Se cumplen cinco años desde que estalló la crisis global con epicentro en el sector financiero. La economía mundial todavía aguarda con esperanza una regulación para los bancos que controle abusos y reduzca riesgos. Sin embargo, un nuevo y eficaz esquema regulatorio se está haciendo esperar mucho más que Godot. Este mes comienza la aplicación […]
Se cumplen cinco años desde que estalló la crisis global con epicentro en el sector financiero. La economía mundial todavía aguarda con esperanza una regulación para los bancos que controle abusos y reduzca riesgos. Sin embargo, un nuevo y eficaz esquema regulatorio se está haciendo esperar mucho más que Godot.
Este mes comienza la aplicación de las nuevas reglas para bancos establecidas por el Comité de Supervisión Bancaria (dependiente del Banco de Pagos Internacionales de Basilea, Suiza). Se trata de un conjunto de reformas para armonizar y fortalecer la regulación sobre el sector bancario. En teoría, este nuevo esquema regulatorio permitiría evitar la proliferación de riesgos peligrosos, aliviando la presión a nivel macroeconómico y reduciendo la tendencia procíclica que presenta el sector en tiempos de crisis. El nuevo esquema regulatorio, conocido como Basilea III, dista mucho de ser lo que se necesita.
Se sabe que los bancos son particularmente vulnerables frente a variaciones en tasas de interés (que pueden castigar sus activos y aumentar sus pasivos), así como a la posibilidad de experimentar problemas de liquidez. Este último caso se presenta cuando los depositantes corren a retirar su dinero del banco sin previo aviso. Para enfrentar estos riesgos se llegó a la conclusión de que se deben imponer mayores requerimientos de capital a los bancos. La idea es que si los accionistas de un banco se ven obligados a comprometer un mayor nivel de capital, serán más prudentes en la toma de riesgos, evitándose los abusos que llevaron a la actual crisis.
En la ideología neoliberal también se llegó a la conclusión de que una vez alcanzados los niveles adecuados de capitalización era innecesario imponer más reglas al comportamiento de los bancos. El supuesto básico era que los bancos sí sabían cómo manejar su negocio y entre más bajo el requerimiento de capitalización tendrían más recursos disponibles para préstamos productivos, lo que generaría mayor crecimiento y empleo. En consecuencia, el Comité de Supervisión Bancaria promovió menores requerimientos de capital a través del conjunto de reglas conocido como Basilea II (cuya aplicación comenzó en 2006). Pero los menores requisitos de capitalización no condujeron a mayor crecimiento y si, en cambio, a mayor actividad especulativa e inestabilidad macroeconómica.
Las nuevas reglas de capitalización de Basilea III se mantienen en esa misma lógica: basta con un requisito de aumento de capital para lograr una adecuada regulación bancaria. Esto es un grave error.
Para empezar, la definición de capital
se presta a la manipulación contable. Para determinar con exactitud lo que constituye el capital
de un banco es necesario dotarse de sistemas de evaluación rigurosa de cada uno de los activos (y de los pasivos) del banco. Y aquí entra lo interesante: la contabilidad bancaria puede ser usada de mil maneras para simular un aumento en el capital de un banco. Se puede subvaluar un pasivo o sobrevaluar activos y, de ese modo, incrementar artificialmente el valor neto de un banco.
Otro ardid utilizado en los años que precedieron la crisis consistió en simular aumentos de capital al mismo tiempo que se incrementaban los préstamos depredadores (embaucando a personas con recursos insuficientes). En un primer momento los bancos parecía que tenían ganancias récord. Las agencias reguladoras se tranquilizaban y los altos ejecutivos del banco podían recibir jugosas compensaciones. Debido a los flujos de ingreso neto la salud contable del banco no aparecía comprometida. Más tarde, cuando los malos préstamos comenzaron a ser un problema, el arte contable disfrazó las pérdidas y en lugar de reconocer el menoscabo, los bancos mantuvieron sus reservas sobrevaluadas. Al final vino la crisis y el rescate
con recursos públicos.
Basilea III aumenta los requerimientos de capitalización pero ignora casi por completo el tema de la contabilidad. En un mundo dominado por el capital financiero, Basilea III ignora que la práctica y las normas contables han convertido a la definición de capital en algo muy relativo. Pensar que los requerimientos de capital son un instrumento eficaz para eliminar problemas sin regular la práctica contable es absurdo.
La función de creación monetaria de los bancos privados y sus relaciones con el banco central no se tocan en Basilea III. Esto significa que los bancos seguirán teniendo un incentivo para incrementar el endeudamiento. Y como Basilea III aumentará los requerimientos de capitalización, es posible que los bancos tengan mayores alicientes para tomar riesgos más peligrosos, porque siempre saben que pueden disfrazarlos a través de sus prácticas contables. De hecho, los reguladores bancarios saben que siempre están atrasados con respecto a las innovaciones
financieras.
En síntesis, la normatividad recomendada en Basilea III no va a traer una banca más responsable y tampoco va a generar mayor estabilidad macroeconómica.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2013/01/23/opinion/032a1eco