obra de Andy Warhol, rara y portátil, todavía tendrá cierto valor.
Las casas de subastas están promoviendo una globalización del gusto con ayuda de galerías con puestos de avanzada como Gagosian, Hauser & Wirth y ahora White Cube. Mientras que antes los belgas opulentos solían gastar su dinero de modo distinto a los indonesios opulentos, esto es cada vez menos el caso.
Durante las subastas que van a celebrarse en Londres el 14 y 15 de febrero, es probable que converjan postores de cuatro continentes sobre numerosos lotes, entre los que se cuenta una clásica pintura abstracta en rojo, como emborronada con escobilla, de Gerhard Richter (valorada entre 2,5 y 3,5 millones de libras en Sotheby’s) y un lienzo en blanco y negro de Christopher Wool estampado con la palabra «FOOL» [«tonto» o «loco»] tamaño gigante (y que se espera pueda alcanzar entre 2,9m y 3,9 en Christie’s). En ambas el pronóstico es que sobrepasen las estimaciones. Christie’s y Sotheby’s son vendedores superlativos que siguen mejorando su capacidad de canalizar la demanda de objetos por parte de un pequeño grupo de marcas de artista bien probadas.
Una década atrás, pocos habrían predicho que el comprador más insaciable de arte contemporáneo a precios récord sería la familia real de Qatar (que patrocina la inminente retrospectiva de de Damien Hirst en la Tate Modern). En el año 2007 compraron el armario vitrina de pildoras Lullaby Spring [Nana de primavera] de Hirst por casi 6,95 millones de libras, el mayor precio pagado hasta entonces por una obra de un artista vivo.
El año pasado adquirieron los lotes más caros de arte contemporáneo de ambas casas de subastas, pagando 24 millones de libras por un Roy Lichtenstein en Christie’s y 39 millones por un Clyfford Still en Sotheby’s. Bajo cuerda, han pagado precios incluso mayores en transacciones privadas: muy recientemente, según se supo el viernes [3 de febrero] pasado, la despampanante cantidad de 160 millones de libras por Los jugadores de cartas de Paul Cezanne.
Pero esta familia no se dedica sólo a acumular, tal parece que les gusta su arte. La jequesa Al-Mayassa, hija del emir, andaba al parecer sin saber muy bien qué regalar por el Día de la Madre a la suya. Se decidió por una araña de bronce de nueve metros de altura, obra de Louis Bourgeois. Me pregunto qué le caerá en suerte al marido por el día de San Valentín. ¿Una flor gigante hinchable de Jeff Koons? No, qué tonta soy, si ya tienen una…No hace falta decirlo. un golpe de Estado en Qatar sería una tragedia para el mercado del arte.
Es digno de mención que las diez familias que más se gastan en Sotheby’s y Christie’s pueden ser responsables de hasta el 10% de sus ingresos. Esta élite de la decena incluye a los qataríes y, con toda probabilidad, a oligarcas rusos, gestores de fondos de inversión, multimillonarios rusos, y europeos con dinero relativamente con «solera». Esta gente utiliza Christie’s y Sotheby’s como tienda para todo, del mismo modo que algunos miembros de la clase media británica se atienen a John Lewis [cadena británica con amplia gama de productos y primeras marcas].
Desde luego, no sólo adquieren pinturas en las casas de subastas: también compran alfombras, muebles, lámparas, platería, relojes, libros, vino y casas en la playa. Si una decena de estos jugadores saliera del mercado, las cifras de las casas de subastas no parecerían tan candentes. Como dicen en el negocio, el mercado se «adelgaza» en lo más alto.
Pero es improbable que los que más gastan abandonen el mercado porque, para ellos, el arte es más que una inversión. Es una vía rápida para llegar a ser aceptados socialmente y parte de sus pretensiones de ser parte de lo más granado de la crème. Al resto de nosotros nos vale recordar que el arte es iluminación cultural, y que eso se desprende contemplar la obra, no de poseerla.
Sarah Thornton es autora de Seven Days in the Art World [Siete días en el mundo del arte, Edhasa, Barcelona, 2010], obra de referencia sobre el mercado artístico contemporáneo, y escribe habitualmente sobre arte en el semanario británico The Economist.
Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón